Con ese afán compulsivo de etiquetar: dolor y gloria

Esos silencios que reclaman sus espacios, o los espacios que no se llenaron, nos llevan a lo mismo: al afán compulsivo de etiquetar. Todas las palabras no pronunciadas pasaron, y las vergüenzas no arrojadas, jamás tendrán sus indescriptibles sensaciones. Ausencias, sombras… espacios desnudos y silencios de transición: estraperlos. Pacifismos mediocres. Desidias donde la estupidez insiste siempre. Idearios.

Ahora bien, la naturaleza tiene su libre albedrío con ese afán compulsivo de etiquetar, también; naturalezas que cubren las ruinas haciéndolas bellas, con nuestros tiempos, nuestros silencios y nuestros espacios. Abrazos rotos.

Con las políticas de hoy y ese absurdo no parar, si acaso, se corta, se quema y se envenena un tumor, la persona; en un tiempo, lo mismo con ponerse uno recto se tiene la inmunidad, curándonos los desórdenes y el esperpento… En fin, silencios, espacios, tiempos: afanes que todavía están muy verdes.

Cara de niño querría tener siempre, y no saber; dejando a los zorzales el alba, y los llantos para una despedida: una. ¡Menos mal que cuando un hombre muere!, y se extraña, siempre llega la lluvia, llenando las ausencias, las sombras y los espacios desnudos; silencios de transición en sí mismos. Indescriptibles sensaciones: naturalezas de la naturaleza, verdes buenos, con nuestros tiempos, nuestros silencios y nuestros espacios. Abrazos rotos. 

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