diciembre 2018

29
Dic

Un gran baile de disfraces

Los muertos están vivos, pensaba alguien. Era Nochevieja, un mar de reojos. Corría el aire por los molinillos de las azoteas. En las calles aguardaba la gente, poca, si bien la suficiente y necesaria como para encubrir el ruido de esos camiones de residuos sólidos urbanos que retiraban la basura de los bien repletos contenedores. Era una recogida más temprana que en otros días, para todos.

De repente se oyeron unos disparos, luego unas ráfagas más directas, así como un estruendo brutal, demoledor. El edificio había saltado por los aires. Un sofá apareció en la mismísima calle, a pie de asfalto, repleto de polvo, escombros y un alarmismo que hacía que la gente corriese inusitadamente. Gritos y voces que unían y disociaban todo.

Por haber, hasta había novias. Tres de ellas en busca de sus esposados, y niños mayores vestiditos de bebés con zambomba y almirez, además de chupetes.

Un segundo estallido también se sucedió repentinamente. El helicóptero que sobrevolaba esas transferencias, colmó bien abajo. Los semáforos parecían serpentinas entre la brumosa niebla y los nubarrones de polvo, con esos destellos de sus leds, tan modernos y luminosos como molestos y señalados por inapropiados. Todo era un ámbar, un colapso. Algunos encorbatados seguían en su espectro, cantarines, como si todo fuese parte del espectáculo por ebrios que estaban. Ellas no. Los jirones de sus vestidos desdecían toda diversión. Había zapatos por doquier, vidrios, telas de servilletas, manteles, piezas de vehículos, el aparataje del helicóptero y una enormidad de elementos urbanísticos hechos añicos en pocos metros.

El local había saltado por los aires en pleno carnaval de invierno. Alguien o cientos morían, el resto sufrían combustiones, alarmas e intranquilidades.

-No sé lo que te traes entre manos, pero sea lo que sea déjalo ya- dijo Garbo a su hijo, remangado de más.

El aire pesaba de más.

James, un criminal de tres al cuarto, apenas pestañeó. -Yo me voy a mi casa- consideró.

-No te comprendo. Solo tenías que hacer entrega del paquete. ¿No confiaste? Si por poco voy a tu entierro- comentó ese padre, al que ni la muerte le iba a impedir hacer su trabajo, de mariachi.

-En Méjico salió bien- se entrometió el topo, limpiándose la solapa de trazas.

-Tú calla. El chico debe sacar su instinto- le reprobó el padre al otro narco.

-¡Pobrecitos!, pendiente de demolición- bromeó el niñito, muy seguro.

Un empleado miró al jefe, solicitando su nuevo orden, manteniendo el torrente sanguíneo en su sitio.

-Pasamos una mala época. Dejemos que se vaya. Sacadlo. Una lástima- digamos que apeló a los genes el intendente para que nadie apretase el gatillo.

-¿Sirve para algo?- puntualizó picajoso el hijo de papá mirando al matón, comprobando la cobertura de su móvil. Y dio las gracias a su suerte -Papá, algún día un nuevo rey llegará.

-Mándale una postal a esa furcia- le regañó el padre. -Fuera. ¡Sacadlo ya!- ordenó a sus secuaces, bien pagados.

-¡Mierda!- protestó el caprichoso niño, obedeciendo.

Un vehículo llegó a custodiarlo, y ella, esa de negro, la madrina, se adelantó cortándole el paso. -Un poco tarde ¿no crees?- para de inmediato desdecirse -Ni los chinos.

-Gracias- contestó educado el señor, no así el hijo, quien fue metido en el coche, de donde salía una ópera de lo más sugerente.

Bonita vista– se permitió decir ella. -Excelente. Da para una copa- añadió poniéndose a la altura del mandamás en sí misma.

-Era un asesino. No me lo tomo como algo personal- le dijo a la dama, confiando en su silencio.

-Se me ocurren muertes peores- esgrimió ella, la madrina. -Si supieras de lo que soy capaz- observó al poderoso.

