-Estamos a la espera de conocer el resultado. Seguid jugando- indicó con precaución la vecina, sin reflexionar sobre los comportamientos, retrotrayéndolos.

El mal tiempo de las últimas horas, y la progresiva ausencia de luz hacía suspender esa tarde de juegos, sin embargo les dejaban, por supuesto, siempre lejos de la zona rocosa.

Y hubo de volver corriendo la otra vecina, la de la cerradura forzada y casa desvalijada, no tan festiva, sí más paralizada, reclamando atenciones:

-¿No habréis visto nada?, ¿no?

Pero el balance provisional lo puso la anterior, desde la verja, muy a las claras, represaliando:

-¡Nada!, ¡nada! No han visto nada. Deja actuar a la justicia.

Por la mano tan simbólica y descarada, desde la franja la otra lo entendió todo y reculó con una maniobra agresiva para sí, como con todo el respeto debido, el de un peligro real e inminente adoptando falsamente el papel de sorpresa, que no víctima, sin más alusión.

-Cuando sea mayor yo quiero ser uno de esos, extraños– dijo el niño, el que venía haciendo de espía empujando al diplomático, que le había expulsado del jardincito, o sea, del país, echándolo junto al tobogán… con lo que ya se sabe, los más pequeños.

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