Se mató aquella misma noche como si estuviera en el garaje de su casa. Gané la primera partida, y entonces él se puso furioso. En la mesa de atrás, un hombre calvo que venía de vestir bata blanca nos escuchaba. Los del comedor ni siquiera repararon en nosotros.
En esa ciudad nada era lo que parecía. Ni los edificios, ni los pasos de peatones, los perros, las farolas, las mujeres. Era un puto barco. Enorme. Donde se bebía agua de botella en los camarotes. Con hombres que iban en calcetines o con pijama. Hasta con mondadientes por entre sus labios.
Sin embargo, la noche en la que jugué al billar se hizo el silencio por unos instantes. Al cabo de dos domingos todos queríamos salir. Me sentí culpable.
Le acaricié su pelo corto, parecido al de un bebé; y la abracé con dulzura hasta que sus hombros se dejaron caer del todo. Como novio no podía soportar un montón de cosas. Nos dijimos adiós con las manos y nos separamos.
El perro también se manchó.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…