-Muy listo no es el niño. Necesita algo más que unos azotes- subrayó el padre, tendiéndole la mano a su decimoséptima esposa.

De entre tanta inmundicia, su elegancia fue la mejor de las esclusas. Dos lugartenientes fueron apartando los obstáculos a los que debieron enfrentarse hasta llegar a uno de esos que expiaba, atrapado por una viga.

Ya no tengo que cortarte las piernas para que no salgas corriendo y poder abrirte la cabeza– expresó Garbo. -Por fin te has dignado a comparecer de mejor modo, apreciado colega- lo empalideció más si cabe.

-Sí, cobarde- murmuró como pudo el aturdido.

Uno de los suyos presentó sus credenciales. -¿Lo mato señor?

-No. Estamos de fiesta- comentó sin gracia ni emoción, por entre los muchos repentes, sollozos y sirenas que se iban sumando a ese destrozo.

Ella, de las pocas por no decir la única que conservaba los dos tacones, asintió.

Se llama vida, deberías probarlo. ¿Sigues ahí escarabajo?- le pisó el cuello Garbo, diabólico en todos los sentidos

La súbita apertura de la mano agradó al señor, y a la madrina, quien con regocijo se aferró más a su marido pidiéndole -dame algo a mí cariño.

-En casa- le obvió los azotes de cariño en plena calle a esa dama juvenil.

Nueve ojos de ese, su servicio de seguridad, entendieron el favor, del todo.

-¡Gracias caballeros!- nos vamos. -Se levanta la sesión- pareció ordenar Garbo sin perderla de vista, a la par que pisoteó más si cabe a ese su enemigo como si apagase una colilla concienzudamente.

Ni gemidos pudo emitir el del suelo, esa mano no admitió más espasmos.

Un enorme camión de esos reculó lo más cerca que pudo en un santiamén, dando paso a un sobrevenido eco fragmentado:

-¿Sube señor?, ¿o sigue disfrutando de la velada?

-Va a resultar que la vigilancia total no es mala idea hija- ironizó. -Sí, los muertos están vivos querida esposa, ¿entiendes?

Nazaniel, la madrina, se defendió. -Puede incluso que merezca la pena cariño. Busco jueces entre vosotros y solo encuentro fiscales.

Representando la burguesía más pudiente, él le ayudó a subir:

Perro no come carne de perro princesa.

-Sí, llegarán más campanadas. Tengamos la fiesta en paz querido Garbo- exigió un poquito más la damisela, sin moral alguna.  

El alma oculta de esa ciudad hirviente cedió nuevamente al puro vicio, tiránico. Un gran baile de disfraces.

PEBELTOR

27
Dic

Cuando mi cuerpo faltó

A esos peces de colores no los mandé yo, pero resguardaban más que las venas, distintos pero semejantes.

Tenía el argumento de un judío húngaro en pleno holocausto. La cara abotargada, los ojos grises y la tez pálida con ese crucigrama de los pecados que condenan, siendo en una rara libertad.

-Vamos a casarnos y a tener hijos. Tres- me dijo con su voz fosca, aterciopelada y mágica. Importante.

El tañido de las campanas redoblando sus acertijos enloquecieron más su devenir, y mi duda:

-¿Es lo mejor?- me hice sentir.

-Nos queremos cuando nadie nos ve, ¿te parece poco?- adujo ella.

-¿Y me preguntas a mí?- solté sin serle despectivo, tocándola.

-Yo sueño contigo- me dijeron sus ojos negros.

Vigilé mi destierro, mudo.

-Pues eso. Cásate. Te quiero conmigo- insistió marimandona.

-¿Acaso no te basto así?- pregunté iluso.

-Miénteme y di que sí. Solo un poco- apuró apretándome la mano.

Su cuerpo en mí y esas campanas me dejaron como el hielo seco.

-¡Parece mentira!- insistió. -No iré tras de ti.

La miré. Me miró.

