Con el paso del tiempo, los asideros también se desgastan, y hasta las que fueron las mejores arcillas vuelven a ser lodos, previo desmoronamiento. Ahora bien, toda filosofía tiene su invierno, por eso mismo esos cimientos son más vitales casi que cuando eran lo más parecido al férreo y endurecido mármol, vigorosos y aparentemente sin defectos. Es de esa deuda privada que todos tenemos y no siempre aceptamos, de lo que se trata en El fin de la infancia.

Y como cada oración precisa de su reflexión, por pequeña que sea, yo me pregunto entre tantos posos: ¿Es el valor de la caricia una extraña forma de vida?

En mi desobediencia inteligente, ya ni sé responderme, y eso que un día pude hacer creer que no tenía defectos, siendo ésa mi mayor atadura. Ni a miles de kilómetros de su mar dejo de sentir esa brisa, esa duda, esa tensión, ese círculo amoratado que me pide ayuda.

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