Y sus senos de duro estaño en un blancor almidonado se quedaron, como en una fragua al aire, no solo al aire. Ni un enjambre vacío de vida pudo enhebrar tantos raíles, por angostas mis manos y pequeñas las cuencas de sus ojos.
Si queremos saber lo que es la paz no podemos llamar a la guerra con el mismo nombre, me dijo, cual Madre Teresa, como si fuera un asesino, un saqueador o un salvaje. Fue sumamente despiadada.
Para ella, la lealtad lo era todo. Ignoras totalmente la diferencia entre el bien y el mal. Halló respuestas en mi infancia. No creciste rodeado de carpas, intentando atrapar una nube. Te ensañas con ojos chispeantes.
Verla salir fue como comer carne cruda, huyendo despavorida. No titubeó, ni sangró por la nariz; me ahogó en mi propia sangre sin creatividad alguna. Los raíles fueron cuerdas perfectamente orquestadas cuales lazos, veleidosos con su silencio, dejándome nauseabundo y pestilente. Ella estoica, humilde, también iracunda más sin huir despavorida.
En oleadas cresta arriba, por entonces, supo repelerme, disuadirme sin rebanarme la cabeza, obcecada conmigo, cual títere. Serás feliz, me dijo, pero primero te haré fuerte, tan fuerte que el que te haga daño se arrepentirá. Un gran marinero puede navegar aunque sus velas sean de alquiler.
El viejo y conocido olor ahora es lo más versátil, habiéndome dejado el umbral del dolor, su dolor, más bien bajo, consciente de cosas muy sutiles en el entorno. Tacho las banderas de pavor, de mortaja. De nómadas analfabetos. De puertas de acero y muros de cemento. Deformar el cráneo de los niños con vendajes era común, aún duele, ella no. Todavía le hago círculos al cielo en sus trayectorias, fantoche, mojigato, soldado y gente infinita.
¿El hechizo de un café?, recuerdo; que planteó. Ya terrorífica, diferente, salvaje. Cuidado, el hombre no tiene nada que perder, porque no tiene nada que proteger, avistó. Y voy. A su fotografía; a eso. A ella. Sin aires.
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…