Lo que nunca sabré es si valoré más la comodidad o la verdad, suficiente, mía.  Otro ejemplo más de la versión extrema de lo que se ve a diario y da derecho. Gestos, complicidades, confianzas extrañas; realidades y muros apostados, aires que se toman y palabras que se dicen por lo bajito al hombro en las tempestades, mirándose sin decirse nada y rondándose en mil alertas, desengaños incluso. Hechos y sonidos puros como las campanas que tercian, solteras, afinadas, parciales y armónicas, de las que avisan de los fuegos.

Al despertar me escocían los ojos. Ya no me pude detener en esa carita de princesa aria, ni pude ver más esas acuarelas de los peces coloreados. Como que me castigó el cielo, madrugando con el reloj-despertador con su nota. Y sí, nadie en su familia formaba parte de esos grupos, recuerdo que soñé; hasta podría llegar a saber cómo sabía su garganta y esa luz que nos encendía todo. Pero no sé si mi diccionario y sus caricias dieron cabida a que ella era neonazi. ¿Qué impulsos me condujeron a eso?, ¿a robarme el futuro? ¿a cambiar mi suerte?, ¿con la esperanza de qué?…

¿No sé si dejarlo todo al azar y echarme a dormir de nuevo en sus poros? Napoléon decía, que, si ponías a un perro al frente de una manada de leones, los mismos morirían creyendo ser perros.

¿Tan imprudente y canalla soy que quiero perderme tanto en otro amor, cualquiera?… ¿O es un consejo de vidas para que no me pase lo mismo?, ¿qué son los sueños?, ¿importan?

¿Vendrá otro amor? ¿tanto quema esa lluvia fría?… ¿dónde buscar sin faltar? Intentar la locura, quizás.

 

20
Dic

Llamar al timbre, si hoy fuera el último día

Si hoy fuese el último día, y lo supiésemos, ¿te atreverías a llamar al timbre con un regalito a ese extraño vecino/amigo/querido que tanto da por c…? ¿Superarías las ganas?, ¿lo irrefrenable?…

No se necesita mucho: un poco de cartón, unos garabatos, el cielo prometido. 

Felicidades si tienes la chispa. A veces sobran milagros

17
Dic

¿Demasiado servicial? Y no

El derecho no está para discutir, es la suma de todo, decía yo antes, y ahora.

Verán, me he duchado, cenado, cepillado los dientes y remirado un poco. Y sí, saltan esas alarmas que todo lo relacionan. Resulta que llevo meses documentándome y escribiendo un libro que se titula La frágil moral; aún le queda, si bien, ya he cruzado el horizonte como quien dice.

El protagonista es un tipo de esos que se dedican a las políticas de los años ligeros, como ser mercenario y trabajarse todo tipo de almas perdidas. Forma parte de un hábitat disperso que me surgió. Como me ha surgido ese nombre de la mujer encontrada muerta en la provincia de Huelva. Una tal Laura, como mi hermana. Pero pienso más en su madre, por si la tuviera, que, condenada, deberá aguantar aún timos, cuando menos en los tiempos de espera. Supongo, que ya sabrá que es mejor ignorar que odiar.

Es la historia interminable… uno que estuvo en tal sitio, y que luego… pero al final no pudo… y… en fin. Que no son incongruencia ni erratas, sino otra muerta que nos espera paciente a que los vivos nos dejemos de realidades ocultas. ¿Qué paso?… Ni lo sé ni me importa. ¿Qué sé? Que mi personaje, ese de La frágil moral se haría otra muesca y diría “17025” sin más. Él no se haría más preguntas por la princesa prometida o lo que fuera esa maestra interina. Y estoy seguro que si nos ponemos a mirar estadísticas de muertes violentas, la cifra no es significativa a nivel mundial. Es más, dentro de un semestre ni nos acordaremos. Seguiremos con los sueños de Europa, los templos de parada y fonda de los famosos, y tantos negocios integrados verticalmente. ¡Hasta abriremos algún regalo de Navidad, quizás!

