Sin una cohorte de escoltas ni llamativos vehículos que hicieran de parapeto, Friedman volvía a tener al alcance de su mira a otro. Sin entrar en detalles, para él, todo viandante era malo. Una persona normal y a la vez extraordinaria. Y ya no se detendría ante las pataletas de nadie. Decidía él. Cada uno de los tres empleados era dueño y señor de sus decisiones, por jerarquías que hubiera, dándole franqueza y realidad a esa burbuja de denostada riqueza y locura creativa. Había mucho dinero de por medio, y lo sabían. Una idea no pasaba de un idioma a otro sin cambios. Le habían puesto precio a la niña rica.
-Nos la han jugado. Vienen a por nosotros otra vez.
-Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, segurata. El hambre hace salir al lobo. ¿Es ese?
-Sí, capullo. Cuando termine con él te reventaré los sesos, negrito. Aparta tu aliento.
La patria les era esa a los empleados, allí donde resonaban sus lenguas. Cynthia aún no podía pensar del todo. Lo emocional, lo intelectual, se le cruzaba. Ni creía en Dios, ni anhelaba demás existencias. Esther Doña le había curado la aflicción de esa fuga con un buen calmante de los suyos a mano abierta, y todavía estaba bajo sus efectos (demasiado hielo en la mandíbula y un pómulo). Los únicos reaccionarios eran ellos, los hombres, que por suerte no gritaban ni gimoteaban para evitar escucharse el uno al otro.
Friedman era un cementerio de ideas muertas. Matar siempre era la solución. Hubiera matado a la niña de no ser por los otros dos, y al matón de los Connolly. Texas, en cambio, lo quería coger vivo. Los paraísos, los aviones privados, no entraban en la ecuación. Se habían dado cuenta de que les habían tendido una trampa, quizás su propio jefe, el señor Denson.
Había que decidir en corto.
-La verdad es que la razón es el enemigo de la vida -sugirió Esther Doña serenamente-. Matadlo.
Extracto del libro Lo tenía todo, y no tenía nada
Demasiado actual, por suerte y desgracia:
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