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12
Sep

Cada uno llora lo que siente

Al fin su hijo era un sacerdote y ella era una cristiana. Él sí que no merecía besar el polvo que pisaba aquella señora. Doña Ana, no obstante, prefirió darse un baño.

Al día siguiente, cuando fuesen a hacerle la alcoba, estaría la cama levantada, tiesa, fresca, sin un pliegue. Las butacas en su sitio, así como el orden de los libros.

Ese fingimiento era en ella segunda naturaleza. Su hijo era como todos, como todos los hombres, siempre fuera. Y ella de limpieza exquisita, de sobriedad y de la severidad misma.

El parentesco era cosa del parentesco, y ya iban tres. Otros dos y su padre. Uno que no servía para ver morir a una persona querida, que pecó de hablador cuando fue hombre de excelente sentido y no escasa perspicacia.

8
Sep

Lugares donde quererse más u olvidarse mejor

5
Sep

Un pueblo para hacerse mayor

Y volviendo la cabeza hacia el interior oscuro y silencioso de la casa escuchaba también el choque de dos monedas, un ruido en nada confuso, maravilloso y de rutina. De un crío al que le habían dado esa idea y voluntad para con el abuelo. Desde la calle no debía de oírse nada. A la misma hora, de cada uno de esos días, pasaba en un repente su figura sin malicia alguna. La tienda vacía, los anaqueles desiertos, el fondo de color de chocolate…

Tras sonreírle y dejarse estar, el anciano que una vez fue joven pero nunca tonto, cerraba los ojos y la mirada se iba de nuevo hacia ese balcón y los recuerdos del pasado, de vez en cuando oyendo el ruido de algún golpe más o menos seco: personas decentes viviendo hasta que llegasen al cementerio. Solo que encogía los hombros y prefería sus demonios.

A poco que podía regresaba a la casa en la que se había criado y hecho mayor… y se daba una vuelta por allí, mirando por entre las rejas con disimulo para ver si estaba la otra y poco más, en definitiva, su vida.   

No obstante, la naturaleza muerta parecía esperar que los días y los trabajos, cuales extraños, disolvieran su cuerpo inerte, inútil, para volver a tenerse por siempre jamás.

En años, para cuando se le fuesen pegando las ideas de un buen hombre, el niño lo entendería.

29
Ago

Se pasó un mundo echando la vista atrás

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo, o cien. Sí, la tristeza era universal. Todo el mundo era podredumbre; el ser humano lo más podrido de todo.

La catedral estaba sola. Allí dentro ya empezaba la noche. Aquel olor singular de la catedral, que no se parecía a ningún otro, lo llevaba consigo. Todos aquellos escrúpulos no se podían ensayar. Sea como fuere, ella no debía vivir. Ni sus pupilas brillantes que nacían de la soledad y la pobreza, con los dedos finos y largos, de cutis blanco, venas azules y uñas pulidas ovaladas y bien cortadas. Y si bajaba los ojos más. 

La imprudencia, la torpeza, le habían hecho enamorarse. Tanto de ella como de su voluptuosidad íntima. Y nadie más hablaba, o eso le parecía. Desde que se despertaba la tenía en su mente. Y era como un consuelo, como respirar aire puro. Había un destino, había un propósito. Sentirse, volver a la luz. Salir de ese caos doloroso y de la evidencia de la vida.

Las mentiras piadosas fueron inútiles. Ella se las creyó o no las consideró. Embustera, idiota, infame… enamorada, que también. Recetaba nuevas medicinas para combatir peligros nuevos, y se había olvidado de sí misma, retumbándole el patio cuando la casa era honrada, con prudencia disimulando tales asperezas. 

Ella también quería verle muerto. Aunque le era tan dulce ver el cielo azul junto a él, y pasear, dejar estar las horas… Llevaban así dos meses, mezclando la ropa blanca con la de color. Ambos pálidos y temblando de frío y de miedo si no se veían o pensaban verse, y combatientes cuando se miraban, ocultándose y dándose extrañamente en jovial concordia apartándose del cabildo. 

Eso no era cobardía. El triste negocio les unió. Una tarde en la que el señor del pueblo pereció. Que se daba aires de saber muchas cosas. Quien quedó dormido en un sopor de fiebre. El que suponía a su mujer enterada de lo mismo que preguntaba. Otro que se pasó un mundo echando la vista atrás, para acabar muriendo dos veces lo menos, tenaz e irritado.

Sí, la tristeza era universal. Todo el mundo era podredumbre; el ser humano lo más podrido de todo. Que las miradas eran envalentonadas, y eso que con los hombres siempre habían sido poco íntimas sus relaciones. 

22
Ago

Amar no es para todas las edades

Pero la nobleza se oponía por su propia esencia a esas igualdades. Si no había podido moralizarla, no la tendría. La viuda del tapicero sentía mucho no tener un hijo. “Amar no es para todas las edades” se forzaba en decirle él. Cualquiera diría que en los ataques tenía pesadillas.

Su sitio dulce como la miel, él cada noche añoraba. Ella no tenía más intimidades que las de dentro de su cabeza. La dama, cada poco se metía un terrón de azúcar en su cuerpecito, provocando. Fuera miel, fuera fruta o fueran las pupilas cargadas de lascivia y amor propio irritado.   

“El que no sea rico que no coma”, pensaba él de ella, de esa rubia de poco más de veinticinco años impalpable, tal vez frecuente de los amores fáciles. Ella no deseando otra cosa: “Pecado mío, alma mía”. Quizás su primer amor serio, ajando las demasías eróticas.   

En misa, más de una hora de confesión. Y la cara iluminada, como bañándose en la luz tamizada, por aquella frescura de su cuerpo. Y un sol único sesgando el ambiente y los cánones de la belleza clásica, detrás del cual aparecía la calvicie de él, centrada, como en algunos otros retoños, de monaguillo.

15
Ago

Sobre la juventud

El trecho fue corto y se hizo largo. La juventud. Daba miedo volver a los recuerdos. Equidad y normalidad vistas con distancia. Y al igual que un preso, la gente pensaba que querían salir de ahí, de la juventud, de la cárcel, cuando los tiros estaban fuera, más adelante.  

De adulto, un helado cualquier tarde, los domingos por la noche una lata de mejillones si acaso… Nada de celos entre hermanos, amigos, amigas, el mar, la mar, ni esa tensión acumulada en los hombros, como de haber estado preso, entusiasmado. Ahora bien, faltaba algo, lo que se iba dejando, la evasión o la victoria del crecer.  

Antes se era muchas cosas, ya no. Los muertos estaban muertos. Ni siquiera se podía hablar de lo que fuera, o se podía abrazar sin que pensasen de más o de menos. Era algo más que el lenguaje, o las lecturas del colegio/instituto, o el ser hijo de alguien… Cuando se era mayor la gente tenía que verlos tal como eran, sí o sí. Había que dar explicaciones, y no como las de antes.

Si bien, cada uno recordaba la historia a su manera. Mauricio estaba colado por ella. Y Margaret hacía todo lo posible porque él se fijase en ella. Así pasaron la juventud, los veinte, la treintena, y casi que los cuarenta. Fue entonces cuando se percataron que no habían hecho las suficientes travesuras de niños. Ni se habían llegado a enviar las postales o cartas que se dedicaron…

A sus años, y con las propias necesidades que veían, sentían, no se trataba de inventar una posibilidad. Es más, las celebridades no cometían asesinatos.    

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