Booktrailer
A cada época y cultura, le salvaban un puñado de hombres.
-Señora, soy coqueta. Me gusta la belleza y la moda. Pero no hay que sufrir. El elefante no anda diciendo a todos lo grande que es. Él solo camina.
-Hay una gran diferencia entre estar cansado y estar como estás tú.
También la piedra está muy cansada de que se tropiece siempre la misma persona.
Un tipo que cruzaba el infinito a cada paso en lugar de haberse ido lejos, muy lejos, todo lo más lejos que pudiera, como a un santuario de elefantes y no encontrarse con la eternidad en cada segundo, como en el Charco del Tamujo. Otro hombre que sentía mucho y que hablaba poco.
La felicidad no es un sentimiento ni una emoción.
-Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente todo, hay una cierta complicidad vergonzosa – se rebeló el presidiario.
-Traigo noche en los zapatos –
“Desde que San Agustín había reconocido que los prostíbulos eran «un mal menor» en la lucha eterna contra la corrupción de las costumbres y los desórdenes sexuales, los reyes cristianos habían decidido mirar a otra parte por toda Europa”.
“El mundo de mañana depende de la educación de hoy” fue el emblema de la oposición.
-La voz del silencio debe ser hermosa -respondió el guardiacivil. De uniforme, como de costumbre.
Eliseo, no hay amores buenos ni malos sino amantes buenos. Algunas personas están dotadas para el amor y otras personas no lo están ni lo estarán nunca.
La actual pareja y esposa, una colombiana, no preguntaba. Y se apañaba con los papeles, quedando muy bien en las fotos, que algunas hacían.
-Cuarenta millones en el banco y una prostituta muerta tienen algunos. Prudencia. Compórtese -le indicó un funcionario de prisiones de lo más frío-, la ley es lo único que nos hace a todos iguales. Usted ha elegido cárcel.
“Me importas, pero no te diré cosas que no siento” la rechazó de plano Juan Carlos.
-El dinero solo saca a relucir quién eres; la madurez te permite ganar confianza. En mi tierra, todos vivimos en diferentes lugares y tenemos vidas muy ocupadas, pero seguimos siendo cercanos y solidarios.
-Podías tener una mujer de la limpieza, una enfermera de urgencias, una recepcionista, una profesora, una discapacitada o una cabrera. ¡Qué se yo! Y no, tienes a esa -ni la nombró Eliseo, preguntando y diciéndose -¿está tomando medicación?, porque yo no tengo compasión. Edúcala a palos niño.
España era así, un país de malos hermanos. Y de mala memoria; otra cosa muy de ese puto país.
-¿Y si llevar el pelo sucio fuera ahora una tendencia?, pareces una quinqui, un carterista. He visto muchos en prisión. Te darían lo que mereces. -Como el día de hoy va a ser largo -le interrumpió Juan Carlos-
-No justifico mis vacíos -le expresó la que a veces podía parecerse a la persona más feliz de ese planeta- tengo tristezas inexplicables, heridas que me duelen en plena madrugada y en cualquier instante que siento una soledad inesperada -compartió Patricia con su esposo, años antes.
Con la misma camaradería Eliseo le ofreció un pitillo, y confesó: -Sigo cruzando los dedos, siempre que oigo una sirena. -¿Tú crees en la suerte? -Ya me entiendes, Cachorro. Que no somos críos.
“Sí al encarcelamiento de insumisos, sí a la precariedad laboral, sí a los contratos basura, sí a la reconversión industrial, sí a la guerra, sí a la corrupción, sí a la cal viva”.
A Eliseo le llegaron a incautar el pico-azada, sin mediar palabra. Fue Patricia, quien hubiera sobrevolado en helicóptero toda la comarca de haber tenido rango, acusándoles a todos hasta que confesaran, o ametrallarlos. La llamaron “negrita zumbona”, o “puta china”. Lo de “mala”, en días se le quedaba corto.
Aves y mamíferos convivían en una coreografía perfecta de la naturaleza.
Veleidades pocas, disfrutando hasta el último estertor de una reconfortante libertad con muchas ganas de pelear y sacar su rabia.
“El paraíso solo existe dentro de la realidad, señor. Ningún otro lugar nos hará más felices que el mundo”, argumentó.
