No era un economista, ni juez, menos aún médico, farmacéutico, profesor, biólogo o gestor cultural. Era alguien que vendía, visitando a otros con mayor cualificación académica para que recetaran a ese laboratorio que representaba. Y jamás fue a una Olimpiada, tampoco recuerdo verle presumir de nada… todavía un compañero suyo se acuerda y de cuando en cuando deja algo en la puerta de su casa; lo último, una caja de melocotones, de esos que se consideran destrío cuando uno hace la compra y no se aceptan de buen grado. No me cuesta mucho remontarme en el tiempo y verle llorar, tartamudeando al saber la noticia. Aun así, al día siguiente apareció por allí, y junto a su mujer nos acompañó un rato; por supuesto no dijeron nada. Se sirvieron de ese estar y no salirse de la raya. Eso sí que son economías circulares, políticas fronterizas o venderse humo del bueno: es la rendición extraordinaria. Toda tu puta vida preguntándote si de verdad sirven para algo, y tener que depender del valor de unos melocotones desiguales y con arrugas, necesarios de todos los silencios.
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…
La primera vez que le seguí se llegó hasta un extraño lugar de su calle, al comienzo de la parte…