Son comedias de enredo, suertes desiguales y casamenteras. Paz y experiencias. Productos de primera necesidad como las viudas y el ayer por el ayer para contener y arengar las expectativas. Esas Flores de plástico también son pasión, dioses y las ofensas a todos los altares. Tradiciones y orígenes que envuelven el mejor regalo o la peor fiesta, como el narcotráfico o el ser prófugo. Las familias localizan, son establecimiento y pesan; las personas sostienen los Estados Mayores, los Brexit y las manos que acarician los senos obteniendo redención tal y como manda la invitación. Más reprenden, ¡claro que sí! Colaboran en los detalles, y a veces van demasiado por delante poniendo en riesgo la actividad. Lo bonito de un nieto o sobrino no siempre es agradable, los cuentacuentos tienen su hora veinticinco, con sus qué si tengo, qué si doy, qué si soy… Esos momentos que quedan guardados para siempre son peor que las monedas, las camisas rescatadas de los jirones para ser osos de peluche o los caramelos que aparecen y desaparecen de los bolsillos de un mandil en nada simbólico. Calculan.

¿Qué es peor el daño o los cuentos para entender el mundo?, ¿cuál es el remedio más honroso? ¿Cuánto cuesta vivir? El problema territorial va más allá del ¿en qué puedo ayudarte? Iniciativas para resolverlo no faltan, ni leyes o agujas e hilo. Algo muy malo tiene que estar pasando…

Claro que hay que ser un líder medio pirata para poder seguir envolviéndose de regalos. La supervivencia nos puede llevar a ser muy malos. La decisión del qué hacer y cómo controlarlo nos encara al pacto clave, la subcomisión de una cita en un museo y un acto de recuerdo. Y se busca ese exclamar inimitable, la llave de todos los castillos:

-¡Mamá!

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