Aceptó el café, tan castaño como sus ojos, que se desenfocaron. Ella le sonrió, sembrándosele las mejillas de los ininterrumpidos hoyuelos, al tiempo que se dividía el perfume. Ella, más la emoción más íntima a quien procuró no turbar.
Cada mañana, o tarde, cuando los turnos se lo permitían, con el mejor humor adelgazaba su estresante ritmo ataviada como aquella vez, o casi, incluso con los pendientes de perlas falsas; hacía eso que para su hija era un sinsentido, o un juego más, por joven. Sujetándose a las ventanas las abría, después, miraba afuera de la habitación; la que permanecía a puerta cerrada salvo en ese albor, en la que algún que otro día sufrió su arrojo restregando las paredes con estropajo.
Era la rutina; como si todavía le besase un lado de la cabeza y luego lo soltase, cosa que jamás hizo ese corcel de bebé tan diferente, y tan igualito a su madre, desde el mismísimo momento en el que la morena empezó a tener barriguita, en un mundo tan desesperanzado y terrible. Nunca admitió el cheque del otro.
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
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Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…