Dinero y mujeres

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¿Qué es?

Es un nuevo inicio, en el cual se acuña una novela que parte de la tensa convivencia sobrevenida en el anterior volumen de la Colección Pebeltor: El fin de la infancia. Sin ningún género de dudas, se expande el horizonte de lo posible, se cuentan las llegadas, las salidas y los ecosistemas, donde el trabajo revela un patrón de influencias humanas significativas. Es el sonido de la verdad que lo monta todo, basándose en lo espontáneo del lenguaje, como un zorro que llena su estómago de la infranqueable tristeza del caminar junto al lecho de un río repleto, forastero sin más recursos que seguir la senda, en la mutua asistencia de las plasticidades, las cacerías y los interruptores de la muerte. Son redes que descubren otras divinidades, concepciones de otras modernidades, ideas sucias y caracteres primitivos; codicias silenciosas.

¿De quién trata?

Son dos personas que justifican sus presencias con el trabajo y con los sueños de lo posible. Ausencias que no son tales, gente honrada que no siempre lo es, y ambiciones que no implican la consecución de los objetivos. No deja de ser una continua gestión de egos al servicio de un algo más, padeciendo la enfermedad del alma (ausencias varias), no obstante, desarrollando otras dimensiones que infectan valores. Son seres que se esfuerzan titánicamente sin altruismos, que crean conexiones, y que hacen que no haya nada que tenga que ser necesariamente distinto a lo que se tiene delante. Son sus alguaciles, sus auténticos empleadores y sus misioneros. Gentes que cambian la ruta de sus desplazamientos por el precio de no darse a la fugaz contemplación de aullar sin motivo. Hay familias, jefes, cánceres, dementes, juguetes, retos, dinero, enseres, falsos profetas e historias de un letrero, tales como la seriedad de sus disparates.

¿Cuándo se desarrolla?

Comienza mediados diciembre del dos mil quince, y finaliza en mayo del año siguiente. Se sucede la diplomacia femenina y la falsa verdad, en donde sólo los blandos son poseídos, el caso es que siempre hay alguien que juzga, quien sin ir más lejos está en ese rincón del universo que no les pertenece. Son tiempos de desesperanza, de crecer profesionalmente y de yacer obedientes a sí mismos dándose a sus réplicas, conciencia del dolor, al margen de sus furias.

¿Cómo se trabaja?

La novela se presenta con un preámbulo, para no caer en la doble imposibilidad de esas dos historias que se entremezclan, alternándose los capítulos. De un modo, la afección de los cansancios ajenos de ella y él, percuten casi que por igual aunque estén focalizados en esferas muy distintas, no obstante, los reposos, los injertos practicados y ese hacer de la vida normal hace que Silvia, la mujercita gaditana, se ingrese en un ensayo clínico lleno de diásporas, destacando el dispar sentido de sus reacciones, por aquello de vencer a sus déficits y azulársele todo con pastillas. En otro sentido, el quijotesco que se estaciona frente a un cuadro día y  noche no termina de resarcirse, dimisionario y a la par hacedor de nuevos homólogos, en una intentona por cambiar un peso por otro, cuando menos, huyendo de eso del –nos va bien así. Tal coexistencia pacífica no deja ver la luz, augurando otros caminos, con colaboraciones.

¿Dónde sucede?

En una España que se resume en lo que se tarda en poner y quitar una gargantilla a una dama, donde un cambio de todo no es nada. Madrid, como capital de los encuentros vuelve a estar invicta, si bien, hay alrededores, tales como la madrileña sierra de Rascafría, donde resuenan los aires de todas las casas, y la Segovia más austeramente sierva, que hace de vientre. Y casi que al tiempo que las esperas reaccionan hay un sótano de una capital manchega, camino de Cádiz y las prácticas refugio. Son cantos del mal dolor de los museos y los encierros en donde se juega al tarareo de esconderse y colaborar. Allá, donde todo se diluye en un egocentrismo que mana de la inmensidad de las naturalezas violentas y los estímulos de los mercados y su multiplicidad.

¿Por qué?

