Extraños (Blog)

17
Oct

Su risa

Hubo un tiempo en el que no hubo nada más importante que su risa.

En la gloria de su desnudez la recordaba. Con y sin aire vengativo.

Ahora bien, no guardaba sus secretos tan bien como creía.

Ya se oían las sirenas. Y la agonía le obligaba a definir lo indefinible:

En España los muertos molestaban. Otra cosa es que le creyeran.

PEBELTOR

10
Oct

Miraba a la gente a la cara

A su modo miraba a la gente a la cara y se los imaginaba de mayor. Sumaba libros, si bien, no los leía hasta que terminaba el caso. Una mujer que nunca aceptaba nada de nadie gratis. La criatura más fuerte cuando tenía las cosas claras.

Pero un caso pudo con ella. Una maldita fecha para quien siempre supo ser humilde y hacer de cada día algo bueno. ¡Ni en cien años de perdón llegaría a ser la misma!

Desde entonces se pasaba el día leyendo, encerrada. Unas veces en la terraza y otras en la cocina, el dormitorio o el sofá. El sonido de las campanas sofocaba las voces que llegaban desde la arboleda… seguía reconociendo su voz con tono apremiante, notando una punzada en el pecho, invadiéndole las náuseas el estómago. Tensionada.

A pesar de ello, se decía en los mentideros que era la única del barrio que tenía porvenir. Un milagro del cielo habida cuenta de que su madre había tenido varios embarazos fallidos otrora época, no tanto por la afección en el hígado.

De noche, eso sí, perfumaba la cama. Ir a un sitio lleno de putas, traficantes y gente colocada tenía su magia. A veces una persona no quería sanar algo que dolía, porque quizás, ese era el único lazo que quedaba con esa persona.

Los duelos eran así, no terminando nunca de decirse adiós. En un pueblo de esos, de piedras contra balas, no tan lejos de la ciudad. De mujeres contra hombres. Siendo ella sus síes y sus noes. La que miró a la cara a su marido, muerto, identificándolo y debiendo apartarse salvajemente de él; ella y todos los silencios que hubo de entender y las cosas que hubo de guardarse.

En su andar por la vida, su marido, de oficio escritor, dejó huellas bonitas.  

3
Oct

El hombre más buscado, y padre

Se intentaba hacer una composición de lugar. Era abogada. También conmovedora y compasiva. Heredera de un banquero de la ciudad de Hamburgo al borde de la quiebra. Bien formada.

Oía el ruido metálico de las bicicletas detrás de ella, seguida de un golpe sordo y ese golpeo que siempre daba miedo. O eran solamente dos coches que pasaban.

Por un designio de la vida, la ordinaria chacha la tenía calada. De joven, ella solo quiso estudiar medicina, y ni con esas. Así y todo, mantuvo sus sentimientos bajo control.

No obstante, era salir de la ducha y su cuerpo la reconcomía. La pelirroja siempre fue mucho más que un frutero o alguien a quien llevar en el Volvo familiar.

Escatimando como siempre elogios, la hija de la señora de la limpieza la esperaba y reclamaba. Una vez seca se irían a su habitación, sin gota de maquillaje ni nada visible sobre su piel para que la de expresión ceñuda, en magas de camisa y tirantes, que no cofia, albergase verdaderas esperanzas de enmendar los hábitos de su jefe: el padre de ella. Muy dado a sus silencios eternos, con recelo y desazón. Un hombre bien educado.

Padre e hija, banquero y abogada, de esos peores que las ratas portuarias, de ida y vuelta. La chacha, otra pobre diabla, si bien, criada en el Imperio Británico. Y su hija, capaz de estrangular a su propia madre, la que llevó a la quiebra a toda esa familia, y eso que no sabía que en verdad no nació de un matrimonio anterior.     

26
Sep

Pronto llegó el otoño, en rigor algo enfermizo

Para lo único que le quedaba un poco de conciencia, fuera de lo presente, era para percatarse de que el amor siempre le fue más de marido que de amante, y que por su parte ella siempre fue más madre que otra cosa.

