Mucha tensión se ha vivido momentos después, nos intentaron separar. La quietud, el tiento del murmullo, no más gritos y ese poco consumo de luz… Y el resto de horas quedándose sospechosamente sin aire. De eso depende, de no querer ni pensarlo.

Ufff, se necesita cualquier cosa. Reivindicar la condición y ese mural de fondo, sin olores, con la abundancia de objetivos… Le diría –corre, eres padre- y no habría más concesiones. Si yo fuera él ya andaría por los tejados. Nuestro nombre propio no tiene ya ni principios.

Hasta lo celebro, se ha puesto en mi camino, éste es el último himno. Ser feliz, sentirse querida; seguir queriéndolo por ochenta años no lo llevo tan adentro como las melodías. ¡Ni voluntaria! Después, a lo concreto del sacerdocio: a ser un número primo. Lo tengo más vocacional que el querer a la gente. Y que otra sea su amiga del alma, pícara… querida… extraña.

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