Caminar lloviendo ayuda a tomar decisiones

Caminar lloviendo, contendiente, donde ni el agua corre pareja, tiene sus claves de bóveda. Tiene ese valor añadido de las verdades que parecen de mentira. Pero no hay mejor fuente de acoso e invasión de la intimidad que esa extraña soledad; son pasos irregulares, también tapetes y casualidades que rigen la atracción y el amor, decisivos contra el signo de los tiempos. Papeles importantes como las gotas escamoteadas o impetuosas, de bondad o maldad, que mojan abiertas. Eternidades que se escurren, tan infinitas, que se anclan en su entera libertad. Sintonías que te colocan y descolocan, haciendo gestos que no son normales y al tiempo parecen peregrinos, sin riesgo, sin valentía, sin emoción. Carruseles que aguardan y se repiten. Ventajas insalvables del encogerse y estirarse ante uno de los mayores espectáculos del firmamento. Sensaciones en las que el pasado más remoto se convierte en un nuevo presente. Miradas de inocencia y juegos de espejos: opciones. 

Caminos que se echan en falta, de andares sencillos para colocarse en el centro del foco. Un placer inusual, desobediente, de portentosa negación, donde se atisban miradas soberbias, ansias instintivas e hilos sin emociones. Y titiriteras conversaciones aleatorias con uno mismo por cuanto las ausencias provocan una explosión de vida. Decisiones. 

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