De cuando la vida es tan incierta, sí, incierta, las oportunidades deben aprovecharse en el momento que se presentan. Eso se decía quien no quería que le olvidasen, o sí, mano a mano en su perspectiva, necesitando tiempo, tiempos, ya ni creyendo en nada global e integral, obligado a aceptar su condena. Modernidades que no se podían rayar con tiza en pared alguna.
La cárcel carecía hasta de esas anestesias, miradas, unidades y latidos varios, convivencias de pobres ricos. Su ciencia, su negocio, por extraño que fuera o fuese, era el silencio como tal. Otra dieta de poder. Algo que tampoco se podía escribir ni rayar para discernir las nadas y los todos.
A falta de ello, dedos, dedos y más dedos: índices, pulgares, corazones y otros que sabían de más, silenciados e integrados; de lo poco o mucho que le quedaba al prisionero, preso. Y esa idea que se le dejaba caer: otra de sus suertes. Todavía le quedaba media hora para perder la cabeza en la abrupta piel de los barrotes, allá, en el fondo de la mirada… y la memoria del agua, claro, que era lo único gratis.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…