Vale la pena ser tu propio enemigo cuando en esos días tan señalados, como el día del Padre, la Madre u otros, la vulnerabilidad social no puede contigo, y esos discursos, palabras, poses y demás te son alergias por más que lo intentes. Dentro de la inacción hay un sentido vital que te disuade y que te lleva a esa otra responsabilidad, la de justificar lo inaudito, incluso lo que no se siente o no desea si fuera el caso. A veces toca empujar un poco ese sentir, a veces toca ser un extraño en tu propio sentir con tal de no ser el extranjero que observa. Esas veces ya van siendo muchas, pues hay gente que no tiene esas referencias, por unos motivos u otros… pero digamos que siempre se puede, que algo queda de estos días donde la proximidad y las distancias lo son todo para unos y prácticamente nada para otros.

¡Tanta cultura general y tantos cuentos sin agua!

Vale la pena robarse una lágrima, un suspiro, una sonrisa desgastada o un aliento. Si tus intenciones son realmente serias se aprende mucho siendo carroñero. No se trata de ser adicto a tus propias mentiras o a las de otros: existe cierto tipo de soledad que ayuda a encontrarse y buscarse. Los seres evolucionados hacen eso: encuentran las diferencias y las solventan como alimañas. Ni es patrocinio de nada, ni es obligación, es ser alguien. Todo, menos ser una flor de plástico de tantas que las hay. Sea lo que sea, ¿para qué engañarnos nos vayan o no los sueños de otros con el eterno tira y afloja? Que no te obliguen a comer barro, uno siente todo cuando las expectativas son distintas por parecidos que haya; sé tú mismo, ¿qué puede salir mal?, sé tu propio enemigo y que el teatrillo que está detrás no te impida decírselo: sé extraño.

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