Otro que no besaba bien, y que disfrutaba del sexo como en la Antigua Roma, aunque estuviera mal visto que ella se le pusiera encima, además de darse a otras posturas que favorecieran la fecundidad. Atraído tanto por los pechos como por las nalgas de ella.
-Todas las parejas tienen conflictos. Y eso no es precisamente algo negativo. Las diferencias de criterio, además de inevitables, ayudan a enriquecer la visión personal sobre determinados temas y también significan que cada uno preserva su identidad y que esta no ha sido absorbida por la otra persona. De hecho, las parejas más consolidadas no son las que tienen menos conflictos, sino las que saben resolverlos y aprenden de ellos -afirmaba, psicólogo de Dios y voz de la calle.
-Sí Margariña, querida. Lo sé. La simplicidad es la sofisticación máxima. Por eso los voy a matar a todos.
-Cuanto más hago lo que me sale de los huevos, mejor me va en la vida. Usos de la lengua que atribuía y corregía.
Otros se apresuraron con el martillo y los clavos, delirios de un sátiro enajenado de cura.
-En mi oficio se avanza preguntando. Se lo volveré a preguntar.
-No me disgusta. Simplemente no me gusta, que no es lo mismo.
-El matrimonio es un negocio a largo plazo. Para la gente como nosotros, no hay manera de escapar. Asegúrate de acertar bien -debió de escucharle igualmente.
-Es posible que Dios sea un ratón y que corra a esconderse nada más vernos entrar, como tú, cariño -le tiró a su esposo, constreñida.
Al día siguiente no murió nadie.
-No cualquier hombre irá a quererte a tu casa, señorita.
-Solo los dos sabemos la falta que nos hacemos.
El pueblo también fue responsable por aquello que decidió ignorar.
-Si aquellos a quienes empezamos a amar pudieran saber cómo éramos antes de conocernos… podrían percibir lo que han hecho de nosotros. La serenidad se logra si tu conducta es acorde con tus valores.
“San Caprasio”
-Te quedas porque crees que no eres nadie. Que te lo mereces. Que no puedes aspirar a nada mejor… y porque ni tus padres ni allegados tienen para endeudarse más y más. Te quedas en la nada.
-Le tengo más miedo al matrimonio que a la muerte.
-Bendita la incomodidad que te hizo moverte de lugares donde ya no pertenecías.
-Cuando hay sangre en las calles alguien va a la cárcel, Eliseo.
-Nadie puede saber por usted. Nadie puede crecer por usted. Nadie busca por usted. Nadie puede hacer por usted lo que usted mismo debe hacer. La existencia no admite representantes.
-Mi abuela sí que era feminista -fue de lo poco que declaró cuando le requirió la autoridad judicial.
-Llegará un día en el que tendrás hijos y una buena mujer. Pero también otro en el que te acordarás de mí, y de quien pudo ser nuestro hijo, y te encontrarás solo. No me busques más, no me investigues.
El malhablado de Román y su voz de fuego no dejaba títere con cabeza: -Me gusta cuando no hay mayor preocupación que pasar tiempo frente al mar. ¿No decías eso?, ¿hermano?
La catalana era educada, y más fuerte que el odio si se le apretaba. Además, bebiendo no tenía parangón. Y decía verdades como templos: -Sois mercancía dañada, eso somos. Al Cerro de la Horca deberíamos ir todos. Que las cosas pasan. De no ser por los animales no tendríamos ni horarios.
-Pues nunca envíe ovejas a matar a un lobo. Y, por cierto, ¿qué dice de esto la colombiana? -preguntó el cabrero. -Que me olvidé de vivir, lo mismo que cualquier otra mujer.
No fue algo heroico. Fue pura cobardía, porque a veces el cuerpo también le estorbaba al amor.
-No. No he hecho nada malo. Todavía -añadió Eliseo- sigo aprendiendo todos los idiomas de la tierra. -Hay lugares a los que vuelvo siempre -dijo Juan Carlos- la silenciosa ermita, el sendero empinado, algunas cimas. Todas, sin embargo, me devuelven a la misma realidad.
