mayo 2019

30
May

Siempre he sabido eso de ti

Que no eres de ojos vacíos, de dedos fríos o manos crispadas. Que atraes, por faltas que tengas. Que estás preparada, aunque no das ese pasito adelante. Que las palabras cortas nos acercan, y que tus noches se me hacen días.

Que no siento un enorme y duradero cariño, que estoy aún comportándome. Que no arrecio. Son contradicciones que acato sin ni mirarte a los ojos. Que ni siquiera ha empezado nadaQue ni siquiera me has escuchado, y que en tu cansada melancolía algo quieres.

Las armas no causan las guerras, estoy seguro: serías tú. La del cajón abierto. Algo nuevo, extraordinario, hermoso, simple. La de las travesías mentales a reinos voluptuosos yendo y viniendo. El patio de la cárcel estaba anegado en sangre. Sí pudieras sonreír un poco. Mira que en estos tres días no hago más que defenderte, pero si hubiera un cambio significativo… ¿Dónde pusiste la bomba?, equivocarse tampoco está nada mal: habla conmigo.

Yo también me perdí en los mundos de elocuencia; el sol se me detuvo. No todo es que costees este proceso sirviendo de receptáculo para fecundar otras vidas. La enfermera te pasará una nota, no te pido ni que hables con el juez. Yo intento vivir en el mundo real. Necesariamente tienes que aceptar mis conclusiones. Cuando des a luz te van a freír en la silla eléctrica. Dime ¿dónde está la bomba? De no estar embarazada te estrangularían hasta la inconsciencia. El alma de las cosas inanimadas duele, a mí me lo hicieron. Y no, no soy policía. No soy uno de ellos. Sigo siendo tu marido: en mi triste deber. Recuerda todas nuestras ideas en aquel puente, el de los exiliados. Ahí también he mirado: la niebla baja sigue, te espera en su calma. Y tómate las pastillas cariño, lee algo por favor; haz lo posible para no pensar en ello… yo también los extraño

¿Por qué ha salido todo tan mal?… No vuelvas a rajar a nadie… con todos esos indigentes entrando y saliendo casi a escondidas. Resulta deprimente volver a donde nos conocimos. La mujer negra de ciento cincuenta kilos te protegerá. Palabra. ¡Diablos! ¡Todo el mundo llegará en punto! ¡La capital en ruinas! No dejarás ni flores de plástico. Cuando te propuse la idea no quería que te condenasen, pichoncito. El maricón negro ha de ser el último. Dime dónde y cómo empiezo.

23
May

Ni un largo pétalo de mar

Casi rotas las costillas y el pecho abierto, con los tacones y una mano sobrándole. Amiga obligada, señora de su casa, niñita de tantas plazas. Y hasta el bolso adormecido en plan pez de hielo tenía.

Todo el día llevaba quieta, como si no quisiera estar con sus padres biológicos. Se agarró a esas cuatro leyes: miedo, razones, resentimiento y contención. Horas llevaba sin ver el cielo. Toda ella. Deslumbrante.

Salió de su casa sin más violencia que su extraña convicción y los límites del azar.

Tenía que pensar, lejos de las cenas. Ya le pasó como esposa, solo que por entonces supo disimular sus nervios; a punto estuvo un día de ponerse de rodillas por las cosas más pequeñas. Como hija con mayúsculas tenía sus dudas. Confesarse de eso sería pecado. Cada vez que le daba de comer con la cuchara su falda se movía, si no con los ojos con esas manos tan decididas, como antaño. A ella, el tenedor se lo hubiera clavado, más los rezos hicieron lo suyo y dejaron los pies fríos, en tan sentidas zapatillas, que atronó nada más devolver la silla de ruedas y la bombona de oxígeno. La única con la que compartió su quietud, sus pretextos, crepúsculos y atardeceres. Jamás le escucharon sus padres, ni con lenta gracia. Ella tampoco, en todo caso ni un largo pétalo de mar hubiera mediado en defensas algunas. Siendo niña, cuan cónsul general despeñó al hermano, bien pequeño, su otra pena capital, perpetua. El caso es que al final todo pasa en algún sitio. Otros, creen mucho en el ser humano, consecuencia de sus decisiones: lealtad, amor y emoción, también.

