Cada noche acude a ese rosal mientras recojo. Coge su infusión, bien calentita, y con una mano en el bolsillo y la otra en el asidero de la taza, se acerca a la plantita. Esos té con leche y yo somos uno, extrañamente.
–Cariño sé que nunca serás feliz cocinando para otro– tartamudeó la otra noche, tenía algo de fiebre. No suele ponerse malo ni hablar abstracto en la mesa.
Yo, que lo conozco, terminé de cuadrar su flechazo, obsesión y paranoia. Veinte años lo menos. La tos fue y será la culpa maldita.
Desde entonces sé más de esa particular sensibilidad del más allá cuando me dice que tengo los cabellos morenos siendo rubia… ¡Hermana mía!
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…