-Ese maravilloso desastre -como decía Donaciana, la otra bestia parda, quien como regla general pedía consejo para tener a alguien a quien culpar, no separando la emoción de la razón en su avanzada edad de la inocencia. Que sabía pedir ayuda, o cubrirse:
De los hombres, le apoyó especialmente uno. El que prefería el invierno y con todo su frío para que así se le encogiera la próstata y conseguir mear algo: Patrocinio.
¿Qué es?
Es conocer un pueblo, unas gentes, que asumen una dependencia recíproca muy a pesar de estar apartado, sin fecha de caducidad, plural a su manera. Un retrato despiadado de lo que no se habla, de la soledad y del aislamiento, con la muerte omnipresente suscitando una reflexión sobre la vida y sobre lo que representa ser mujer en esos sitios, con sus expectativas y contradicciones.
Suellacabras es una novela de nuestro dolor y de nuestra alegría, del espionaje del mundo inferior, con los absolutamente buenos y los malos, lleno de falsas apariencias y de grandes recompensas por la humanidad que nos provoca saber de ciertas cosas. De alguien que sale de la cárcel tras muchos años, culpable de haber matado a su hermana.
En las Tierras Altas, tan deslumbrantemente vistosas y desorientadas como un salón de espejos, brillante e incómodo, como esas provincias olvidadas tales como Soria (y de cómo reciben su herencia).
Donde prima lo que nos agota y nos espanta, la fragilidad de la amistad, el poder de la mala suerte en la vida, y cómo se olvida con generosidad a aquellos que no pueden amarnos. Todo, en un contexto de cataclismos de la vida adulta -la traición, el divorcio, la muerte-, convincente y de belleza poco común, tal que la hija que pierde a su madre.
¿De quién trata?
De aves y mamíferos que convivían en una coreografía perfecta de la naturaleza. Así como de un tipo que dormía con una mochila terciada al hombro en la que guardaba la sangre que le sobraba de sus heridas: Román. El hermano de Eliseo Lafuente, el cabrero que salió de la cárcel con su tobillera de seguimiento.
Y del profundo enfrentamiento en tal pueblo, en parte político. Siendo el alcalde su cuñado (Atanasio Herrera) y el marido de la mujer a la que mató, ya casado con una colombiana. Ambos con su respectiva responsabilidad social, padres y madres de hijos varios. Un sitio donde el fútbol no lo dominaba todo, habiendo otras deferencias.
Trascendiendo más allá de la simple esencia el sargento Juan Carlos Chinchilla y su pareja (el otro mando) Patricia, hija de padre chino de Usera, repudiada. Y Don Francisco, el cura, con su enésima querida. Más los Crescencio, Etelvino, Patrocinio, Rafael, Pantaleón, Benicio, Federico, etc. Y ellas, las Donaciana Gárate, Ramona, Paca Aguirre, Mendoza, Sonia Cantero, Engracia.
Un folclore de esa gente y su santo San Caprasio, con la vieja religión del matar.
¿Cuándo se desarrolla?
Hacia el final de la primavera de 2023 y hasta la entrada del otoño de ese mismo año, punzante sin ser cruel, acalorado, ensimismado y escrupuloso sin ser quisquilloso ni sentimental, recogiendo con asombrosa lucidez ese pueblo llamado Suellacabras.
Y sus agallas, su talento, su perspicacia; y la perfección de su tono y la compasión ganada a pulso en sociedades idénticas entre sí, por vertebradas que fueran unas y otras, con sus rasgos identitarios y lo paternofilial.
¿Cómo se trabaja?
En algunas familias la desgracia se hereda. Y se parte de una de tantas, con el regreso de un cabrero a su casa tras muchos años en prisión y cómo lo reciben, cómo se integra nuevamente, qué hay de su familia.
Los encuentros del mismo con la Benemérita, la falta del mar, el hecho de hacer resplandecer a San Caprasio en tal lugar solitario, otro diablo que no se achicaba, más las reglas del credo civil y lo competitivo del dejarle un legado a los hijos, a esos que se iban a la ciudad y a los que se quedaban en el pueblo, entendiéndolos a todos y a ningunos.
Además, los soplos de la ardiente realidad de los que iban a ese pueblo a destrozar sus coches, socios respetables de esos israelitas siempre que pagasen su parte y que nadie supiera nada.
¿Dónde sucede?
En las Tierras Altas sorianas, bajo el protectorado del Burgo de Osma, con pueblos de veintitantos habitantes y sus maneras de entender, como Suellacabras.
