abril 2016

15
Abr

El fin de la infancia

Con el paso del tiempo, los asideros también se desgastan, y hasta las que fueron las mejores arcillas vuelven a ser lodos, previo desmoronamiento. Ahora bien, toda filosofía tiene su invierno, por eso mismo esos cimientos son más vitales casi que cuando eran lo más parecido al férreo y endurecido mármol, vigorosos y aparentemente sin defectos. Es de esa deuda privada que todos tenemos y no siempre aceptamos, de lo que se trata en El fin de la infancia.

Y como cada oración precisa de su reflexión, por pequeña que sea, yo me pregunto entre tantos posos: ¿Es el valor de la caricia una extraña forma de vida?

En mi desobediencia inteligente, ya ni sé responderme, y eso que un día pude hacer creer que no tenía defectos, siendo ésa mi mayor atadura. Ni a miles de kilómetros de su mar dejo de sentir esa brisa, esa duda, esa tensión, ese círculo amoratado que me pide ayuda.

15
Abr

La francotiradora de su tía

La obra puede incluirse en la categoría de álbum ilustrado, o sea, un libro en el que el relato se cuenta a través de imágenes y textos. No en vano, son las historias ínfimas las más reales y las más preciadas por olvidadizas, las que se vuelven vidriosas, demoníacas y las que calan hondamente. La francotiradora de su tía es un vivo ejemplo de ello, porque nada de lo que se dice pierde actualidad, prueba de ello es que nadie se conforma con esos fenómenos adicionales en los que no siempre nos detenemos. Son significativos los mandatos, en forma de microrrelatos (más o menos extensos), los aforismos (sentencias o dichas), o esos cuentos que lo dicen todo y nada, con independencia de las obligaciones y quién los abogue.   

¿Merece la pena vivir tantos años? Sigo echando de menos una espada medieval, y a ese alguien que restalle lo que millares de personas sabemos y no siempre entendemos. Tendría un impacto muy importante en mí, y llegado el momento, por respeto: mataría… ¿Sería capaz?

15
Abr

Un desperdicio de virtudes

Podría empezar preguntando si el placer y la conciencia van unidos, pero antes convendría construirnos una fortaleza infernal. Dar cobijo a que otro robe tu libertad es Un desperdicio de virtudes, y no cabría mayor garantía que olvidar esas instantáneas de intimidad. Ahora bien, ¿se puede vivir sin cortinas?

Cuando la ciudad te cambia, y lo irreparable es pérdida, nadie avisa a una puta de que el Olimpo no existe. ¿Cómo se sabe cuál es tu mundo?

Presumir el final es absurdo, porque nunca se puede olvidar que lo que hoy es novedoso, mañana no lo será… y un amor, aún deteriorado, vale mucho.

15
Abr

Zanahorias para todos

Sin la menor vacilación, pensaba que nunca lo diría, que no me haría falta, que no me desviaría, y esa naturalidad no fue fruto de un cuaderno de vacaciones. Una noche cualquiera, rompí los puntos de estancamiento, y asentí: Zanahorias para todos.

Debí golpear algo, y no lo hice, a lo que mis pensamientos seguían teniendo dueño, por más que no quisiera. Un buen acomodador se hubiera dado cuenta. Y ni con una serpiente de mar por entre mi vientre, cambiaría de imaginario de no ser por ella… Aquella expresión a cara o cruz.

¿Cuál es la mayor de las necesidades?, me pregunto, ante tanto fin.

15
Abr

Me columpio en el vacío

Cuando los sueños se pueden tocar… y cuando en la mirada ya ves que no es buena idea, y que un cambio inspira a otro cambio, uno hace como que desaparece, pero no. Me columpio en el vacío es de esas directrices que uno acomete sin saber, queriendo y dado a una avaricia impropia de alguien elegante. Se podría decir que hay ocasiones en que ni teniendo una prueba de vida te crees lo que está sucediendo.

¿Hay cosas que no deberíamos hacer, verdad? Lo pregunto por aprender, porque creía tenerlo claro, si bien, me sentí atrapado, hasta que ya no pude perderme más, y ni supe dónde me estaba metiendo.

15
Abr

El libro de un cualquiera

Podría haberme dado por resolver crucigramas, vivir clandestinamente, confinarme en verlo todo desde una óptica diferente o estarme quieto. Pero no, un día empecé, y si alguna cualidad tengo o creía tener, es que soy pertinaz conmigo mismo. Quería saber dónde coño estaba, qué había sucedido en mi vida, quién era yo y todo ese entorno… Y me dio por escribir El libro de un cualquiera. Ya nadie me lo podía leer, mancillar o quitar. No podía perder más.

¿Qué es justo y qué no es justo?, ¿quién lo decide? Lo suelto así, sin más preámbulos, porque a lo largo de tantas líneas, realmente uno no controla ni su respiración. Los collares de perlas, hacerse de rogar e incluso psicoanalizarse no son más que la prueba de que uno está cansado cuanto todo se reduce a intentar mantener cierta estabilidad consigo mismo.