Esos silencios que reclaman sus espacios, o los espacios que no se llenaron, nos llevan a lo mismo: al afán compulsivo de etiquetar. Todas las palabras no pronunciadas pasaron, y las vergüenzas no arrojadas, jamás tendrán sus indescriptibles sensaciones. Ausencias, sombras… espacios desnudos y silencios de transición: estraperlos. Pacifismos mediocres. Desidias donde la estupidez insiste siempre. Idearios.
Ahora bien, la naturaleza tiene su libre albedrío con ese afán compulsivo de etiquetar, también; naturalezas que cubren las ruinas haciéndolas bellas, con nuestros tiempos, nuestros silencios y nuestros espacios. Abrazos rotos.
Con las políticas de hoy y ese absurdo no parar, si acaso, se corta, se quema y se envenena un tumor, la persona; en un tiempo, lo mismo con ponerse uno recto se tiene la inmunidad, curándonos los desórdenes y el esperpento… En fin, silencios, espacios, tiempos: afanes que todavía están muy verdes.
Cara de niño querría tener siempre, y no saber; dejando a los zorzales el alba, y los llantos para una despedida: una. ¡Menos mal que cuando un hombre muere!, y se extraña, siempre llega la lluvia, llenando las ausencias, las sombras y los espacios desnudos; silencios de transición en sí mismos. Indescriptibles sensaciones: naturalezas de la naturaleza, verdes buenos, con nuestros tiempos, nuestros silencios y nuestros espacios. Abrazos rotos.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…