diciembre 2024

31
Dic

El puente de los suspiros

Feliz salida y entrada de Año

(pinche y déjese llevar)

PEBELTOR

Personas con semejante argumento 

no solían equivocarse cuando iban de visita.

29
Dic

Se tiraban los pájaros a las escopetas…

…fuera de ese lugar. 

Suellacabras

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26
Dic

Un cuerpo recorrido por las miradas

Sentía su cuerpo recorrido por las miradas. Aquel individuo tiránico y obsesivo capaz de encarnar la polémica y la adulación a partes iguales le había hecho sentirse así, como si tuviera un muñón por pierna y le picase día sí día también.

Y no era cierto, ella era guapísima, además de tener una figura muy estilizada. Pero se sentía así cada vez que llegaban los días señalados, en otros, siempre buscaba un equilibrio vivencial en donde le era más importante disfrutar las cosas que tenerlas.

Si bien, la tele ejercía de fondo de distracción para romper los silencios incómodos y despertar temas de conversación, aunque ni con esas. Su chico, en esos días le era alguien que miraba al mundo con más ironía que intensidad; en absoluto el fornido hombre de negocios que la llevó al altar, con quien disfrutaba de los placeres refugio, que si ordenando los armarios, trasplantando los geranios, o planeando viajes en esa Europa que poco a poco se les iba haciendo más tropical.

Además, le acusaba de roncar al que tenía el tabique nasal desviado y se negaba a operarse.

En cambio, la vida seguía normal afuera.

Todo empezó cuando a la cirujana le pudo más una escena de la infancia, ya sin ni poder negar la existencia de un espacio compartido con su hombre. Más allá del deber, estuvieron a punto de dejarlo; no obstante, el miedo a perder lo que nunca tuvieron les unía, tanto o más que los amores cobardes que ambos ya habían experimentado por separado.

No había psicólogos especializados en el “miedo a la Navidad”. Y beber no les servía de mucho, salvo para confesarse arrepentidos por algo menor. Él y ella. Que él, con trauma y sin trauma, debía de saber comportarse profundamente afectuoso por desganada que estuviera su querida. Una mujer compleja, vulnerable y en evolución constante.

Las primeras navidades no todo fueron verdades, después, en todas y cada una, la dichosa mirada. Como si el eco de su silencio le arrastrase al abismo de su dolor, jamás pudo superar cuando la llevaron a ver a Papá Noel, y días después a la cabalgata de los Reyes Magos, también obligada. Con el primero la sentaron en su regazo, llorando a mares y pataleando al tipo ese que no la soltó hasta que a su madre no le salió de la real gana, no parando de reírse y hacerle carantoñas absurdas, regañándola que también para que se comportase y estuviese quietecita; con los otros, un paje la tomó en brazos y la alzó para que le diese en mano (el mejor rey de todos) unos caramelos.

Desde entonces, llegadas esas fechas, no estaba en guerra pero tampoco en paz. Cerraba la clínica, no operaba. Se encerraba en casa. Su hombre le hacía todo, incluido asearla. Era incapaz de todo. El psiquiatra al que los dos frecuentaban había anotado del esposo: “Hubo noches en que me creí tan seguro de poder olvidarla que voluntariamente la recordaba”. Porque harto e incapaz la abandonó una Navidad. Y la muy puta en febrero casi que le arranca las pelotas de cuajo. A él, a todo un hombre capaz de recusar a jueces y fiscales, a quien le tuvo que recordar muy vehemente, aún hecha un adefesio, según ella: “Un ser tira del otro, y sin saberlo los dos tiran de ese universo”.

Si bien, el reto estaba servido, porque en la vida, detrás de las cosas buenas siempre había una decisión valiente, e iban a tener un hijo. La perra Marsi no contaba, ni la gata Carolina, o el pez. El hijo o la hija les sería esa nebulosa que en verdad pondría nombre a las cosas. Entre tanto, hacer deporte también era una forma de quererse. Tiempos muertos de esos, y placeres refugio, en los que él pensaba en cómo amordazarla cuando el propósito de su miserable existencia apuntaba hacia un objetivo más alto, sintiéndose incapaz de quererla más y mejor, atrapado. Ella, al tiempo, como si le hubieran cortado una pierna, notando que le picaba.   

