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No podían comprar el futuro

No podían comprar el futuro, no podían comprar el tipo de vida que querían. La nostalgia les era como otras enfermedades, les hacían sentirse fatal hasta que pasaba a otras personas.

No obstante, tan pronto se creían el emperador de París bajo el disfraz de un comerciante, que se veían pequeños para trabajar y hasta para poder mendigar.

¿De qué valían las líneas rojas? El mundo les era dispar hasta en los cuentos infantiles. Niñas y niños. Todos. El purgatorio del insomnio no les llevaba a contar ovejas irremediablemente. Todo en un mundo enmarañado, en el que se creaban cosméticos a partir de las cenizas de bosques quemados con la excusa de devolverles la vida.

Y con esas, deseo era la palabra. Lo que sentían las personas. Ese ardor que los años no apagaban. Todavía deseaban, y todavía sufrían la sensación de conocer a alguien que no quisieran que se fuera nunca. Vivían en un sinvivir, pero vivían, o lo intentaban, acorralados. Porque cada palabra destruía o edificaba, hería o curaba, maldecía o bendecía.

Todavía había casas y personas de esas, y casi que barrios aguantando la presión, retenidos, empequeñecidos y engrandecidos. Según se mirase había demasiada gente, en unos y en otros. Sencillos, aparentes.

Con perspectiva, es como si hubiera llovido y todo reflejase una vida limpia y tranquila, pero no había lluvia. Toda una bella ceremonia de ensayo de la muerte, homogeneizando a las personas, como si fueran robots y así evitar definir rasgos. La evolución esquinada. El negror de la claridad meridiana. Lo que fue la vida y seguiría siendo.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: comprar el futurocomprar el tipo de vidaemperador de París

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