La importancia de verse

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¿Qué es?

La virtud entre dos vicios opuestos, el vicio del exceso y el vicio del defecto, en el que la Historia y La importancia de verse son más que una fábula que se cuenta junto al fuego, llegando a ser casi un ángel descoyuntado, limpio de su mirada. Se captura la esencia única de la Pompeya actual y la fragilidad de la condición humana con la pandemia del COVID-19 sin hábitos de penitentes, con hasta las más terribles y duraderas argucias: el amor, y los negocios de las empresas y las políticas, llegando a sentir el aliento de la iglesia en el cogote, pero sobre todo las tentaciones evolutivas y las mujeres, esas que no tienen unas facciones inmancillables.

Todo, en un momento en el que se aprecia de verdad la soltura de hacer las cosas libremente o no, tanto como la gloria de ser jóvenes y banalizar la muerte, porque mueren los ancianos, aunque no todos, ni siempre. En lo sensorial: se oye, se huele, se toca. Un mosaico donde la vida es más fuerte que nada y donde quizás se pueda adivinar la ternura que ocultan las astucias.

¿De quién trata?

Trata de esas personas de trazos desiguales, y del recuerdo de las familias. La curva arrolladora del sentir celos y de casi pretender ser un dios omnipresente abre la puerta a Fabrizio y a Nicoletta. Dos amantes con apellidos: Meucci y Bruschini. Pero lo cierto es que no podemos obviar a Berta, la puta que pone los versos del vivir. Ni, a los familiares de Nicoletta: su abuelo y jefe del clan Don Federico, más sus hijos, como el tal Marco Ciatti. Alguien capaz de besar a otro hombre si fuera el caso, o Pescara y Martino, ni gays ni discapacitados, ¿o sí?

La bruja inquisitoria se ceba con su hermana Chiara y sobre todo su hija (antes de que ella misma conciba su propia existencia), labor y muerte que sufre su cuñado entre sudores fríos.

El progreso lo crea el alcalde Salvatore o el Delegado y tantos otros que descubren que son peores que las mujeres a las que buscan y resuellan, entre reivindicaciones, carismas y mítines.

¿Cuándo se desarrolla?

De principio a fin con la pandemia COVID-19 y todas sus fases, más lo anterior y la condena posterior. O sea, desde febrero a junio de 2020, cuando menos. Vivido desde la Italia pompeyana con la mano en la boca, como un mimo que representa su consternación.

¿Cómo se trabaja?

Desde justo antes de la pandemia ya hay declarados amores perros, quemándoseles las tostadas y descubriéndoseles los parecidos. Se suceden los días y la vida deshace los pedazos de carne teñidas tras las delgadas telas del vivir al serles marchita la epidemia de la primavera a muchos, dando medida a los cuerpos “iguales” de los políticos, que no solo sus mentes, para liberarnos de la tentación de caer en la realidad de la justicia exacta. Porque eso es desvestirse: verse lento, rodeado de uno mismo y de lo que se tiene, los seres y trabajos con o sin el tumulto de la gente.

¿Dónde sucede?

Hacia la Pompeya actual, en la región de Campania. Nápoles. De cualquier forma, se tiene presente mucho más que esa Italia ubicada por debajo de la Roma del poder, dando pie al club de los países que se alinean con los astros -los potentísimos-, y también al de los arrepentidos, con la teoría de la sincronicidad del coronavirus. Sucede, realmente, donde nos evoca el devenir biológico de la existencia: en la verdad. Y la verdad puede ser vulnerable, desgarbada y horrorosa; u otro baño de realidad: tan solo necesidad, amor y trabajos que rediman.

¿Por qué?

Porque es algo espeluznante, emocionante, prohibido. Por encima de todo se comulga, como malos cristianos, poniendo al descubierto una maraña de corrupción y todas esas reglas estrictas de la miseria. Porque la traba es la libertad creativa cuando no se tiene. Todo lo contrario, a ser un pájaro y tener la capacidad de vivir durante meses sin ni llegar a posarse. ¿Y quién no se ha dejado la dignidad por alguien si de vivir se trata? Buscar ese equivalente, parece imposible, pero la Historia nos lo ha puesto en bandeja, sucediendo, cuando ni lo podíamos imaginar.

Pero esto no es todo: el parecido de algunas personas, exilios al menos, y países o entidades, acojona.  Buscando por entre la bilogía nos dimos cuenta que no había que inventar algo que ya existía -la solidaridad- y, escuchando aplausos, se vio también a toda esa gente que le falta algo.

¿Para qué?

Para conversar en la cuarentena del COVID-19 y pensar en las diversas maneras en las que se puede tener o dejar a alguien; también para confesarse a ratos sin tener que decírselo a nadie. Todas y cada una de las vidas tienen sus suspiros en otros tantos lugares, que no solo Pompeya. Asistir a esa cotidianidad y no escandalizarse demuestra que se ha vivido y se vive, que uno es parte o que uno nunca llegó a darse. Y la debilidad fatal antes los déspotas carismáticos.

Si la vida surgió en el agua, lo del coronavirus sucedió en esa Italia. Algunos, al menos, teníamos claro dónde buscar, pues allí había gentes perfectamente adaptadas a los muchos virus. Había quienes querían algo más que un marido, unos hijos, una casa. Poner a prueba al infinito.

¿Qué formato se aplica?

Se escribe en prosa y se trabaja cada párrafo a sabiendas que el mayor reto no era humanizar a un dios, o eso del quedarse en casa cuando se tenía casa. La libertad argumental consistió en documentarse; fueron miles los modos de vida que pudieron brotar y marchitarse a nuestro alrededor. Por supuesto con la mística de la feminidad como la única forma concreta de libertad.  