Donde nadie más conocía esos sitios, o nadie más buscaba ese tipo de felicidad. Antagónicos en muchas cosas. Toda una comunidad protectora, aislada, en absoluta pelele.
Con ellas mandando, sin mandar. Bajo la mancha ancestral de la culpabilidad que les conducía irremisiblemente a un destino trágico.
¿Por qué?
España era así, un país de malos hermanos. Y de mala memoria; otra cosa muy de ese puto país. De pueblos sin juegos, sobre ruinas, con casas medio abandonadas. De nombres raros.
Amén de la necesidad de buscarse trabajo y alimento. Y cómo leer rehabilitaba, en parte, por el olor agrio de la prisión, los restantes cautiverios y lo infame y enervante de reconocerse a solas.
Sin obviar el capitalismo, las necesidades de los animales y lo irreprochable de ser vecinos, quisieran o no. También la larga lista de los que ya se fueron, hijas también, con toda su identidad y carestía.
¿Para qué?
Mientras el corazón tiene deseo, la imaginación conserva ilusiones.
Por ello que en esos pueblos se habla también de la economía y lo público, datando de piscinas climatizadas donde no hay ni gente para usarlas, u otros complejos. Sin menoscabo de lo esencial y el olor del miedo.
Los pequeños viacrucis de la conexión interterritorial, con los sonidos de esa naturaleza, la vivencia, y los deshabitado de no cumplir normas algunas.
¿Qué formato se aplica?
Se escribe en prosa. Siendo el pueblo también responsable por aquello que decidió ignorar.
Malentendidos que se disipan hacia el final, en su camino hacia la independencia con momentos de epifanía infantil.
Suellacabras y los veintiséis habitantes que quedaban, dieciséis hombres y once mujeres, porque una no contaba, venía a ser algo huidizo. Todo un espacio de silencio en medio del ruido. Un pueblo en donde los objetos apelaban a los sentidos.
Venían de cuidar ganado, y seguían en ello. El ganado los buscaba o lo buscaban. Era su realidad. Una manera de sobrevivir y de vivir el resto de la vida, sin lo aspiracional y eso del pasarlo bien.
Gentes que no necesitaban de actos heroicos, sí de la complicidad secreta, las secretas afinidades que solo las verdades eran capaces de tejer. Personas emboscadas, de pocas palabras. Algunos considerados en extinción, sustanciosos en el fondo y en la forma. Dos familias con niños pequeños.
Eliseo regresó de la cárcel tras muchos años. Una realidad oscura y abstracta. Mató a su propia hermana con la lengua entre los dientes y la fragilidad de todo eso, pero lo volvería a hacer. Él, o su hermano Román, casi que peor que él. Dos que para siempre tendrían pendientes las películas que no vieron con sus padres, y la alegría de las pequeñas cosas.
Seres que daban miedo, no solo en las prisiones. Que opinaban que si las mujeres llevaban pantalones era cosa de divorciadas o de modernas, no gustándoles. Pocas cosas eran tan humanas con ellos y el resto de los vecinos, entre los que había quienes querían tener una gran piscina climatizada, otro frontón municipal (no bastándoles el existente), más pistas de pádel y modernidades varias. Mejor pensar en eso que en los recuerdos especiales, como los que ya se les fueron, o los hijos y sobre todo hijas que no les visitaban.
Todos los habitantes se manejaban bien contra el vicio de pensar, y el elogio de la quietud. Gentes de regreso que nunca se fueron, condenados a parecerse. Personas que a su modo trataban de descubrir con torpeza en qué consistía la dignidad, sabiendo de las metrópolis sin corazón. Soria, como capital, representa también la pureza de quienes no tenían nada que perder. Un entorno que no los veía, o quería ver. Apenas las estaciones: zonas de paso.
Por la zona también había chicas. Esas chicas con la mirada perdida y soñadora. Chicas que llevaban botellas con rodajas de limón y si acaso un auricular en el oído, chicas que nunca hacían los deberes, chicas que acababan trabajando de cajeras en el súper. Chicas que estaban en esa cárcel de lugar, y que servían a los hombres.
