Tag: Manchester

27
May

Déjese llevar: la necesidad de volver

En los edificios de alrededor las cocinas no mostraban costurones de guerra, ni eran patrimonio de la humanidad de uno u otro modo. El caso es que los dos comieron en tal campo de concentración y mayor ciudadela tal que fuera ese lugar una pequeña cabaña junto a la bahía de un archipiélago con sus procesiones de pascua ortodoxas. A unos diez metros, un trabajador restauraba la puerta de acceso a una torre con trapos que no procedían de harapos de ropa tendida. Lo mejor, siempre lo mejor, es lo que se utilizaba en todo ese perímetro de Deansgate. Y no había manera humana de parar, siempre había cosas que cuidar, ajustar y calcular. La tradición soviética del secreto cobraba importancia en la cara y disimulada ciudad de Manchester, correspondiendo con el hermetismo y la extrema lejanía de todo cuanto no fuera Londres.

La utilización de ese espacio tan señorial engrandecía hasta a los más pueriles. Decenas de cristales de bronce y lámparas de araña, vajillas blancas rellenando los muebles vidriosos al paso de tanta cultura, y centros con rosas blancas, hojas de helecho y brezo pudieron constatar todos en ese gran día, con voces despejadas, nada de carraspeos varios o darse a perder el aplomo. Su Majestad había enviado un emisario.

El cual, ya bien adentro, habiéndose instalado en una sala al efecto, empezó a hablarle con aplomo al comendado señor Griffin:

-Mis amigas y yo nos quedamos con la congoja y la incógnita de ver el papiro más antiguo que tengan ustedes.

-¿Perdón? -respondió el bibliotecario, con galones.

No seamos lacayos, sabe a lo que me refiero. No me encogeré de hombros -pretendió que se lo imaginara.

-Pues bien, profesor. Ordenaré todo. Siéntese -le corrió una silla. Una de 1755, donde se habían leído libros en más de treinta idiomas.

El corte clásico no le desfalleció en ningún momento al emisario real, caracterizado con el rigor del mejor observador. Clases de yoga no se sabe si practicaría, más la espalda firme y tiesa le era, cosa que no abundaba.

Tratado con respeto, sin estrecheces, le ofrecieron y sirvieron té rojo. Al tiempo que otros casi que eran fustigados por tardar de más en abrir el redil, acostumbrados a solo sostener la respiración que no a correr.

Faltando poco para que se lo enseñaran, el bibliotecario encargado se adelantó, aflojando la carrera:

-Señor. Vayamos arriba. Conviene mover las obras lo menos posible, por favor acompáñeme y le enseñaré un manuscrito.

Con un movimiento fulminante renegó y aceptó. Ese lo hubiera atado a un palo. Mary McCarthy, a quien el director había ordenado estar en la retaguardia, entonces salió y una mano áspera la sacudió con brusquedad tomando la gabardina del reputado señor.

 

Extracto del libro Mary McCarthy

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9
Jul

Cosas que nunca se fueron

Habían medido hasta el tono de las voces; semanas enteras anduvieron analizándolas. Si tenían algo claro los de seguridad, es que no valía con observar lo que se hacía, sino que había que observar hasta lo que se pensaba. Casi cinco kilómetros en una dirección y otros tantos a la redonda no se podía caminar. Era un mundo más sostenible, más plural y más solidario de no estar en cuarentena. ¡Y el país lo había elegido! Los cafés, descafeinados, por cuando los pies parecían enormes y se les salían de las piernas a esos de gabardina azul, entrenados para todo tipo de vicisitudes.

Hasta John Connolly se congratuló del cambio de decisión de su amigo y colega Griffin, el mismo de los largos y tristes días y tediosas noches:

Desde siempre, ser lúcido y de donde uno es aparejó gran amargura y poca esperanza. Hasta el papa rompió su promesa para convertirse en Pontífice. Todos los gobiernos son más o menos estúpidos, tienen altercados y levantan terraplenes.

-Sí, ayer y hoy no se está hecho para el ancho mundo -admitió-, el yihadismo no es el problema; demográficamente todos nos ganan mi buen amigo -respondió sin entretenerse apenas, dejándole hablar, muy pendiente de que su gato no se olvidase de coger las zapatillas en su inocente falta de respeto al dolor, y sin entrar en detalles por cuanto su amigo había pasado de ser el obispo de los pobres al de los despidos. Otro que había olvidado lo que era ser como ellos-. Es usted un hombre entre un millón, padre-. Esgrimió el señor Griffin a John Connolly.

