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La ciudad y el lobo

Decían que era macho. Y que se le veía algo triste. Nadie lo había conseguido. Las notas decían que se escabullía tras una bruma sobrenatural, y que miraba. Sucedió hacía treinta años, el caso es que decían que había vuelto.

El cuerpo sin vida de una niña le acusó, más bien la tiza del crimen, o lo que quedaba de la misma por el chisporroteo y el estampido de la lluvia y los llantos. Había crecido, o el descendiente sería más grande. Quizás, cruel.

El de antaño una vez fue visto, tumbado, a las afueras de lo que fue un parque. Nadie era recordado por las cosas que no hizo. El paquete de cigarrillos y el encendedor era lo que no les cuadraba a los agentes, lo mismito que una y otra vez, según los archivos y registros policiales. Aunque eso no se había llegado a publicar; más bien nada, menos aún los intestinos desparramados.

Vacilaron por unos instantes si pedir la colaboración ciudadana. La experiencia les dijo que no. Era día de mercado, como otros tantos. Y los turistas pronto abarrotarían las aceras, turistas que detestaban la crueldad contra los animales casi más que el reverendo.

Ni por asomo, el hombre y la mujer policías encargados del caso, se recostaron en la silla o se encorvaron ensimismados; con las cejas juntas y el entrecejo arrugado eran los mejores. El pulso ya se les había acelerado. No era solo un procedimiento de rutina. Sabían que algo más ocurriría. Todo ello entre la medianoche y la una.

El cuerpo despedía un olor idéntico. Solo llevaba el pijama, deportivas y una sudadera con capucha. Dos días más y unas lombrices marrones se retorcerían sobre la carne reblandecida, agujereada a trozos con dentelladas varias, arrastrándose por la piel suave de las cuencas. Y los dedos torcidos. Dedos pequeños, de chica, doblados, dentro de esa tiza azulada, horrible.

Los tenues chirridos del viejo columpio también tenían su tiza. El aire de primera hora de la mañana advirtió de ese trozo de brazo y el resto de una pierna hacia el bosquejo, donde los paseos con las bicis.

Tenía las uñas cortas, pintadas de un rosa infantil. Para bien, o para mal, malamente pintadas. La mujer al cargo exhalaba bocanadas de humo. Lo del error de identificación ya sucedió antaño, la segunda y cuarta vez… La bruja mala y su casita de caramelo le había leído a su hijita.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: colaboración ciudadanacrueldad contra los animalesmalamente pintadasreverendoun olor idénticoviejo columpio

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