Lo más perturbador de ver morir a alguien no era el sufrimiento, ni la tristeza, ni la ausencia, sino asumir que todo lo que les rodeaba se podía derrumbar en cualquier momento. Era entonces cuando se evaporaban las certezas y desaparecían los anclajes, dejando al descubierto el espejismo en que vivían.
No había nada en sus cuerpos que dijera que no eran ellos. En un mundo en el que ya nadie escuchaba y nadie tenía tiempo, que hablaran entre ellos era una rareza y un bien a la humanidad. Un caleidoscopio. Lealtad y traición, a menudo un camino de ida y vuelta. De quienes querían con todas sus heridas, llenos de vida pausada y presente, sin otra verdad que su puto pueblo.
Les era más fácil defenderse ante un juez que ante la historia. En Suellacabras no era urgente llorar, ni tratar de comprender lo que había pasado, ni comunicarle a nadie nada. Tendrían el resto de la vida para eso. Así como vivir después de la muerte de otro. Que se morían, y que tenían elecciones, como el resto de la España, vaciada o no, mientras el sol tecleaba sus rostros entre los intermitentes árboles del lugar y esa era del desencanto. Y no era el fin, era su mundo.
Una gran jaula al aire libre, sin ninguna conciencia de la gloria que era esa vida, siendo la vulnerabilidad su mayor esperanza, y el diablo de San Caprasio, o la Virgen Blanca.
España se cuarteaba por sus autonomías precisamente de puro vieja que era. Ancianidad y senilidad, degeneración. Personas que odiaron mucho a España, la peor manera de ser español. En las Tierras Altas, donde todo fluía, todo cambiaba menos ellos, que eran arrastrados por el paso de un tiempo que los destruía. Esa conciencia de la fugacidad hacía más precioso cada instante, porque en él se condensaba toda la eternidad. Sin pedir perdón ni permiso, cuando la realidad estaba fuera de control. Y eso que allí residían dos guardiaciviles, un sargento y su también mando, ella, que no dudaba en disparar.
En España, ser diferentes era un pecado. Hermosa y maldita vida. Contrastes de una nación. Los israelitas de Suellacabras no sabían de la elegancia de la frase perfecta. Suellacabras no era solo un lugar, sino una forma de ver las cosas: aquel lugar deslumbrante del que nadie había hablado jamás.
Su hermano es Román.
Su mujer, la colombiana; Hijita pequeña; Hijo mayor (Martín, quiere estudiar moda); Hijo menor (Atanasio, que también quería ser alcalde).
Su mujer es Patricia, otra de la Guardia Civil.
Eliseo; Atanasio padre; Atanasio hijo; Don Francisco (cura); Fermín (huerto); Mariano Cantalejo; Federico (dentadura); Benicio (mula); Juan Carlos Chinchilla (sargento); Martín (hijo Eliseo); Crescencio (cubre con la tobillera); Etelvino (discapacitado); Patrocinio (próstata); Rafael (amigo Pantaleón, alimentos); Pantaleón (apuestas, toros); Román (hermano Eliseo).
Patricia (sargento); Ramona; Hija Eliseo (Irene); Hija alcalde (Catalina); Mujer alcalde (Fabiana López, colombiana); Paca Aguirre; Mendoza (cobra pensión hermano); Sonia Cantero (escuela canina); Alfonsina (sobrina cura); Donaciana Gárate; Esposa Eliseo (Engracia)
Navaja; Cantalejo; Fermín; Sargento; Usera; Ojos azules; Vecinos; Patricia; Soria; Cura; Maricón; Segoviano; Prisión; Pintor; Úbeda; Matar; Pueblo; Arroz con Pollo; Cucharas de Madera; Condena; Atanasio; Gobierno; Presidiario; Huerto; Benicio; Crescencio; Toros; La Losilla; Patrocinio; Alcalde; Pastor; Celtibéricos; Matalebreras; Amor; Eliseo; Destrozar Coches; Cabras; La Colombiana; Dinero; Benemérita; Nueva Zelanda; Camaradería; Sushi; Simbad el Marino; Besar; Dios; Camping; Vagones; Tierras Altas; Virgen Blanca; San Caprasio; Matrimonio, Esposo; Sangre; Israelitas; Ermita; El Burgo de Osma; Piscina; Donaciana; Lobo; Cabrero; Whisky; Catalana; Dolor; Hijos; Mar…