Solo confiaba en que después del día hubiera otro panorama. Se quería.

16
May

El cambio tecnológico ¡no me acostumbro!

Me siguen robando los caramelos. Los cogen de la estantería del despacho. ¿Compro más?, ¿dejo de reponerlos? ¿Pongo una cámara y espío quién es? ¿Me disfrazo?, ¿me pongo extraño?

Ya sucede tanto en invierno como en verano, en todas las estaciones.

Olemos el sexo, la sangre, la envidia, quién ha tocado a nuestro hijo y, ¡no somos capaces de averiguar quién coño nos roba los caramelos de la estantería del despacho! Es más, habría que saltarse algunas normas para saberlo con tanta ley de protección de datos, que hablar de pureza y verdad no siempre es bienvenido. Lo mismo es esa madre, no dejo de mirarla, o su propio hijo, que ya crece: cabrón. ¡Un edificio tiene tantas puertas!

Muchos son los llamados y pocos los elegidos. De ser varios, alguno ya habría cantado por su boca; es alguien a quien no le gustan los cambios tecnológicos. En una bandejita del armario de al lado me dejo siempre la memoria (pendrive) con las grandes verdades. Por años que pasen no me acostumbro a meterlo en la caja fuerte, ni a llevarlo siempre en el bolsillo; todavía me pesa saber lo de Kennedy, la Gioconda, los dinosaurios y el 2025.

15
May

Cuadrar las mentiras, sabiendo que te mueres

Una amiga me ha dicho que ya no tiene arreglo. Que no hay solución posible. Por más que he intentado darle ánimos, casi que ella misma ha acabado dándomelos a mí. Y ahora, que han pasado unas horas, aún en el mismo día: uno llora, uno sufre, uno vive.

Y como ella quiere, nadie lo puede saber. Hay que cuadrar las mentiras. Es su deseo, es mi respeto: mi devoción. Devoción, porque hay personas que conoces, y que por motivos que uno no sabe explicar, te caen bien desde el principio, incluso aunque la relación no sea muy fluida, o más bien, cercana. Porque también uno sabe de esa distancia, que la vida obliga.

Su familia, que la tiene, siempre supo tenerla como referencia; y su trabajo. Hoy mismo quería proteger especialmente a su madre; así me lo ha expresado. Supongo, que le será más fácil tratar el tema en su propio hogar que en aquel del que nació.

Mal que bien, le queda un tiempo, que espero le sea alegría en cierto modo, amén de la pena del saber y no poder. ¡Cada día se inventa algo! Intenté decirle. Y a eso me aferro, en la distancia más obligada. No puedo ni ir a verla. La descubriría. Es más, debo permitirle que sea ella quien se organice, en todo. No puedo invadirla: solo estar.

Y ante el resto, ni aparentar. Pero duele que alguien bueno, capaz, afable y cosas que mejor no decir, se vaya; más si cabe, habiendo pasado ya su lodo, cuando en parte la desnaturalizaron. Y jamás perdió la media sonrisa o el buen tono conmigo, cosa que incluso hoy, ha sabido mantener: en la distancia presente, más que nunca… pero ella es así: una buena persona. Lo que la sociedad necesita, lo que la sociedad no reconoce y, olvida; lo que siempre querré para ella, que siga siendo tal y como es, pero sin esa mala salud que la mata y al tiempo le presta a decírmelo, sin ni poder ayudarla: salvo estando, distanciado, extraño y normal. Recordándola, desde antes de que se vaya del todo.

Entre tanto, uno debe lidiar con gilipolleces, y con mil cosas repletas de sin sentidos. Como si todo, como si nada, como si nunca… descansa en paz, Preciosa.

14
May

Newsletter de Mayo de 2019

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10
May

Obras que son cerrojos sueltos (La frágil moral)

Uno suele contar con el factor esclavo para no rendirse, siéndose obediente: congelándose. A veces es la única forma de superar la escritura, cuando se corta a sí misma, piel con piel.

Me ha sucedido varias veces, que, estando a medias de un libro, o más bien hacia el final, como que mi cabeza pasaba directamente a la siguiente obra. Es algo incontrolable, a priori. Y, entonces uno ha de hacer de cirujano, poniendo las cosas en su sitio, aunque la cabeza planee otras cosas. Es una especie de democracia dirigida o democracia soberana.