Fue tan lejos en este vejamen de sí misma, que no paró hasta echarse la culpa de todos sus males, acuchillándose con una exaltación malsana. En rigor algo enfermizo

Todo, mientras sonaba el ruido confuso de las despedidas y las murmuraciones, chismes, dejándola hacer, por más que pareciera inverosímil. Otro más, otra menos, a pesar de la delicadeza de Don Víctor, que se ofreció, quien aún sentía una indecisa esperanza cual sabor con perfumes, el de la carne rebelde y desabrida de emociones contradictorias, amigo de su marido. Un cura muy presentable, que junto al otro solo entendía de tomar el sol cuando les preguntaban.

La viuda y guapa, muy guapa, insistió en sostener que le debía la vida y se la quitó bajo un chillido de mal género

El primer disgustillo de Don Víctor en ese otoño, pues todos ardían en el santo entusiasmo de la maledicencia, cuando en la soledad del campo y bajo unos aires tolerables se les había abierto el apetito de la murmuración, y otras indecencias, justo en ese pueblo, el más bonito de la provincia.

El entierro fue cerca del anochecer. La esencia del vestir bien estuvo en la pulcritud y en la corrección. Desde el alcalde y cura Don Víctor, hasta el último santo y vástago.

La exageración adocenada se sucedió luego. En honor a la verdad, no mucho tiempo después, disimulando difícilmente el bochorno. Algunos, algunas. Que ya les había llegado su otoño, pareciendo ridículos y vulgares, como cada año de graciosa tensión y vellos negros algo rizados.

Los demás pueblos opinando, y como que esperando a tener su demonio de alcalde y cura. 

 

19
Sep

La música actual me cuesta, se decía ella

Doña Petronila fue su madre, y también la madre de su madre. Ella no, era más joven, si bien, comprimía un chillido de mal género cuando escuchaba ciertas músicas. Y no por antigua.

Le horrorizaba la idea de que la consideraran anticuada, y sin perder un ápice de su dignidad, ni dándole mayor gravedad, insinuaba con la voz y el gesto el horror de música en general, tal que sacudiéndose el polvo de las manos y el sudor de su frente.

No le gustaba. No le terminaba de entrar esa música. Peor; peor que peor… y lo que temía es que otros se enterasen, porque a priori a todo el mundo le gustaba esa mierda de música de su tiempo. Todas, sin excepción.

Su madre llegó a tener otros motivos para no engordar: unos amores románticos rabiosos. Ella había heredado su canto llano y sus canciones a la luna. Y a poco se encerraba en el cuarto… tenía horror a las corrientes de aire, no obstante, a eso que el reloj de la catedral daba las siete y media, no había más desafíos y en conjunto reinaba la mayor.  

El padre ventilaba la cuestión a palos, y acudía al juez si le ofendían… Lástima de sí mismo. Parecía saber mucho más de la muerte que de la vida.

Doña Anuncia, hermana de Petra, con prudencia disimulaba tales asperezas, que algo más que comida se llevaba a la boca con y sin jovial concordia.

Siglo XIX de pobre solemnidad, y casi que también el Siglo XX,

y XXI de tristeza resignada… fatal expresión muda.  

12
Sep

Cada uno llora lo que siente

Al fin su hijo era un sacerdote y ella era una cristiana. Él sí que no merecía besar el polvo que pisaba aquella señora. Doña Ana, no obstante, prefirió darse un baño.

Al día siguiente, cuando fuesen a hacerle la alcoba, estaría la cama levantada, tiesa, fresca, sin un pliegue. Las butacas en su sitio, así como el orden de los libros.

Ese fingimiento era en ella segunda naturaleza. Su hijo era como todos, como todos los hombres, siempre fuera. Y ella de limpieza exquisita, de sobriedad y de la severidad misma.

El parentesco era cosa del parentesco, y ya iban tres. Otros dos y su padre. Uno que no servía para ver morir a una persona querida, que pecó de hablador cuando fue hombre de excelente sentido y no escasa perspicacia.

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