marzo 2021

25
Mar

Remaban los suspiros, en ese pueblo de viudos

Pronunciaban sus nombres y se sentían huecos, y eso que las querían como entonces. Se le fueron de sus cabellos, tristes y sin bienes, más con un reposo claro.

Qué largo abrazo se darían en la azotea de sus penumbras. 

Sus niñas estaban en la mar, con el aire sonrojado de orilla a orilla, y el cielo gallardo. Un amor que le dolía hasta al aire, galán, galancillo.

“Ni que vayas, ni que vengas”, se decían, huecos y con la llave del encierro, viéndolas en entredicho; calientes, nada más.

En las casas aún quemaban tomillo. El pueblo, más bien. Todos.

Bajo los inmensas justas de los árboles no querían decirles nada, si acaso, a los zapatitos de lunares, esos con los que las soñaban, morenitas sobre las aguas, secas y de azabache, tal como eran. Ya fuera en la mañana viva, en la tarde madura o en la noche caída, zapateando y jugando a la noria del amor, ese idilio y dolor mismo; delirio.

Más remaban los suspiros, y se tenían, en ese pueblo de florituras pasadas de moda.

Un lugar al que iban los que se quisieron de veras… pero ellos siempre, un poquito más, no habiendo gente buena, ni mala, ni fea, solo desafortunados. Ni pecados, ni virtudes, solo viudos. Aun así, el miedo mantenía el orden de las cosas. Y eso que eran personas con el calendario en contra, actuando como abuelas, no cansándose de recordarlas en voz alta para que no murieran dos veces.

Un pueblo en el que había un hueco para cada persona, y donde cuando tocaba reír, lo hacían como si nunca hubieran sufrido: y bien que bailaban, ellas, con los tacones verdes de lunares, morenas, todas, en ese afán morboso de enfrentarse al fin del mundo, secas pero mojadas, sobre las aguas y de azabache, todas, tal como eran, ni yendo ni viniendo.

 

20
Mar

Newsletter de Marzo de 2021

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18
Mar

El silencio obligado

Aquella vez era verdad. El gesto del coronel, el tono de su discurso y la gravedad de las palabras habían cesado, aunque fuera en un torpe intento.

Por momentos se oficializó el descanso. Las enormes vigas y todo ese mastodóntico entramado se quedó embargado, preciso en su silencio. Las bombas, los flejes y las restantes maquinarias pesadas apenas se quedaron en el bajo techo de la boca de algunos con los cigarrillos rusos que le habían robado al sargento por entre el gigantesco túmulo de piedras y escombros que también cedían al privilegiado descanso, sepultando los instantes.

Había pocos, ningún oficial entre ellos. Pero eso era vida para los que sobrevivieron al bombardeo por pura suerte. Atrás quedaban las diecisiete horas de progreso de todos los días en esos minutos de disidencia e incitación. Un día en el que no le habían tenido que sacar los intestinos a nadie, por entre alguna que otra viga salvadora.

En todo el día no habían comido, y aún les quedaba rapiñar algo en la vuelta, asaltando las ruinas de alguna panadería de mala muerte. Algunos ni sabían parar, por buenos o malos que eran.

Construir en tierra extraña era eso: no poder confesarles a los padres que habían malgastado su vida en vano; y pensar en sus madres, con el delantal muchas, ni provocándose emociones, por honor, gloria.

Pero sí, socavaron del todo al coronel; y eso que el poco amor que les quedaba les detuvo en el ultimísimo instante: enterrarlo vivo, quizás no fue la mejor idea.

11
Mar

Violencia desbocada

Cada vez que pintaba se alejaba de ese asombro que le precipitaba. Signos, garabatos, líneas, colores o lo que fuera que ejecutaba sin vacilación como si inventara un idioma nuevo. Ya fuera de pie, en la cama, desayunando (su única comida) o mientras la lavaban. Esa sensación de plenitud daba calma al resto de la casa, y vecindario.

Chillar, chillaba mucho. Los vecinos, queridos o no, le regalaban lápices de colores a la familia, pinceles, rotuladores, cuadernos y lienzos. Verla sin ellos era bochornoso. Le gustaba ir siempre cargada de bolsas con esos enseres, dentro y fuera del hogar. De no tenerlos expulsaba una bochornosa espuma por su boca, sonrosada de más, que irradiaba lo peor. Daba escalofríos tenerla cerca. A cualquier niño su repentina fragilidad le podía, y a casi todos los mayores, de no ser expertos.

Mirar al horizonte no es que le aportase nada, simplemente lo hacía estuviera donde estuviera, hasta pintarrajeando en el pupitre de su casa, que era suya.

