Había encontrado el sitio donde ahogar un grito en la garganta. Tiempo atrás pegó brincos en la cama, persiguió a la gata bajo la cama y las cortinas, hizo círculos verdes, miró lo alto de la hierba, y hasta oyó susurros a su derecha.
No estaba en agrestes senderos, ni el pantalón se le enganchaba en la maleza o caminaba con cautela ni sospechaba de zumbidos que le salían de sí o del horno.
Había encontrado su sitio. Un mar gacho y apagado de silencio inmediato cuando lo precisaba. Donde dar pasos. Y en otros, de acelerarse y converger en los rugidos.
Todo, de forma impulsiva, escabulléndose.
El anillo reposaba sobre el fondo. El rubio oxigenado jamás le favoreció, ni el jodido pañuelo que lo tenía todo y no tenía nada, siempre cogido por la gravedad de la luz: hasta en la cuaresma de sangre.
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…