Extraños (Blog)

28
Mar

Gánate mi perdón

Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos sigilosos hasta donde el techo de los árboles, en plena naturaleza.

Ahora bien, lo más importante en cualquier decisión siempre era ceñirse al plan. Para otros, en cambio, nunca volver atrás.

Con un cierto sentido de expiación esto último intentó él. Como persona insistía en el viejo vínculo entre las palabras y las cosas en ese duelo dialéctico y emocional habiéndose tomado el matrimonio unos días para descansar, por aquello de la Semana Santa.

No obstante, la singladura de sórdidos recuerdos no les abandonó. “Te voy a hacer daño como nadie te lo ha hecho jamás” recordó haberle oído él a ella. Una mujer que sabía que los hombres débiles eran los que en verdad hacían daño. Quizás, por eso, fue ella quien mató a sangre fría y dejó el cadáver en el sótano. Un territorio de muda expresión donde la incertidumbre omnipresente subyacía a base de varias cámaras frigoríficas, repletas de vidas que les rozaron por un breve tiempo.

Los que somos así no podemos disfrutar del mundo” se justificaba ella, guapísima, añadiéndole “no hay que mezclar el corazón en esto”.   

21
Mar

No era paz, era silencio

La primera vez que le seguí se llegó hasta un extraño lugar de su calle, al comienzo de la parte alta, y desapareció por el portal de uno de aquellos edificios. Ninguna tela disimulaba o apaciguaba del todo su estado, sin vacilaciones, sin tropiezos; y el aspecto acogedor se agradecía, como los edificios que se distinguían desde abajo. Pero no se oía ni una voz ni un ruido.

Yo había cumplido sus instrucciones cabalmente, y le había prestado la mayor atención en estricto silencio. Además, uno siempre tiene la excusa del azar, de la involuntariedad, de la coincidencia. Y eso que estuve a punto de soltar una voz y de descubrirme con ello.

Le gustaba caminar, es cierto, aunque también se decía que fingía de maravilla. Si bien, ahora que a mí me han dado la noticia, en seguida comprendí tal necesidad. Y soy yo quien no quiere hablar. También hay quienes cierran los ojos para ayudarse a imaginar que todo es un sueño y que el diagnóstico es otro.    

14
Mar

La carne de los románticos

La belleza y la alegría se teñían de un profundo sentimiento de pérdida y desesperanza en un futuro lleno de incertidumbre. La nostalgia, ese hábito que le inculcaron desde niña, venía a serle su línea del horizonte. Le daban pena hasta las baldosas del suelo.

No obstante, ella hacía el tipo de cosas que cualquier otra mujer haría, dándose a la naturaleza secreta de las cosas como si nada, como si nadie, como si todo y, en días, se trasladaría a su nuevo puesto de trabajo, lejos de él. Al menos, era lo que solicitó tras años de perplejidad y amor exhausto, incapaz de cumplir las reglas que ella misma se autoimpuso, con una atención reducida y dispersa, impedidos por no saber darse amor.

Él, también tenía la impresión de que estaban en el Titanic.

7
Mar

La cita de los viernes

Con la esperanza de que se quedase, ella se inventaba cada viernes un pretexto para aplazar la partida; es más, se prometía no mirar la hora del reloj. Ella lo entretenía, como que mostrándole sus riquezas de mujer y dándose al buen vivir. Él se dejaba querer, sin darse cuenta de que la alentaba; y a su modo resultaba agradable entregado al amor.

En suma, cumplían y callaban a base de murmullos y gemidos, sumidos en ensoñaciones varias y esa parte del día de cada semana que los gobernaba haciendo como que nada antes hubiera pasado guardándose fidelidad y, por otra parte, deseando tener hijos.

De vuelta a casa era cuando cada cual miraba al cielo y echaba cuentas: llevaban, entre los dos, sin desaires ni muchas cavilaciones quince muertos; uno por cada semana.

29
Feb

Los esposos se abrazaron tiernamente

Él, domador de caballos; ella, de las de llorar con lágrimas. Quien corrió a esconderse. Pero su antiguo esposo consiguió alcanzarla.

Cuando ya no quedó nadie a quien matar, los caballos dieron gracias a los dioses por seguir vivos, eso sí, les costó salir hacia la llanura no dejando de pisar cadáveres. Una llanura iluminada por el incendio que se extendía a su albedrío.

Henchidos de alegría, y mientras el fuego profetizaba la nueva realidad, aparecieron gentes de todo tipo, y enormes animales, lentos y aprisa. El humo no tuvo remilgos algunos. Desolación, ruina; se presentía un desastre inminente.

Y sin embargo ella, la agorera, desventurada, con los cabellos revueltos y los ojos llorosos, percibiendo el olor del incendio, apretó y apretó más hasta que pudo con el cansancio y la embriaguez, volviendo a la tierna realidad, dejando aparte la irritable pesadilla.

Ya tendrían tiempo de reconstruir la parte derribada. Tocaba seguir abrazándose y vencer a la expresión de gran pesar que por tanto tiempo les ató las manos a la espalda, consciente de que jugaba su papel como si continuaran enfrentados a unos enemigos invisibles. Girándose él para evitarle el aliento, agitando convulsamente brazos y piernas, sosteniéndole ella, cansada y sucia de sudor, polvo y sangre, antes de retirarse a descansar al aire libre o donde la fuesen a enterrar, juntos o separados.

Su hijo al cuidado de su tía, y ya iba para tres años… otro que con feroz impulso presentía la victoria del descanso, así como su abuelo, quien enmudecería junto a los cadáveres rechinándole los dientes como un león herido, padre y abuelo, quien jamás la enseñó a beber. 

22
Feb

Luego abrieron las puertas de palacio

Elena acababa de volver a su alcoba, donde ya dormía Nicola, su nuevo marido. Al tiempo, el valeroso Simón, que también la había visto en cueros se subió a la torre y encendió una antorcha.

Era la señal. Entrarían. Con barcos y sin barcos. Casandra, la hija agorera era la única que presentía un desastre inminente.

Elena a lo suyo, abriéndose sigilosamente a los centinelas, que otrora época la hubieran dormido y degollado. Pero tocaban tambores y flautas, y había vino y licores importantes en la cantina. Al fin y al cabo, era una jornada en la que celebraban la victoria, y pensaban que ya tendrían tiempo de reconstruir la parte derribada.

Fue un choque terrible. Dolieron los brazos fatigados, y hasta los más viejos desfallecieron. Las espadas contendieron con las lanzas, y las flechas llovieron en todas direcciones. Solo que algunas flechas fueron distintas, de quemazón, que hicieron que varios cuerpos se retorcieran por sus adentros, más terrenales, con los rasgos distorsionados por el veneno y el dolor de la venganza. Casandra, que jamás se volvió loca, ni con la aurora del décimo día prendiendo fuego a la pira; Casandra y su voraz ponzoña, arrojó los pies de su hermana Elena a los afligidos vencidos: su cena.

Elena, que siempre la consideró una niña, y quien quiso ayudarla, por dentro y fuera de las murallas. Ahora bien, las honras siempre fueron las honras. Eso sí, cada muerto merecía al menos un rastro de su nombre en el viento. Y Simón la despidió. Otro que caería con los pies por delante.

Nadie entendió cómo Nicola pudo haberse clavado la espada una vez muerto.