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La dama de oro

Y sus senos de duro estaño en un blancor almidonado se quedaron, como en una fragua al aire, no solo al aire. Ni un enjambre vacío de vida pudo enhebrar tantos raíles, por angostas mis manos y pequeñas las cuencas de sus ojos.

Si queremos saber lo que es la paz no podemos llamar a la guerra con el mismo nombre, me dijo, cual Madre Teresa, como si fuera un asesino, un saqueador o un salvaje. Fue sumamente despiadada.

Para ella, la lealtad lo era todo. Ignoras totalmente la diferencia entre el bien y el mal. Halló respuestas en mi infancia. No creciste rodeado de carpas, intentando atrapar una nube. Te ensañas con ojos chispeantes.

Verla salir fue como comer carne cruda, huyendo despavorida. No titubeó, ni sangró por la nariz; me ahogó en mi propia sangre sin creatividad alguna. Los raíles fueron cuerdas perfectamente orquestadas cuales lazos, veleidosos con su silencio, dejándome nauseabundo y pestilente. Ella estoica, humilde, también iracunda más sin huir despavorida.

En oleadas cresta arriba, por entonces, supo repelerme, disuadirme sin rebanarme la cabeza, obcecada conmigo, cual títere. Serás feliz, me dijo, pero primero te haré fuerte, tan fuerte que el que te haga daño se arrepentirá. Un gran marinero puede navegar aunque sus velas sean de alquiler.

El viejo y conocido olor ahora es lo más versátil, habiéndome dejado el umbral del dolor, su dolor, más bien bajo, consciente de cosas muy sutiles en el entorno. Tacho las banderas de pavor, de mortaja. De nómadas analfabetos. De puertas de acero y muros de cemento. Deformar el cráneo de los niños con vendajes era común, aún duele, ella no. Todavía le hago círculos al cielo en sus trayectorias, fantoche, mojigato, soldado y gente infinita.

¿El hechizo de un café?, recuerdo; que planteó. Ya terrorífica, diferente, salvaje. Cuidado, el hombre no tiene nada que perder, porque no tiene nada que proteger, avistó. Y voy. A su fotografía; a eso. A ella. Sin aires.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: el hechizo de un caféllamar a la guerraMadre Teresasenos de duro estañovelas de alquiler

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