Tag: estar por debajo de Dios

3
Ene

No todo es el dinero mamá

La primera relación es la de madre-hijo, y todas cuantas conozco nacen doliendo y se viven sufriendo. Todos los cuentos hablan de poner un pie en el paraíso cuando tratan a las madres y los hijos. Nadie los considera reclusos, falsificadores, ladrones. Bajo los vientos de Neptuno ya se dedicaban azotes, si bien con un fondo azul, fluyendo, para que no hubiera tiempos de hielo. “Queridos fanáticos”, es lo más duro que he leído al respecto, con el deseo de borrar las huellas del tiempo y del dolor con un toque mágico, siempre cariñosamente, nunca en repudio, como tapando los ojos con la palma de la mano para no contradecir.

Ni con los ojos del amor se aproximan a tratar esa clandestinidad de otro modo. La experiencia… ¿sirve de algo?

Yo no soporto los efervescentes cambios de humor, ni permanecer demasiado tiempo sin usar la magia. Pago a un mago para que nos haga llevarnos bien. Nos fluye tanto la sangre en las venas que no congeniamos. Nunca lo hicimos, ni antaño ni en los tiempos nuevos.

A su favor, que siempre fue así. La mía, que no provengo de una sociedad patriarcal, y que debo contextualizarlo todo debidamente, hasta su raro amor. El efecto, que soy un tipo de la peor calaña según me caracteriza. Por ello, además del mago tengo un hada, de refinadas maneras y bondadosas virtudes. Esa es para mí solo. Hace de contrapeso a ese aquelarre maléfico de no ser lo suficientemente candoroso con ella, ni saber purgarle los momentos malos. En su orden de madre todo me es desconcierto. Si algo sé, es que no me dio caprichos, ni que destacó por sus dotes de empatía y entretenimiento conmigo, siempre fue alguien de cercanías para afuera, habiendo otro más permisivo. Ella echa la culpa a cualquiera que esté por debajo de Dios.

Sin embargo, no veo nada negativo en todo ello. Hago de hijo. Preferí el mago y el hada antes que el bosque de secretos de la residencia de la tercera edad. Su arquitectura racionalista daba pavor. Una vez la visitamos juntos, de día. Por lo menos el mago la ha hecho rubia, un problema menos para la sociedad. Ahora canta villancicos, cuando no da dinero a los timadores. Resulta frívolo, sí, pero es la vida; la vida en general, nuestra. Todo con su nobleza y dignidad. Ella cree hacer lo mejor, y estar por encima de las circunstancias, independientemente de si son buenas o malas. No le cabe el perdón ni el indulto. Es uno quien ha de ponerse de acuerdo con ella, sus ideales y con la cara de arrugas que no le había visto antes ni con las gafas de leer. Ese torrente inexorable de su tiempo la hace así; y la piel del mentón flácida. Se mueve por inercias o por los impulsos más ramplones, viscerales, físicos y primarios. Uno siempre es infinitamente peor que ella. Se lo noto con el miserable rictus de las comisuras de sus labios. Es su verdad, su encanto, su placer y conocimiento.

Lo de que tenga sentimientos encontrados, supongo que no será por la medicación, esa que lleva tomando siempre, desde que tengo uso de razón, aunque me tilde de insensato; su mano derecha. La humanidad entera está medicada. Es parte del negocio integrado verticalmente. Los que no, son esos de la isla de los inmortales, de donde saqué al mago y la hada. Dichoso momento aquel. Hube de hacerlo cuando se negó a abrir el regalo de Navidad. Era su casa, y prometió no volver nunca, estando adentro.

Cada año, para no perder las esperanzas de un reencuentro, coloco el paquete. Sin abrir. Empujado por la curiosidad. No es por reconciliarnos, sino por ese particular sentimiento suyo: siempre ha de llevar razón, como madre. Y finjo que cierro los ojos, por si de veras vienen los Reyes Magos de Oriente.  

La mayoría de las casas pequeñas son el resultado de una optimización infinita, como los cuentos, llevados a una eficiencia al extremo. Pero este no es uno de esos. Hay lujo y hay pérdidas. Además de una mirada única sobre algunos de los momentos más relevantes, tan seductores como insufribles… Cualquiera se lo dice. Y mira que echo de menos recoger las hojas con ella, ¡menos mal que está el mago en el porche!, extravagante, brillante y audaz: atento. Él sí que la aguantaba, notaba el extraño sabor a sangre de la herida de su lengua.

Y esa hada algún día llegará, con sus firmes mejillas, la nariz recta y los labios frescos: yo ya le di la bienvenida hace mucho, no tenía más remedio, uno debe aguantar y espolearse en la dificultad de ahogarse: es un dolor agradable. Un imposible, besando esas manos que tapan las caras, cual náufrago se abraza a un madero, destacando sobre el gris plata del mar encenizado y el azul intenso del cielo.

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