Había algo de entrañable en el patetismo tragicómico de toda esa vulnerabilidad de las políticas y las epidemias, plasmándose el resentimiento y la miseria moral, se acostase o no uno con la misma mujer todos los días para hacerse con el monopolio de las emociones. Sí, ese brillo artificial del pasado exhibía su verdadero rostro, muy especialmente en la normalidad de Pompeya y esas tierras napolitanas. Sin dejar a un lado la archiconocida pandemia del coronavirus.

El mayor reto nunca fue humanizar a un dios, o eso del quedarse en casa cuando se tenía casa. Menos aún la breve crónica de la paulatina desaparición donde la muerte era el principio.

Pegarle fuego a las cosas siempre fue costumbre de algunos. No solo por el olor que desprende el propio fuego incendiándolo todo cuando se descontrola, que hacia Pompeya fue y seguía siendo una opción. Pero no todos los fuegos eran iguales. El Vesubio tuvo su propio hierro y suficiente material piroclástico y rocas como para hacer muros de lava de veintiséis metros y enterrarlo todo, en una flama de nubes y gases ardientes e irrespirables, a base de su furia colosal y telúrica.

Más, aparte de la lava, la desolación y la muerte, en la región napolitana de Campania habitaban gentes que sabían sobrevivir por muchas trabas administrativas que hubiera, o pandemias que se declarasen. Y no, no eran indígenas, ni personajes, solo ciudadanos del mundo. China, Rusia y otros tantos Estados no le iban a la zaga. No solo la sociedad de Roma fue esclavista. Del mundo clásico rescataron el culto al cuerpo y la necesidad del dinero y el poder, así como la dificultad de conservarlo.

Ni Fabrizio ni Nicoletta eran delincuentes, quizás, se les podría culpar de que de entre toda esa población, fueron de los que menos leyeron al Doctor Zhivago, obra de referencia en esas urbes por el trato al amor, a la historia y a la muerte, pero sobre todo ese amor que se colaba hasta los nervios. Se quisieron querer, y pudiera ser que lo hicieron, en un tiempo; más no creyeron con desmesura en sí mismos, posiblemente. Además, estaban las familias (clanes), esas que humedecían los gaznates sedientos y que custodiaban la moral, que no solo los brebajes o los intercambios comerciales (una de sus especialidades), muy especialmente el reciclaje y todas las basuras, evitándoles crispaciones y llevándose su buena comisión los políticos. La otra parte de ese mando único.

Sobre la alarma generada por el coronavirus (COVID-19), se podría sintetizar en el uso de las mascarillas por norma y la enormidad de fallecidos. Ahondar en ello implicaría entrar en la podredumbre y en el exceso de información. La novela es una obra que evoca la razón del amor: sentirse, estar. Y para tal afecto se precisa, entre otros, verse. Quizás la convivencia de Fabrizio y de Nicoletta fue de idiotas: estando de acuerdo en el desacuerdo de amarse. Y con todo y con eso no dejaron de quererse. Pues la medicina no lo abarcaba todo, aunque se fuera farmacéutica o funcionario de carrera y se viviera entre sectarismos, mentiras, los robos (incluida el arte) y la ofuscación para con el sistema, fuera el que fuera.

Como financiera, ella era buena. Y le gustaba eso del dinero del campo: las subvenciones y la gestión de los números agropecuarios, como tantos otros. Él, más humilde que no desaliñado, según el día, se echó una amiguita. Se sentía solo. Son los inconvenientes del no estar presente. También para evadirse y seguir en ese redil de las comisiones, dentro o fuera. Una puta negra, de esas del dinero en efectivo. No sustituía a su familia, pero casi. Había miles de esas.

Negocios como el reciclaje, el suministro de equipos de protección individual o cualesquiera que pudieran conllevar comisión alguna eran frecuentados por esas gentes, racionales e irracionales. Perros, en definitiva. Aunque no por ello exentos de momentos hermosamente conmovedores, o de prosas directas, sobrias y depuradas, trabajadas en la sencillez del minimalismo del existir y el clímax del presente miserable y un pasado que, aun claramente glorificado, fue mucho mejor.

De esos acentuados contrastes trata La importancia de verse. De la Pompeya actual, donde hablar de cáncer era hablar de ajustes de cuentas. Y donde el jefe no siempre tenía la razón, pero seguía siendo el jefe.

Perdí las lágrimas
Arrugas de vida
Casa África
Sin miedo ni motivo
A solas o juntos
Sol de invierno
Tierra de diversión
Fuerza y sencillez
Se encogió
Un carabinieri
Intento fallido
De los siglos y la historia
Leer en imágenes
Espejito, espejito
Templo de Isis
Foro triangular
Escenas bélicas
Termas centrales
Psicología de universidad
Contando de menos
Hizo su testamento
La peor pesadilla
¡Rehacer la vida!
La emisora hermana
Lanzamiento
Rey de Nápoles
Pizza Margarita
Miércoles
FRABRIZIO MEUCCI (técnico de catastro)
NICOLETTA BRUSCHINI (farmacéutica)
CHIARA  (hermana de Nicoletta)
ALESANDRA Y MARTINO (madre y padre de Nicoletta)
PESCARA (tío de Nicoletta)
MARCO (Joseph Roth, tío de Nicoletta -maneja la familia Ciatti-)
MORA (la tortuga)
BERTA (la puta: negra, ciega y embarazada)
PIPPI MEDIAS LARGAS (Delegado del Gobierno)
DON FEDERICO (el abuelo y sus esposas)
SALVATORE (el alcalde)

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