Esos lugares arriostrados por la necesidad de hablar -imperios de los sentidos-, son espacios en los que los envejecidos y los jóvenes (aún sin mayoría) usan el mismo perfume en ciertos ratos o cafés. Vínculos en suma, de y para todos, como si bajo el mismo sol o lunas todos fuéramos iguales.

Y formando parte de esas etiquetas se está dispuesto a llegar a acuerdos, hasta se recurren las razones, los sueldos bajos, las incertidumbres y las precariedades. Porque recurrir a ese alquiler ayuda a tomar decisiones, y a tenerse. En el mismo seno se sabe si todo está bien o si todo está mal: los despistes, las simpatías, las apariencias, lo fundamental; todo sale a colación en ese jurado de frisos, baldosas y ruedos.

Son suelos que hacen que uno se crea cada palabra de las que se dicen, si es que hay que creérselas; y si no, de tener que tragar saliva, mucha o poca, lo permiten sin palabras mayores.

Dondequiera que estén, invierno, primavera, verano, otoño, siempre un paso más hasta el punto de extrañar su falta. Vínculos en suma. Lo más granado… Ignorantes como somos, somos extranjeros, somos ocupados… cuentas y registros. El caso es que si no existieran nos colgaríamos de su cielo raso.

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