Eso para quienes vivan con alguien y se den a alguien. Yo podría ser hoy como mi personaje, y quién sabe si haberme construido una casa sobre un camión del ejército. No obstante, uno vive en sociedad, y hay reglas. Sin ellas entramos peor que salimos de las consecuencias notorias de las migraciones. Digo entramos, porque el malo perfecto no existe, todos somos malos. Si nos fijamos, esa joven Laura de malvada tenía poco en su cara, más bien lo contrario. Y por aburrida que fuese, o como si se llamase Isabel, estoy seguro que en algún momento pensaría: igual lo dejo por mi madre.

Fue un antes y un después. Y no creo que en las ciudades del desierto, sino en ese pueblo u otro cercano, o en la capital, hasta en su clase, siendo la maestra más aburrida del mundo para ese alumno que no le atendía debidamente. Posiblemente se quedaría inconsciente tras una sacudida. Si fuera mi hermana, ahora, fríamente pensaría eso, querría pensarlo y acertar. Lo otro sería replantearse si merece la pena pagar tantos impuestos. Hasta me pensaría aquello de ir a coger la mayor ola del mundo. ¡Todo sería una puta mierda! Un antes y un después… De recuperarme prácticamente no saldría, como que viviría en un hotel incluso en mi propia casa, de la cama al baño y poco más, sin ni hacerme la misma, y como único trato un colchón.

Pero no, en unas horas me pondré un jersey llamativo, que me suba el tono; trabajaré como el que más y salvaré mi vida, porque lo que no se puede es ser tan servicial con quienes no cumplen. Son ellos quienes han de hacer las maletas y empezar una nueva vida; siempre habrá una segunda oportunidad. Me gustaría que mi hermano mayor me dijera eso… tampoco hablo mucho con él. Eso también debiera, dentro del no saber qué es Europa. Y con mi hermana. Y con mi madre. Pero ahora solo tengo un amigo: una figura incomprensible, quisiera.

17
Dic

¿Demasiado servicial?

El derecho no está para discutir, es la suma de todo. Pase lo que pase. Lo pienso y escribo al preguntarme si ¿de veras vivimos en Un mundo no tan distinto?, o si ¿somos demasiado serviciales?

Regreso de hacer deporte, dinámico y complejo por ese lunes de diario bien largo, y me enfrento a la radio como compañía mientras hago otras cosas. Pero no. Me viene la libertad de poder elegir, el “sí”, el “no”; y todos esos mirar hacia otro lado. Lo expreso sin ser populista. En absoluto lo pretendo. Esos discursos solo sirven para forzar decisiones, no para ser diligentes conforme a derecho.

Porque mi pensamiento trabaja inconscientemente sobre el camino recorrido, y el camino por recorrer de esa mujer, profesora, que han hallado muerta; y pareciera que hay una intención detrás de su cadáver. Algo, que, por prudencia, omito. No obstante, qué fea se habrá quedado la clase, y qué bella la viuda. Como hombre, como funcionario, como deportista, como persona, sur y norte… la cubro con un velo de respeto y diálogo, con esa transparencia negra de un encuentro como este al regresar a mi casa e informarme de lo acontecido en otros lugares del planeta más allá del despacho donde uno ha de mirarlo todo con las gafas de los que nos mandan.

Sin duda, cuando pueda, creceré en mis mundos imposibles, escribiendo. Es aliento, es normalidad. Si de algo pecaré esta noche será de esa realidad… como que, de lejos, sentado en un precipicio, el suyo, con mis pies colgando… Y en unos días tocará felicitar la Navidad. Imaginemos que es eso, un respeto, a la suma de todas las tradiciones, se crea o no. Y viceversa, una reclamación, una reivindicación, porque hay que seguir creciendo, viviendo, siendo, estando. Esa gesticulación la hemos de hacer pensando que una hora menos es una hora más. ¿Se imaginan qué sería si evitásemos los minutos irresponsables?, ¿los de la desesperación?, ¿los que nos muestran como figuras diferentes?, ¿los de la violencia y el no echarse atrás?