Tan graciosa, tan normal y tan imprevisible a la vez era su hermana. Para ella la vida siempre había sido otra cosa. El único y verdadero contacto con el exterior para la violenta artista. La incondicional hospitalidad de esa doctora era la desesperación de otras tantas personas, ahora bien, la madre lo dejó muy claro en su testamento.

Y no había tratamiento o alternativa. Debía pintar, pintar y pintar. Si se le intentaba dar la cena, la vomitaba. Y para cuando recuperaba la suficiente serenidad por sí sola (que no se dejaba tocar ni querer), nada de intentar apaciguarla hablándole. Su hermana también debía pintarrajear como ella. Era la única y cierta manera de comunicarse. El último novio que tuvo la doctora, al menos le dejó unas líneas de hospitalidad justo antes de abandonar esa casa con el sigilo de un ladrón, estando las dos bordeando colores y direcciones sin norte en plena madrugada sobre un lienzo amarillo pálido en sus inicios.

Los últimos seis meses habían sido una constante. Si bien, ya quedaba menos para que a esa casa y despacho regresara el senador, a punto de jubilarse. Un tipo rodeado de un súbito paréntesis de silencio desde la muerte de su esposa. Y todo un extraño para la hija pequeña, la más dócil y obediente de las dos, porque la doctora se la tenía jurada a su padre; todavía quedaba cicuta, polonio y arsénico de cuando madre, retrato que siempre les salía a las hermanitas, pintarrajeando a las tantas.

4
Mar

La persona perfecta

Sabía de esas normas que no caducaban ni mitigaban con la distancia. Y su voz callaría hasta cuando todos hubieran muerto. Hasta para entrar en el portal de su casa se quitaba los zapatos y se descalzaba como la mejor diplomática.

Solo trasnochaba con señoritos. La mujer de la limpieza era tan invisible para ellos como para los que madrugaban.

Su cuaderno era su cabeza, donde llevaba anotadas más de una historia de amor. Los definía con una sola palabra y un ademán, fruto de su simple y espontánea naturaleza.

Esa vagabunda de las estrellas no dejaba de fabricarse historias fantásticas cada noche, justo después de acostar a sus cuatro hijos y de retratarse en la cama con su marido sin repentina frialdad ni mayores cálculos. Le salía solo, sin número de registro y con abundante munición.

Para lo pequeñita que era parecía casi llena.

2
Mar

¿Cuántas veces se debería leer un libro?

Los peces no pueden dar conferencias sobre natación, ni los escritores sobre lectura. Hay escritores que narran sobre la vejez, sobre su falta de pudor, su incorrección y hasta se atreven con el humor negro. Pudiendo hacerlo con una visión sutil, insólita y divertida, caracterizando los personajes y todo ese coro de voces, dentro o fuera de los estereotipos mundanos. Pero, ¿y si no se entiende?, ¿o no gusta?

Pasa como con los finales. ¿Por qué esa dispersión absoluta de algunos?, ¿o porqué ir directamente a lo más recurrente? Mezclar las ocultas intenciones y las efusiones emocionales, además de -algunos- ideologías y políticas, dificultan la asimilación, por buenas que sean las sintaxis y adjetivaciones. Todo matiz que no consigue su objetivo es añadir ambigüedad a una obra que quizás no la precisa. Si bien, al narrar se escribe o al escribir se narra y, por tanto, se relata, siendo lo bueno, bueno, y lo malo, malo.

Decir que alguien ha leído el Quijote más de cuarenta veces se hace como ofensa no como halago, en plan “está chalado, casi peor que el Hidalgo Caballero”. Pero ¿a que nadie se atrevería a propinar un pistoletazo en medio de un concierto? ¿Ni nadie critica escuchar una canción muchas veces?

¿Por qué es una aberración leer algo mucho?, ¿o nada? ¿Acaso un pez nada mucho o poco?, ¿acaso es mejor o peor pez por nadar mucho o poco?, ¿gusta más?

¿Puede un libro no dejar de tener profundidad y originalidad, sin resultar cargante?, ¿o tocar varios temas en uno?

Habiendo terminado la novela Gay y Discapacitado, y dándole un tiempo para estar en la nevera, reposando (algo que hago por primera vez como autor), me pregunto si ¿será fácil o difícil su lectura por el público? Muchos, por el propio título, ya pensarán en protagonistas varios; otros lo conducirán a la crítica despiadada. El caso es que esa melodía de asonancias y rimas no ha ensombrecido mi locura ni mi pensamiento, creo. He aprendido cosas que no sabía y que viví de pequeño, como la Guerra de los Balcanes. La primera guerra que pude ver por televisión, y que sigue, como tantas otras. En Isla Cristinita, lugar donde la obra transcurre, hay libros y peces, personas y guerras, bicicletas, dinero, turismo, buena comida, etc.

 

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