No podían comprar el futuro, no podían comprar el tipo de vida que querían. La nostalgia les era como otras enfermedades, les hacían sentirse fatal hasta que pasaba a otras personas.
No obstante, tan pronto se creían el emperador de París bajo el disfraz de un comerciante, que se veían pequeños para trabajar y hasta para poder mendigar.
¿De qué valían las líneas rojas? El mundo les era dispar hasta en los cuentos infantiles. Niñas y niños. Todos. El purgatorio del insomnio no les llevaba a contar ovejas irremediablemente. Todo en un mundo enmarañado, en el que se creaban cosméticos a partir de las cenizas de bosques quemados con la excusa de devolverles la vida.
Y con esas, deseo era la palabra. Lo que sentían las personas. Ese ardor que los años no apagaban. Todavía deseaban, y todavía sufrían la sensación de conocer a alguien que no quisieran que se fuera nunca. Vivían en un sinvivir, pero vivían, o lo intentaban, acorralados. Porque cada palabra destruía o edificaba, hería o curaba, maldecía o bendecía.
Todavía había casas y personas de esas, y casi que barrios aguantando la presión, retenidos, empequeñecidos y engrandecidos. Según se mirase había demasiada gente, en unos y en otros. Sencillos, aparentes.
Con perspectiva, es como si hubiera llovido y todo reflejase una vida limpia y tranquila, pero no había lluvia. Toda una bella ceremonia de ensayo de la muerte, homogeneizando a las personas, como si fueran robots y así evitar definir rasgos. La evolución esquinada. El negror de la claridad meridiana. Lo que fue la vida y seguiría siendo.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…