Se hizo a la mar. Otrora época hubiera tenido severas dudas, y no, las olas le arrastraban sin mayor motivación que dar ese salto.
Mientras tanto el mundo seguía, más ese restaba y sumaba las imposibles e inacabadas crestas arrojándose contra las mismas, esencialmente agua con la capacidad de atraer, que tan pronto subía como bajaba, que llovía, aclaraba o tronaba.
Y excepto las horas nada pasaba y nada quedaba. Horas, en las que turnarse soles. Estando los ojos ocupados mirando al vacío, dolientes, como agujeros ciegos. Nada era importante. Ni, aunque se perdiera la barca o se perdieran las nubes. Ni la rabia del olvido, o el eco de la humedad salada.
En la soledad del viento, polvo y sal, bastaba con un poco de silencio para que todo se detuviera. Hermosa soledad que le hacía encontrar el mismo sitio al despertar.
Guardado quedaba lo que fueron el uno para el otro, más allá de lo visible de dos sillas, una mesa…
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…