Poder oler a su hija fue eso: lujo. Tras varios días incomunicado, y tras haberse intentado electrocutar, su hija Cynthia accedió a hablar con él.

-Todos tenemos problemas señor Lowell -comenzó ella.

Su propia hija lo trató así, como personas que se sientan en la mesa sin ni mirarse, como que en las mesas sucesivas. Nada de cariño, nada de familia.

Una casa en la ciudad de los colores le esperaba a Cynthia. Sí, sí. Nueva York. La legal y la ilegal. Y la historia de los refugiados sirios contada por sí mismos. Un libro que le había elegido la institutriz, alguien que ni siquiera tenía la capacidad de recordar sus pesadillas, quien tomó un respiro hondo y una sonrisa que engañaba. Así le pegó la primera vez.

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