Sabía de esas normas que no caducaban ni mitigaban con la distancia. Y su voz callaría hasta cuando todos hubieran muerto. Hasta para entrar en el portal de su casa se quitaba los zapatos y se descalzaba como la mejor diplomática.
Solo trasnochaba con señoritos. La mujer de la limpieza era tan invisible para ellos como para los que madrugaban.
Su cuaderno era su cabeza, donde llevaba anotadas más de una historia de amor. Los definía con una sola palabra y un ademán, fruto de su simple y espontánea naturaleza.
Esa vagabunda de las estrellas no dejaba de fabricarse historias fantásticas cada noche, justo después de acostar a sus cuatro hijos y de retratarse en la cama con su marido sin repentina frialdad ni mayores cálculos. Le salía solo, sin número de registro y con abundante munición.
Para lo pequeñita que era parecía casi llena.
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…
Nadie elegía su propio destino, ni donde descansaban las flores. El desasosiego de nuestro tiempo los hacía caminar como gatos…