Con la esperanza de que se quedase, ella se inventaba cada viernes un pretexto para aplazar la partida; es más, se prometía no mirar la hora del reloj. Ella lo entretenía, como que mostrándole sus riquezas de mujer y dándose al buen vivir. Él se dejaba querer, sin darse cuenta de que la alentaba; y a su modo resultaba agradable entregado al amor.
En suma, cumplían y callaban a base de murmullos y gemidos, sumidos en ensoñaciones varias y esa parte del día de cada semana que los gobernaba haciendo como que nada antes hubiera pasado guardándose fidelidad y, por otra parte, deseando tener hijos.
De vuelta a casa era cuando cada cual miraba al cielo y echaba cuentas: llevaban, entre los dos, sin desaires ni muchas cavilaciones quince muertos; uno por cada semana.
Después de malgastar su tiempo en quehaceres despreciables se volvieron a encontrar. Nunca les gustaron las armas, pareciéndoles vulgares. Su trabajo…
Si no millones, muchos miles de habitaciones cerradas había como esas. Vivían con ese rencor, más bien dolor. Se llegaron…
Quedaría el olor del tiempo pasándoles la vida como un raro espejismo. Negro porque estaba desnuda, porque lo hacía como…
Venía de ser un testigo mudo. Muerte, resurrección y muerte. Sin tabaco, que era de una generación sin humo. Parte…
Para el hombre sin rostro no era un detalle menor. Tratar de entender la conducta de ese ser humano le…
En mala ilusión cabía la paz, y eso que no pretendía volver a ser lo que era. Enfermo del cuerpo…