PEBELTOR

Libros para todo, y para todos

 

22
Dic

Siempre se le dio mejor…

…repartir dinero que ganarlo.

Lo tenía todo,

y no tenía nada.

 

19
Dic

Yo antes era mejor persona

No es que fuera de una bondad extrema, ni de esos que iban abrazándose a los árboles en las ciudades de humo. Tenía lo peor de un hombre y lo peor de una mujer.

También sabía hablar de fútbol, pero sobre todo de lo que les pasaba a las personas. Recordaba y olvidaba sus nombres, cierto. Tanto como que los hombres adultos no se preocupaban por otros hombres adultos, sí las mujeres, capaces de hacer cualquier cosa con tal de no estar solas.

Que no esté ya muerto de mil maneras es una mezcla de casualidad y milagro. Vivir siendo uno mismo y no poder pedir perdón tiene esas cosas. Las personas se llevan muy bien cuando sacan provecho las unas de las otras.

Siempre le llevaba un día de ventaja al diablo, como poco.

Como cartero sigo prefiriendo la bici de siempre al taxi o a esas motos eléctricas que no hacen ruido, peor aún esas furgonetas que no son ni una cosa ni la otra, que parece que llevas algo y luego sales con una mierda de cartoncito con algo dentro, como si no cupiera en el manillar de la bici. Eso sí, mucha electrónica, mucha pijada, mucha inteligencia artificial y hay que seguir firmando con el boli o con el puto dedo, ¡panda de guarros!, ¡qué algún día voy a pillar algo!

Y lo de los hoteles. ¡Un hotel donde no te apetece robar nada no es un buen hotel¡, ¡joder!

De verdad que Correos se está yendo al carajo. En tiempos fuimos plenipotenciarios, sobrios como un juez, no fanfarrones de mierda.

12
Dic

Otro que no pudo casarse

Le sirvieron el divino café en el mostrador y, justo cuando iba a dar el primer sorbo, las lágrimas le cayeron solas. Los pies se le deslizaron hacia su interior, le resultó difícil hablar. No fue el cuenco de helado de menta con pepitas de chocolate, o las hamburguesas. Miraba sin emitir sonido alguno. Sin explicar de qué se trataba. Y al ver los dos chicos sentados a la mesa masticando sus sándwiches y bebiendo su leche les intentó parar, ahora bien, difícilmente pudo. Concluyó, que no le haría falta la pistola.

Hacia el fondo, alguien soltó una especie de carcajada, un breve gañido que ascendió del fondo de sus pulmones como una perdigonada rebotando en la pared. Otro que no supo elegir el menú, pues no mucho tiempo después su hijastro le dio unas palmaditas en el hombro y la espalda sin que se repusiera.

Y así uno tras otro, la mayoría hombres. Dar gracias a Dios de poco valía, pereciendo horrendos y penosos, gradualmente asfixiados. Hasta el peor de todos.

Una sudafricana blanca con la tez morena de una norteafricana en absoluto tenía culpa alguna. Una morena de piel oscura que no era ni bonita ni fea, sino especialmente fascinante a ojos de Monroe, y su señora (de vida insípida y convencional, salvo por eso).

A la postre, ese matrimonio empezaría a transigir de mejor modo con otros reclusos, máxime con los que no entendían su lengua, ya sin poder hacer uso de las cocinas y la mentalidad moderna. El taimado centinela que tuvo la feliz ocurrencia todavía bajaba la vista y se encogía de hombros, acordándose todos de lo que pasó gracias al plato, el tenedor y esa mesa que jamás se recogería. Otro que no pudo casarse, y al que sí le hizo falta la pistola.  

Castigo de Dios y de los hombres en la Tierra

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