-La urgencia no hace que se cambien métodos que funcionan por métodos que no funcionan -dijo, cambiándole la cara, normalizando su propia vida.
Con expresión de fugacidad y gentío, entrando en juego todos los sentimientos, le sobresaltó la belleza de lo cotidiano. -Recupérate, o ya no podrás volver al mercado de toda la vida, guapo -asintió cogiéndole la mano.
Esa persona de rutina, que antaño fue previsible, revivió la lucha entre sueño y vigilia con osadía, insolencia, atrevimiento y arrogancia, más ya no veía lo que todos. La fuerza y el poder de la carne estaban en otros menesteres. La historicidad de la vida siempre fue un avance sin retrocesos. Práctico, recordó en su taimado descanso, sabio de recuerdo: -Te estás quedando sin amigos.
No había nada como ser rico o tener mucho talento, y le salió a flote, sin soltarle la mano, queriéndolo. -Yo no prometo nada excepcional. Hoy miro el rencor mucho más tarde que ayer.
No mucho después, pasó la enfermera de planta y ni ella ni nadie pudo cambiarlos, dando paso al árbol del infortunio y a su oficio. Unos en el corazón de la muerte, otros en el corazón de la vida. Estrellas y santos.
La fuerza de la voz del celador no dio ninguna otra explicación al suceso cuando le avisaron, simplemente empujó y condujo la camilla, habiendo interrumpido su frugal cena en un mantelito. Cosas de este mundo.
Resultó, sin embargo, que nadie regresó a casa esa noche.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…