Uno empieza la semana peor que si la acabase de terminar. Se deja pasar algo de tarde haciendo noche engañándose a sí mismo. Es el comer, merendar, cenar igual que el desayunar; todo sabe a todo. Hasta nos apuramos por hacer deporte cual placebo de cabezas y cuerpos enconados. Corres, saltas, brincas,… espalda con espalda. Algunos hasta se hacen brechas de tanto tomárselo en serio, los menos se asfixian (pocos cuerdos pero los hay, eso sí, parecen atrofiados). Se ven las noticias y los mensajes a medias, ordenamos ese nuevo martes. Las sábanas ya parecen ocres y saben a un verde marchito. Se buscan los aromas que no están estando. Y el ruido viene del poco espacio. La luz se apaga y se enciende…

Ruin, no se deja de competir. Lavamos la taza del desayuno tan aprisa que esa misma sirve para postres y la cena. Postres que son carnes, verduras, legumbres. Mediodías que empachan y siguen sabiendo a cualquier hora. No dejamos de prendernos cuales extraños.

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