Porque los días trasgreden y discuten ampliamente, y se ha de saber si el trabajo, las ayudas u otras hospederías sanan las comunicaciones y los versos que no se recitan y se ansían pecar. Huir timando a las falsas identidades es la mejor de las nanas, volver, un riesgo desconcertante… ser veleta y ser yacente es otra forma de sentirse raro, tanto como compartir los abandonos precipitados presionando un muelle. Las causas fundamentan un tránsito y un caos organizativo, marcando distancias y obligando a ejecutar inflexiones: ser modelo, reclamar herencias, etiquetarse, mandar, etc. Todo y nada, al no poder proteger lo que no se conoce y se sabe.

¿Para qué?

No se trata de poner a prueba el dicho de “a veces lo correcto no es hacer lo correcto”. Es la frivolidad de la existencia la que obliga a llevar a cabo esos tratamientos, protegiéndose aunque sea impetuosamente, en una templanza necesaria y marchita, tejiendo elementos como ese pretendido robo de Santa Casilda y la interacción que cobija el lienzo, o el cuidado de lo común.

¿Qué formato se aplica?

Se escribe en prosa. Tienen cabida las poesías, como ascensos y dimisiones, a modo de ejército imaginario, sufriendo las alucinaciones en líneas generales, las placideces y los anhelos.

El discurso del miedo como trono de barro no termina de desvanecerse. Los recuerdos vivos siguen con su debate, tiñendo las realidades y dándole varios finales a la sensibilidad de cada persona. Son los retos renovados para no seguir siendo un escudo humano, dado que quién más quién menos cercena sus perspectivas en la sobreexposición… No dejarse vencer por los ruidos residuales justifica lo sepulcral de las emociones asaltando las fronteras. Si bien, con ese afán las confluencias de asomarse a las ventanas siguen su curso entre fragmentos interiores, ataduras, visillos y los ritmos lentos que hacen nexos, abarcando las economía de las celdas de aislamiento, por entre los inmovilismos y la hermosura de las múltiples facetas.

En esa simbiosis, los antes y los después suman otras fuerzas para compartir ese sueño de no ser noticia, y sí poder crecer abriéndose a la sociedad, la elegancia y la seguridad de tener un concepto propio de tolerancia. Hay quienes se la juegan con esa resistencia marginal, incidiendo en crear sus empresas para sustentar los derechos sociales de los ciudadanos sin nombre. Tantos reflejos de esa rara belleza, donde se aplastan los esfuerzos con las nulas recompensas y las sutilezas, claramente  descompensan; por eso siempre se tiene en mente la balanza de la verdad y el deseo irremediable de actuar sin deber nada ni tener que arrodillarse…

Pero bueno… otras sienten la obligación como madre y sí hacen magia, manteniendo esa apariencia de paz y felicidad, con un enorme misterio que regalan, aunque nunca salgan de esa asignatura pendiente de dejar de ser un papel en blanco. Ese momento es la quietud admirable, lo más íntimo del privilegio del dolor y los profundos desahucios. Excesos de mirar mucho, fijándose hasta en las briznas que hay junto a los andenes. El caso es que a veces se rompen las reglas, y la única salida es ir hacia adelante, confiándose y no dejándose robar, porque lo que más desea un hombre es aquello que no puede tener, y la auténtica aventura de no esperar más de nadie te hace pasarlo mal. Ese momento vital de esperar lo inesperado, a uno le lleva expresamente a lo que promulgó Gengis Kan: “bebamos la copa de la destrucción”… Otros escenarios, otras políticas, otras conciencias: imagen y semejanza.

Interpretar ese deleite, sellándose con esa otra percepción, neutraliza el pasado especialmente, pero no le hacen inmutable a nadie. García Márquez, otro observador, diría que “la imagen no puede desplazar a las palabras”. Ahora bien, cuando no las hay, cada cual ordena su propia inmigración, cuales deudas o ahorros, ponderando, siendo mezquino y deleznable. En otras palabras, dando un paso más. Guste o no, hay que recuperar la autoestima, y el epílogo de una época te lleva a otra… donde la perversidad es ser natural y auténtico, como sin saber por dónde empezar, como ese ramo de media docena de rosas rojas que sirven para decir adiós, jugando a desquiciar mostrando los hechos para apostar por el cambio, dado que uno tiene que creer en un proyecto, porque si se va a la velocidad de la sociedad, la voluntad de la misma marca tu agenda y eso no es cambio. Hay que atreverse con lo peor de la condición humana, cuando menos siendo una serpiente enroscada, aunque las fechorías te lleven a estar muy cerca del infierno.