Al ir terminando la novela La frágil moral sentí esa cúspide, un reposo y un agobio en mi pecho. Esa novela me ha hecho rectificar. Es la primera vez que destruyo un libro, hecho por mí, porque no pude superar su vértigo. Cuando lo terminé por primera vez no lo sentí como un libro, sí como una serie o una película. Y uno intenta ser lo que es, no fingir otros ADN; luego me quedé con las tres palabras más interesantes (el título) y volví a empezar. Inquieto, fértil, con un vacío que tenía que llenar.

Cambié todo: personajes, lugares, tramas, horarios. Y en tres meses ya pude mirarme a la cara. Ese acento ya lo sentí más familiar, era yo, alguien que escribía. Le puse armas al libro, ceñidos silencios, nombres invencibles y besos al filo de las agujas. Me alejé de aquella tribu tan aislada. Y no siento pena alguna, es trabajo: un apetito es inagotable donde nada es irrelevante.

Lo publicaré, no sé con quién ni en qué formato de inicio, pero espero que pronto. Por un tiempo concurrí a concursos literarios, más o menos por probarme, conocer la disciplina y acumular experiencias. Los otros guarismos no me interesaban nada, que los hay, sí. Pero en el momento en el que consideré que debí rehacer toda La frágil moral supe que precisaba otro salto base. La obra lleva su estilete, sus episodios determinantes y la profunda certeza de esa familia Peterson. 

La extrema cercanía del libro terminado me lleva a vislumbrar, estando el hoy abierto al mañana. Tengo el siguiente libro en la mirada. Es algo brutal, impresionante. Un atropello. Los actos, las palabras, las secuencias son cerrojos sueltos. Lo noto. Cada poco hay una sensación límite, del ir más allá, por todo lo que pueda dar la armonía, la melodía y el ritmo de ese mensaje que iría en el nuevo libro. No obstante, uno ha de contenerse y mantener una regla de orquestación: terminando ese en el que se está. Ese deber y honor lo acabo de gestar, aún tengo el aliento de Chicago y determinadas oraciones y cirugías reconstructivas de esa novela contemporánea, cargadas de toda la musicalidad de esa ciudad emblemática; también sus armas de manipulación.

Y paso página. Sí. Lo mismo me estoy perdiendo algo, pero somos personas que buscamos el sentido de la vida. Un poder, una cumbre. Y hay momentos donde uno coge y pierde altura. Quizás habrá alguien a quien le parezca un contrasentido. Sé que uno de los grandes libros (Lo que el viento se llevó), premiado, se hizo a lo largo de diez años lo menos. Y que, dicen, el mercado no puede asumir todos los riesgos. Pero también hay un momento justo, y un mañana al infinito. 

Eso lo visualicé en esta última novela, y el deseo de posesión. Supe que no era mía cuando la terminé por primera vez, la cancelé, y semanas después ya sentía la necesidad de su muerte, y su destronamiento, para pasar a otra obra. Mi cabeza soñaba, pensaba y visualizaba ese vacío de la caída, dejándola ir sin anquilosarme porque un escritor, escribe.

Lo peor de todo es que pierdes amigos. Ese libro que hacía, que seguía mi mismo camino, se fue. Todo ello. Y el factor esclavo te puede, abriendo otro, cortándote a ti mismo las manos. Pero al mismo tiempo te sientes incapaz, y debes poner una frontera: una relativa pausa. Una postura de miedo, de egoísmo (democracias sostenidas). Después vienen los cálculos, los fastidios, el negar lo que no vale. Dimes y diretes. Para los lectores. Dado que el libro terminado ya contesta por sí mismo, y uno, quien lo escribió, solo es cómplice: respetándolo. Poco más se puede hacer, ni llorar. Que vuele, sea merecedor o no, si acaso un engañoso intento… No creo que haya algo más cercano que estar escribiéndolo y sentir cómo se va, para que florezca… El ocio más querido, tal que viajar, amar, naturalezas; oficios también. Y lo demás son historias, que a buen juez mejor testigo. 

 

 

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