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Las guerras del hambre

Él le leía haciendo caso omiso al castigo y exterminio, escorándose poco a poco. Su voz era presencia e intensidad, calma y espita. Ella lo recreaba como si fuera su infante de marina. La historia suya era el diamante más grande, hermoso y maldito, tanto como la nada. 

La del baño estaba y no estaba en el jardín del ogro, en el sexo y las mentiras, en el país de los otros, jugando con el silencio y confesando de manera indirecta, los secretos indecibles de la vida real.

Como enfermera y oficial menor poco le quedaba por hacer. La situación era de colapso, y tocaban decisiones que no serán fáciles, más ese interior del baño les daba asilo. Ya no volvería a tener que hacerle los cinco ejercicios ni los estiramientos para antes de dormir. La indiferencia actuaba poderosamente.

Qué agradable sería un mundo en el que no tuviera que salir jamás de la bañera. Bajo el mando del lector estaba la 22ª Brigada de Guardia Separada de Designación Especial de Oblast de Rostov. Matones con la condición de reservistas de especial disponibilidad por la que cobraban una prestación mensual pírrica, compatible con un sueldo proveniente del sector privado. Con la artillería se mostraban bastante beligerantes, no así con lo demás. Necesitaban ponerse en marcha y moverse una vez al mes por razones de mantenimiento preventivo, cuando menos.

Tocaba despedirse.

“No me preguntes con qué voy a encontrarme porque no lo sé”, pensó en decirle él, no sabiendo ni dónde tenía la cabeza, tirano, en esa breve pausa y engaño, habiéndose casi que recuperado ya del postoperatorio.

Además, estaba el otro clamor, de quien sentía y no solo hacía compañía, amando a su dueño, y que hacía mucho bien psicológico y humanitario en las personas.

El problema es que no siempre resultaba fácil reducir o eliminar la medicación. Había que tener predisposición y recursos, y ella se lo había inyectado todo, por eso no sabía si leía o imaginaba, ni si la perra aguantaría mucho más que él como para intentar ayudarla o estaba ya muerta.

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Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: arte urbanodiamante más grandeel país de los otrosinfante de marinainyectarsesexo y mentiras

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