Y así fue como el rostro se le llenó de arrugas. Entornando los ojos como si tratara de imaginársela. Ni demasiado joven, ni hermosa. Pero de las que abrigaba los pensamientos. Y capaz de sonreír con sarcasmo hasta con viento gélido. Un gesto casi imperceptible.
Con todo, el mundo estaba lleno de mujeres que tocaban el piano mejor que ella. Otra cuestión es que la aceptó como alumna. De ahí que se esforzara en mostrarle su lado bueno, no solo las piernas largas y delgadas.
La suya no fue la típica relación de pareja. Cuando se despertaban juntos tenían la sensación de seguir soñando. Alargaba el brazo e intentaba tocarla nada más amanecer; los pechos redondos y llenos, su carne, experimentaban mejor que nadie el silencio de su respiración, permaneciendo largo tiempo tendidos en la cama.
Desde entonces la mañana era la parte del día que más le gustaba.
La chica de la cafetería fue otra. Cuando anochecía echaba de menos su guitarra. Alguien hubiera debido salvarla. Detestaba las oscuras noches de lluvia.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…