mayo 2021

28
May

Gay y Discapacitado

Bajo los principios que se perpetúan a lo largo de las vidas aparece la cadena hotelera Copacabana y entornos como Isla Cristinita, Isla Mustiquina y Cerro Gordo con diálogos vivos y reflexiones potentes alejadas del didactismo común. Seres únicos, que no especiales, con la yuxtaposición de imágenes de la Guerra de Yugoslavia y las inesperadas relaciones de cuando se pretende crecer en ese puzle de la contemporaneidad sin estar a resguardo del todo.

Los lugareños de ese suroeste peninsular son precisos, contundentes y, hasta irónicos, a veces. El matrimonio formado por Azucena y el bosnio, junto a la hija adolescente de ella, inciden en la infatigable labor del quererse todos los días. Ahora bien, ponerle fin a la retrospectiva de las infancias que no lo fueron, cuesta. Tisma, marido y exiliado, es la nostalgia del absoluto y la reciente prolongación de la vida humana de quienes se toparon con una guerra tras otra y no terminan de encontrar su lugar en el mundo.  

En Isla Cristinita se producen ambigüedades y ambivalencias que devienen la fatiga humana, con la unión y mezcla de empleados de hotel, los residentes y los que se mantenían a flote en los cámpines de alrededor, más la melancolía del crepúsculo al tiempo que todos ellos arrojan una luminosa mirada sobre cuestiones como la naturaleza del recuerdo o el deseo de reconstruir lo perdido, casi que integrándose.

Las escenas de esa vida apartada no están saldadas del todo. Condensan pensamientos políticos y humanos. O la frustrada concordia y el entendimiento de una madre y su hija. También la duda del quererse y del tenerse: una de las torturas más terribles jamás concebidas.

Comprender la naturaleza de ese lugar y su Casa Madre, la identidad femenina y la autenticidad de ese recodo isleño puede convertirlo todo en algo vulgar. No siendo más que una sólida visión de los negocios más sucios y cruentos. Máxime, con lo gráfico e imprevisible del resto del mundo.

Es una historia que nos enseña que no debemos tener miedo a lo que hay fuera ni a lo que no conocemos, por el mero hecho de estar fuera o ser desconocido, que lo peor, temible y quisquilloso es uno mismo y el afán de totalidad.

Las empresas, sean las que sean, jamás estarán a la altura de las más altas y maravillosas expectativas, como el amor.

Como lágrimas en la lluvia, Gay y discapacitado, rinde tributo a las víctimas del uso inadecuado de los medios virtuales y a todos los aspectos centrales de la extinta Yugoslavia y sus muchas guerras, sobre todo cuando aún nos preguntamos qué son los virus, las bacterias y las manchas de petróleo en el océano, estando los sistemas inmunitarios, los metabolismos y los alimentos perviviendo en la era del capitalismo de la vigilancia.

¿Por qué ese título y no otro? Es otra explicación del por qué no tener país seguía siendo peor que no tener casa.

27
May

Déjese llevar: la necesidad de volver

En los edificios de alrededor las cocinas no mostraban costurones de guerra, ni eran patrimonio de la humanidad de uno u otro modo. El caso es que los dos comieron en tal campo de concentración y mayor ciudadela tal que fuera ese lugar una pequeña cabaña junto a la bahía de un archipiélago con sus procesiones de pascua ortodoxas. A unos diez metros, un trabajador restauraba la puerta de acceso a una torre con trapos que no procedían de harapos de ropa tendida. Lo mejor, siempre lo mejor, es lo que se utilizaba en todo ese perímetro de Deansgate. Y no había manera humana de parar, siempre había cosas que cuidar, ajustar y calcular. La tradición soviética del secreto cobraba importancia en la cara y disimulada ciudad de Manchester, correspondiendo con el hermetismo y la extrema lejanía de todo cuanto no fuera Londres.

La utilización de ese espacio tan señorial engrandecía hasta a los más pueriles. Decenas de cristales de bronce y lámparas de araña, vajillas blancas rellenando los muebles vidriosos al paso de tanta cultura, y centros con rosas blancas, hojas de helecho y brezo pudieron constatar todos en ese gran día, con voces despejadas, nada de carraspeos varios o darse a perder el aplomo. Su Majestad había enviado un emisario.

El cual, ya bien adentro, habiéndose instalado en una sala al efecto, empezó a hablarle con aplomo al comendado señor Griffin:

-Mis amigas y yo nos quedamos con la congoja y la incógnita de ver el papiro más antiguo que tengan ustedes.

-¿Perdón? -respondió el bibliotecario, con galones.

No seamos lacayos, sabe a lo que me refiero. No me encogeré de hombros -pretendió que se lo imaginara.

-Pues bien, profesor. Ordenaré todo. Siéntese -le corrió una silla. Una de 1755, donde se habían leído libros en más de treinta idiomas.

El corte clásico no le desfalleció en ningún momento al emisario real, caracterizado con el rigor del mejor observador. Clases de yoga no se sabe si practicaría, más la espalda firme y tiesa le era, cosa que no abundaba.

Tratado con respeto, sin estrecheces, le ofrecieron y sirvieron té rojo. Al tiempo que otros casi que eran fustigados por tardar de más en abrir el redil, acostumbrados a solo sostener la respiración que no a correr.

