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Por aquí, por allá

Algunos tenían miedo a la palabra, otros se escondían en sus melodías caminando sin ni haberse despertado. La lluvia no caía, pero se decía. Palestina, Israel y otras zonas también importantes rebuscaban por entre sus justicias, unas para cuando había procedimientos judiciales y otras para cuando no. Ingeniería social, planes, tiendas, transportes, servicios y zonas verdes. Sin embargo, el coraje y la melancolía eran dos fuerzas contrarias que movían la condición humana.

Bajo un amplio consenso o el propio sentido común de los días y los trabajos se encendían las luces navideñas, siéndolo y no siendo. La tierra a la que ninguna civilización renunció. Demasiados errores en una misma semana y democracias, pero había luces de colores, gloria y maldición bajo las que caminar de la mano aumentando la belleza a cada luna hasta llegar a esos días. Cada cual usando el talento que le habían dado los dioses.

La paz era para las mujeres, y para los débiles. Seres que sabían manejar en favor el olor y los sonidos. Por el contrario, la justicia avalaba que se prohibieran símbolos religiosos en los lugares de trabajo. Las iglesias como tal, muy iluminadas también. Espacios donde estar, meditar y darse la paz; con imaginería y sin ella. Hasta pareciendo lugares calientes, siendo la religión, el dinero y otras cosas todo ello.

A todo esto, dormir abrazado a la persona que se amaba podría dar lugar a la sensación más bonita del mundo. Que también se ponían a prueba los cocinillas, que ya iban presumiendo de sus testimonios. Eran las Españas al descubierto de voces muy distintas, aún recordando aquel ayer.

El día que llovió hacia arriba

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: darse la pazdiosesla condición humanaluces de Navidad

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