Fue magnífico verle tocar. Era uno de los recuerdos más vividos que guardaba de su infancia. Fue como la primera vez que vi aviones volar. Su madre nunca había llorado delante de él. Sollozó hasta casi quedarse ciega. Ni siquiera se había imaginado que fuese ella; la voz nunca le fue extraña.
La rubita bajita de ojos azules y larga cola de caballo no es que le buscase tres pies al gato. Su madre, de pronto, hizo cosas importantes en el mundo, sí o sí. Ése fue uno de los servicios, los otros, conseguir una buena transformación. Pasaron semanas, y con las fotografías ya en permanente exhibición, empezó a reconocerlo gente extraña; si no era el chaval del escaparate ¿por qué ese exceso de emoción? ¿Por qué sí?, ¿por qué no?
Ni los músicos minimalistas o los de las óperas tan modernas. Toda la gente criticó. De habérsele puesto la piel oscura jamás hubieran llegado al ´ni contigo ni sin ti´. Una con largo cabello y otra con pelo corto se estrecharon mutuamente entre los brazos, dándose estabilidad. Y no en cualquier sitio, sabían dónde se encontraban. ¿Quiénes no eran necesarios? ¿Qué quería decir con eso? Sencillamente, rebatir lo de esas cosas no pasan.
Retirar la denuncia y no enviar a nadie a la cárcel, hasta de los que trabajaban de 8h. a 15h. fichando a la entrada y a la salida, fue otro agravante. Había horarios infinitos. A su madre le entró tal pavor, que le dio tanto miedo de quedarse sin su hijito que estuvo a punto de perder el juicio. Ella se confundía, no por miseria a mansalva. Sabía que su criatura tenía más de cuarenta y uno, pero no ese capitalismo de acumulación. Infinito porque lo llamaba de todo: ¿Estás enfadado contigo mismo, Archie, Rose? Tía Mildred sí que se fue a Berkeley, como si se hubiera visto obligada. No pudieron estar más de acuerdo.
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