Faltando poco para que se lo enseñaran, el bibliotecario encargado se adelantó, aflojando la carrera:

-Señor. Vayamos arriba. Conviene mover las obras lo menos posible, por favor acompáñeme y le enseñaré un manuscrito.

Con un movimiento fulminante renegó y aceptó. Ese lo hubiera atado a un palo. Mary McCarthy, a quien el director había ordenado estar en la retaguardia, entonces salió y una mano áspera la sacudió con brusquedad tomando la gabardina del reputado señor.

 

Extracto del libro Mary McCarthy

Disponible para Ustedes

PEBELTOR

 

20
May

Callándose y escuchando a gente que se lo callaría también

Minutos antes había desmadejado sobre la cama, entreabriendo los ojos, a una de las hijas de esa mujer que les dio cobijo, alimento y a la vez derrota y éxtasis, dejándola como muerta tras dos o tres sacudidas violentas. 

Y si no fue él, fue otro más discreto, desembarazado y eficaz que se zambulló en ese deseo,  pues la piel de la adolescente con la luz que dejaban entrar las cortinas, anaranjada y cálida, tuvo una textura labrada y pulida como de piedra preciosa, meticulosamente bella en esa fracción de segundo en la que la menor dudó de su condición de Amish, desvergonzada y sublime, dejándose a ese escorzo de la refriega entre los cuerpos y esa resistencia íntima y profunda del pudor sostenido y culminantepara luego tener que pasarse el resto de su vida callándose y escuchando a gente que se lo callaría también.

 

Extracto del libro 20000 $ al día -en curso-

PEBELTOR (El imperio de lo sentidos)

¿Nos bañamos en un libro?

 

13
May

Una mujer con hambre

Fingían estudiar un escaparate o esperar a alguien en una esquina, si acaso. Presos. Al cabo del día mi hijo los veía media docena de veces. Yo le improvisaba, unas veces le decía cualquier cosa, otras, por acumulación, le gritaba exasperada que no los mirase y le regañaba por las heridas en las rodillas y la camisa por fuera del pantalón, haciendo que no me dolía.

Desgarbados, y atados, ellos no decían nada. Todo sucedía en su asombro, el de mi hijo. La dueña de la casa nos obligaba a pasar por ahí. Hacia el otro lado, su hijo, sentado entre otros niños saboreaba a ciertas horas de todo con la boca manchada de chocolate. Les gustaba tener las puertas del comedor abiertas de par en par.

Mi hijo los miraba, y a los presos, porque creía que alguno era su padre, y su hermano. Se acordaba de cuando aún lo tenía en mi vientre y le mentía. Con rapidez le añadía el indeseable barniz. Yo, una flor solitaria, porque en la infancia lo importante es sentirse querido.

Todos los días de clase, a la misma hora, ya acostados, mirábamos al techo las manchas de humedad de esa habitación que compartíamos, mohosa e indeleble, y su cegadora fascinación le hacía creer que él también merendaría chocolate al día siguiente, aunque fuera a las puertas de un mal recibidor.

La confusa mezcla de sentimientos me llevaba a pensar que el sexo seguía siendo espléndido, incluso cuando me arrastraba más allá de la cama. “Para llegar tarde a la libertad siempre hay tiempo”, pensaba, muerta de hambre. Cerraba los ojos para apreciar de mejor modo el sabor del primer bocado que pudiera arramplar.

Que me pegasen no era una descortesía. Lo prefería. Al menos, el resto del día era para mi hijo; no el suyo, ese de ojos claros y pelo engominado… Supongo, que con los años habrán entendido mi expresión de fastidio. Cuido a sus hijos lo mejor que puedo, y siempre tiene mis piernas abiertas, nunca en voz alta, que sé que no le gusta, ni la mueca de asco. La cara cortada me da igual, nunca nos llegamos a hacer una foto. Las cicatrices me recuerdan que todo lo que he vivido es parte de la realidad. En lo más áspero de mi vientre seguiré contándole la amorosa regañina a mi hijo con el mejor de mis acentos, y le seguiré cuidando las rodillas y medio remendando los pantalones. Veo todos los días a gente mucho peor, y no me arrepiento de haberles mandado a la mierda cuando le reventaron la cabeza con la culata del fusil. Se les metió entre ceja y ceja quitármelo porque tosía. ¡Si yo hubiera tenido dos manos!, ¡y el fusil munición!… Voy a estar triste hasta que me muera; ya ni me pegan.

Y todo, a una calle de distancia de donde se había criado mi madre: la que se comió a mi perro.

 

PEBELTOR: el imperio de los sentidos

 

6
May

Atados

Siempre salían antes, sobre las nueve menos cuarto, para ajustarse al horario de la iglesia que les servía de coartada. Se ataban y apasionaban, dándose relevancia a cada centímetro de su piel, admirablemente coordinados, besándose en la boca como si no hubieran sabido hacer otra cosa en sus vidas.

Al principio, tardó en morder el anzuelo. Aunque su sobrina sabía manejarle. Eso que salía ganando. Un individuo de rasgos mediterráneos.

Esto, los días que no le dejaban matar a nadie, en la templada penumbra de las sobremesas y las sonrisas mecánicas, tan imperturbables que no significaban nada.

Algo habrían de hacer para soportar su mierda de vida, ¿no? Y sin poner todo perdido de sangre.

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