-De lo bueno aprendes, de lo malo sabes -practicó el amigo John Connolly-, al final se acaban las oportunidades. No queremos ser niños toda la vida. Las guerras están hechas para los hombres de negocios, no para la gente del campo.   

El judío director iba a pasarse por la sinagoga a perjurar en hebreo, como aquella primera vez donde salió a recibir a su majestad la reina madre. Ese día le importaba, se iba a poner la Cruz Victoria, el más alto honor que el Gobierno Británico había dado a un bibliotecario. Como hombre cambiaba de opinión; de estar su mujer viva no lo hubiera dejado (les hubiera llegado a los tímpanos el ensordecimiento). No obstante, en Manchester había hombres cuya lealtad a sí mismos les hacía peligrosos, frágiles y hasta muy osados, valientes hasta la insensatez. La emoción por el nuevo año en parte ayudaba. “Los científicos dicen que el primer hombre que caminará sobre la superficie de Marte ya ha nacido” incorporó a su discurso de arenga y ejemplaridad para con los suyos. Regio y presuntuoso. Y cómo no, el suspiro de buen whisky, eso sí, en su despacho, con los pinceles y sus horribles creaciones: tenues, de un día con tres otoños.  

 

Extracto de la novela Mary McCarthy

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21
Mar

Mary McCarthy

Nadie es más esclavo que quien falsamente cree ser libre. Así es la obra: Mary McCarthy, donde no se sabe si perdonar sería la palabra adecuada, pues las historias no cambian las ideas.   

Las horas que necesita la locura de la ciudad de Manchester y la complicidad a través del tiempo hacen que algún que otro personaje nunca haya tenido dieciocho años porque estaba trabajando; y no tiene reparo alguno en confesar que lloró mucho. Con ternura, pero con crudeza; y una joven con una sensibilidad especial que nos brinda ese enlace truncado que nos permite reponernos de las heridas causadas a través de la reflexión y la melancolía conforme avanza el texto, sutil y perturbadora. Otra manera de apreciar todos esos días quietos de los seres viajeros.

Mary está en Manchester, justo en la trastienda de una apreciadísima biblioteca, y donde se explica el por qué los hombres blancos enfurecidos consiguen lo que quieren. Sí, es una sociedad llena de contrastes: modernista en los albores y tradicional en el cuño del dinero y el poder, como siempre fue y será. Narrar las peripecias de humildes y grandilocuentes abnegados aporta frescor y belleza, aunque apenas tengan espacio para vivir.

No en vano, es un clásico inspirado en muchas generaciones de mujeres luchadoras, y hombres. Con humildad, insurrección y estrategia, sale a flote el conflicto del Reino Unido por ser precisamente eso, un reino. Escocia, las Irlandas, Gales e Inglaterra abren esa rara ventana al mundo de la corona interior y los viejos pupitres.

Además, se cuenta la leyenda de la biblioteca John Rylands. Una especie de credo empañado por el poderío de alguien que se hizo rico con los telares de algodón y los que en su mitad vagan por estar completos.

Pero es Mary McCarthy la que pasa de princesa y ordenanza de esa biblioteca radiante a criada en casa de príncipe. Una emoción que se produce, como todo, en el Reino Unido: enmascarado. O no tendría jamás la oportunidad de acercarse a ellos.

Otra frase que podría resumir esta obra, sentimientos podría albergar el gato Garlan o la propia Marilyn (su alter ego), alguien que no sabría llorar y algo por lo que vivir, vendría a ser: Cuando los inviernos eran inviernos.

En definitiva, se supera el poder y la depredación en esa ciudad de Manchester, viajando, en el cercenado y peligroso, que también placentero, mundo de Mary: la que nadie saca a bailar más que por un compromiso. El señor Griffin, un galés, irlandés, escocés o quizás hasta francés de pura cepa, pudiera hacer que todo cambie, tanto como que puede convertirse en una pesadilla para la mismísima Reina Isabel II. 

¿Nos robaron la juventud con todos esos cuentos para niños y niñas felices?, ¿cuál es el oficio de vivir bien? ¿Pagarse cada uno sus balas?

 

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