Categories: Extraños (Blog)

Vivir, y trabajar

No dije nada más, no hizo falta. Se serenaron, pero no quisieron sentarse a mi lado. Ella volvió a la butaca e intentó cruzar las piernas para luego descruzarlas, mirándome sin decir nada. Él mantuvo el tono que siempre le había dado buenos resultados, fijando los ojos en la falda de ella.

-Tú y los estadistas planetarios.

El velo de humedad y no pretender ser un arrogante con los mayores me llevó a salir.

Y entonces pasó de nuevo. Podía estar sordo, pero no ciego. Se movían alegremente, reían. Y todo sin venir a cuento. Así llevábamos ocho días. Todas las mañanas salía pronto y ahí estaban. Mis caminatas no tenían otro propósito que convencerme a mí mismo.

-Es que eres muy joven -me decían-, pero no te preocupes hijo, que se te pasará en un suspiro antes de que te des cuenta.

Solo que seguían y seguían aquellos que no levantaban la vista del suelo. Hombres y mujeres agotados de cansancio, carcamales que no paraban de bailar. Todas mis vísceras competían ferozmente por no ver más ese tumulto. Sentarme en la mesa de la cocina con un cigarrillo entre mis labios y la botella de anís no me curaba del susto. Y siempre el mismo susurro rítmico y entrecortado, que me invitaba a volver a la cama y dejarlos tontear.

-Vuelve. Tienes todo el tiempo del mundo para hacer lo que siempre has querido. Disfruta. Algo habrá que hacer para soportar esta mierda de vida, ¿no? En tus días malos te quiero el doble.

El compacto silencio de la noche abrumado por el sonido real, de la libertad total de hacer lo que a cada cual le diera la gana, no me permitía hacerme ilusiones. Eso no podría estar pasando en mi época, en mi país. Trabajar tampoco ayudaba; el ejercicio de la medicina me estaba convirtiendo en un experto en pijamas con tanto robot y, sin ninguna enfermedad.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: bailarcarcamalesmierda de vidaocho días

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