Lo que está claro, es que el paisaje de las Españas que recogen esas lenguas, tal y como dijo Azorín, es dinero y mujeres, puesto que “El paisaje somos nosotros, el paisaje es nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos”. Y si la guerra es algo vergonzoso cuando no hay una causa que marque la diferencia, quienes navegan con luz encuentran sus aportaciones, moradores de sus propios sueños como perros de paja, trabajándose los mitos del eterno retorno, abocados a  las extrañas notas de la decencia, las reglas de compromiso, las encrucijadas.

Gobernar ese tiempo real del frívolo progreso es una antítesis y la pasmosa naturalidad, que con poderío vulnera la importancia de encontrar un lugar en el mundo, y lo de ser víctima de la avaricia. En esa perversa competencia, cada uno ofrece lo que sabe hacer o lo que quiere hacer, no más, son las políticas de sostenibilidad, y de rebota la hucha que atormenta, que angustia, que fanfarronea y que detesta el abandono esclavizado. Lord Acton, acerca de esas ataduras y el fin político diría alto: “La libertad no es el poder de hacer lo que queremos, sino el derecho de ser capaces de hacer lo que debemos”.

La burocracia corrupta, ser plenamente consciente del disfrute de la realidad, y no preocuparse por aparentar, es el rapto sobre el que versan estas dos vidas enfrentadas que se salvaguardan en un mismo bosquejo, donde a la hora convenida, uno no se presentó, y la otra, por más que lo esperó, hubo de rehusar su noble causa, quedándose los papeles repartidos como al principio: ella, joven y hermosa andaluza; y él, un castizo en la peor de todas las almenas, esa Castilla seca en donde para quedarse boquiabierto habría que soñar largo y tendido. Como cada vez les costaba más y más confiar en sus suertes, se centraron en su imagen de marca; y como complemento, decidieron vivir como resultado de una mezcla de afectos, educándose en la organización de su memoria y el querer mudarlo todo. El verdadero carácter les dignifica y embaraza en sus lúcidas evidencias.

Preámbulo
Pacto de gracia
Volverse sombra
Verdades lentas
Deseos humanos
Almohada vacía
No es tan fácil
Veleta yacente
Falsa identidad
El inconsciente
Velar la arena
Vísperas de nada
Distancia breve
Un cuarto propio
Miradas cercanas
Tiempo perdido
La extraña pareja
Nubes de espejo
De la tibieza
El agarrotado
Un jardín olvidado
Mostrar cicatrices
Necesidad
SILVIA (la hija de los panaderos, gaditana)
CARMINA y su marido  (la compañera de habitación del hospital)
PAULA (la novia de su hermano)
NICOLÁS (gestor de una naviera)
DRA. GÓMEZ (responsable ensayo clínico)
VALERY (la mujer que aparece en su cuadro –Desnudo recostado-)
PRENDA (caballo de peluche, tipo mecedora)
SIERVA (Sierva de María que le ayuda a cuidar a su tía)
Demás familia.

Charles Dickens; Casilda; Alianza del Pacífico; Macbeth; La templanza; Jefe; Reflejos; Tía; Robo; Colaboradora; Almohada; Dolor; Desahoga; Monasterio; Cábalas; Rascafría; Medicamento; Capturar; Veleta; Voz; Rotterdam; Timando; Inconsciente; Invictus; Valores; Taxi; George S. Patton; Herencia; Coronel; Excita; Sierva; Torrijas; Esqueletos; Diamantes; Preñada; Labré; Injerto; Reposo; Canto; Clips; Ojos; Presión; Obrador; Humo; Peor; Vieja; Campo; Secretario; Queja; Descubierto; Sótano; Soneto; Limpiadora; Tiempo; Maihuana; Gafas; Pasteles; Cuadro; Escapismo; Rosales; Bolso; Trabajo; Coche; Espejo; Decisiones; Madre; Ministerio; Deseo; Pilas; Tumba; Espelta…