¡Y joder! ¡Qué poco me gustan los tatuajes!, pero ha servido el de su costado para marcarla. Sí. Vio al coco la profesora, según parece: otra ecuación imposible de las que quitan oxígeno. Al mismo tiempo le han sido pétalos de ser y reconocer, de celebrar y de enmarcar.

Es lenguaje del pasado en su totalidad, ya. En Un mundo no tan distinto, ¿demasiado servicial? el cual uso para tapar esas hemorragias y liderar humildemente mi cambio, el de nuevas lecturas, el de nuevas ondas, sumando, porque mañana saldré a correr, escribiré, trabajaré y dejaré cuáles son mis exigencias irrenunciables, con mi día a día, mi ser, mis pasos y muchas gafas: “el derecho no está para discutir, es la suma de todo”.

Estoy, siendo, extrañando.

PEBELTOR

15
Dic

Cuentos para enmarcar la ira

¿No les ha ocurrido nunca, que eso que sueñan, es un reflejo y está sucediendo en realidad?, hasta con música. Y despiertas y es lo primero que ves. Haces como si nada, te avergüenzas, hasta sudas frío. Te tocas y te dices -¿en serio?- como si el futuro te fuera complejo.  

Poco a poco se va diluyendo ese soñar, ese no vivir, viviendo. Ese ir hacia un presente, donde lo que contarías ya es.

Descubres el día para no olvidar desde cada uno de tus rincones, saludas al callejón de todos los huertos. Miras hasta si dejaste la puerta abierta o no. Cuentas todo: ventanas, sillas, alfombra y todo. Intentas hasta comer, esa última carta al viento, y te sigues preguntando mientras degustas, reservado, que lo que ves es lo que es, lo que has soñado.

Aún, todo merece tu atención. Está a tu medida, estés donde estés, ya sea tu casa, un campito, el vagón del metro o el tren donde has dado una cabezadita de las locas, aquel banco del pueblo que te resultaba tan cercano, tu mejor apoyo… Y cuentas, sigues contando, con toda tu pasión, de la básica, en silencio.

Es una lucha para reforzarte. No sabes si te queda mucha vida o si es que ya has ido demasiado lejos. El beneficio varía. A ratos, de ese nadie sabe nada, te pones muy nervioso/a; en otros, cierras los ojos y haces turnos, viendo o no el entorno y tu soledad. Observas chicos malos, habiéndolos o no. Hasta intentas volar, abriendo tus ojos. Te desabrochas el botón del pantalón o los cordones de los zapatos. Todo aprieta, por solitario que te sientas. Hasta que, deduces: somos los más importantes de las cosas menos importantes.

Ya sí, la madurez es un signo en tu piel. Las mejillas se te han entumecido. Te palpas la mano por esa fuerza que te impulsa y te propinas un beso, singular, cortito. Sí, el que no se pone medallas es porque no quiere. Es salud. Moral. Lejos de las físicas teóricas tienes temple. Sonreímos tímidamente. Sí, sabes que hay alternativas a lo turbio. Eres consciente de que respiras lo que escribiste. Caíste en el nunca lo de siempre, con el riesgo latente.

La cara se te queda más real que nunca, es la de los tramposos. Sí, la suerte cumplió su papel, como en cualquier negocio. Y llamas a tu amigo/a, para decirle:

No necesitas analgésicos para salir de tus adicciones, leer es bueno; me ha vuelto a suceder– mientras ella o él limpia su nombre a golpe de millones.

No esperas que te lo agradezca, le eres un monstruo. El del rudo plomo de los cementos que cada cual lleva. Te ven peor que a una iguana. Arqueas los brazos, y, te miras, girando un poco la cabeza. “Tremebundo viaje”, rezas, o escuchas ese eco semejante, al tiempo que los enjaulados conspiran, naturalmente hostiles a la civilización, como los cocodrilos y sus ojos saltones, henchidos de una paz sofocada hasta nuevos repentes, estando sin estar.

Dame veneno que quiero morir– dicen. 

 

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