Yo sé que no piensa así, o así lo quiero creer, como hijo que soy y debo ser. Sé que con los años se ha ido volviendo más elitista; ya no pasa hambre, y si lo hace es porque se priva a conciencia, pero son las menos. No se cuida bien. Sigue cogiendo peso aunque diga que la báscula marca lo mismo desde que la operaron aquellos especialistas que tanto costó encontrar (y años cotizar).

Yo hube de detenerme al poco de llegar a su domicilio para concienciarme. Ni comí para ir a recogerla, apenas me detuve a llenar el depósito y orinar rápido; ahí fue donde puse las viandas en el asiento del copiloto (hasta que hube de bajar algunas a la esterilla porque pitaba el indicador del airbag) para ir mordisqueando el tentempié (fruta de piel rápida, algunos frutos secos y ese agua embotellada). No quería discutir por enésima vez, es un imposible lo nuestro, por sabido y dolido.

Y a los dos minutos cuando dijo lo de –esto no es para ellos- me apreté todo lo  fuerte, y disimuladamente que pude, a la silla de playa redecorada que hacía de sillón de piel en ese recibidor-comedor y pongo todo de la segunda residencia. Me costaba creer que fuera ella, y que hubiese ejercido como maestra de escuela toda su vida, con niños chicos mayormente, gentes limpias.

Pero la reconocí, no me cabía duda alguna. No teníamos más lenguaje que dejar pasar el tiempo, que no corría. Casi tres meses sin vernos, sin hablarnos, y en dos minutos los perfiles seguían siendo tan asimétricos como siempre. Los “que si no me escuchas”, “que si no me quieres”, “que por qué nunca puedo tener una conversación contigo” y uno de tantos más bien nuevo a su modo: “me tenía que haber muerto cuando tu padre, eso te hubiera gustado”.

Todo eso y más salió a la vuelta, de regreso. Mi “no tienes vergüenza” fue realmente su hartura, lo que la hizo llorar; cosa que no sucedió en el entierro ni en el funeral, o en esas semanas de hospitalización. ¡Por fin tuve madre, por fin reaccionó! Más seguía siendo ella. La que despectivamente consideró que ese –moro- como lo tildó, y su familia, no podían convivir en su entorno vacacional.

No fue el que arrastrase los pies mucho más que de costumbre, o que me mirase con asco de segundón, tampoco el que no pudiera presumir de estar más días juntos como si fuésemos una familia de veras. Fue esa determinación de su pensar y cómo se trastabilló al expresarse conmigo por tener que medir sus respuestas, lo que la hizo descontrolarse y ser una cacatúa de los diamantes de sangre de todos los días… Nunca me gustó que al sumar años le fuese costando más y más cambiar de cuando en cuando el dial de la emisora, y que cualquier alma cándida le sirviese como asesor/a en vez de yo mismo, por ejemplo. Presumir del trabajo de su hijo ante sus amistades, obviando el otro, el que me hace sentir de veras también salió a la palestra.

-Diles que hago mi vida, y punto- cerré el tema, harto de milongas y poses.

Pero no puedo hacer mi vida. En mi foro interno sé que no es racista, que cuando se apenaba de ese crío de apenas medio metro que se alegraba de cualquier palabra o mirada (por extraña que fuera), y que su hermanita pequeña, la que precisaba todavía del ventilador que le prestó semanas atrás al verla abatida en la cuna no la hacían inmisericorde… El caso es que tanta misa para qué… porque de no ser por mí esa comida que sobraba al descongelar y vaciar el frigorífico difícilmente se la hubiera dado toda a la madre árabe de esas dos criaturas chicas. Nadia (tal y como se me presentó) se ofreció a limpiar como recompensa, y me da igual si fue por decisión propia o por imposición de su esposo y casi dueño. El recelo de mi madre supongo que viene de muy atrás y se le entremezcla con esa triste orfandad del no tener, teniéndolo todo o habiéndolo tenido pero no sabiéndolo disfrutar.  Pero mal patrocinio son esas actividades. Ni los coros rocieros, las zarzuelas, ni esos viajes de unos días a la provincias limítrofes o de pocas horas, menos aún los cruceros baratos en tiempos fríos o las gimnasias de los/as desamparados/as en las vetustas mañanas de invernada…

Ella echa en falta a nadie, ése que sabía llevarla, recogerla, no cuestionarla… ése al que quise imitar esperándola al salir de misa, haciendo tiempo baldíamente por no darme a la fuga en mi voz del muro; y ella no tuvo otra que comprarme un detalle para cenar y desayunar como hubiera hecho él, pero no. No es lo mismo. Sí tuvo gracia y midió tiempos y cóleras para despedir al cura que se iba a otra parroquia, ninguna para tenernos en paz. Y mucha caradura y necesidad para pedirle el ventilador cuando no lo va a usar y ellos sí, al margen de lo poco que le costaría habérselo regalado o dejado estar, sin más. ¡Joder! Paseé un maldito y mediocre racimo de uvas cuatrocientos kilómetros para agasajarla con algo íntimo y personal, de casi su otra tierra, y cargando el coche descubrí que tenía uno aparentemente mejor, mucho más lustroso y grande. Al preguntarle tragando saliva me indicó que era para uno de sus nietos, que le gustaba. Y me hice de tripas corazón para hacerle otros cuatrocientos kilómetros a esos granos de uva tan falsos que sustituían a los míos, que hasta la hube de mediatizar para que se los entregase también a esos vecinos de puerta y portal curiosamente.

¿Dónde coño está mi madre? ¡Tanta virgen! ¡Tantos ángeles!, ¡tantos años escolarizando a diestro y siniestro a gentes de todo tipo y condición, limpiándoles los mocos y los culos para qué si es la misma que llegaba a casa  asqueada y me miraba raro!… Todavía recuerdo cuando me rompí la muñeca y apenas apareció como de costumbre, suya, estando yo al cuidado de mi padre.

Lo peor del consuelo de tontos es que no extraño lo que representa, me parece demasiado común su veneno. Dan ganas de requetehipotecarse por tercera vez y adquirir el solar que se vende, el que hay junto a la iglesia esa de pueblo con nombre de santo, y hacer una mezquita o cualquier otro lugar de culto y rendición; o un comedor social y albergue de esos sin cuentas ni papeles y llenarlo de extranjeros sucios y de los que hablan raro con túnicas. Es muy fácil vivir junto a un acuartelamiento militar cuando no pasa nada; supongo que también se le olvida a ratos eso del terrorismo más que nuestro, el occidental (y también ininteligible) a quien como madre de por sí lo sabe todo.

-Eres raro- me dice la que no acepta que piense por mí mismo, como defendiéndose y queriéndome atacar al tiempo. –Y un egoísta porque estás solo- apostilla, metiendo a otros de por medio, para hacerse valer más como si me entendiera y conociera, justificándose. Hasta me pregunta por mi exmujer, la que nunca le gustó pero bien que saca a relucir a pesar de no existir para mí.

Esta noche me pongo una férula en la boca, no quiero aprisionarme más las mandíbulas, es mi oblea, mi comunión… que mañana habré de hacerme el gilipollas como siempre, para dejarme caer y preguntarle si necesita algo, en otra de esas propuesta trampa. ¡Quién fuera pobre para saber tenerlo todo con tantos boletines informativos de mierda!… El caso es que estrenan un programa donde la gente se retrotrae a otras décadas, y en donde casualmente había obediencia ciega de la mujer al hombre por imperativo legal y resulta ser un éxito de audiencia en vez de un despropósito. ¿Dónde cojones pido ayuda?, ¿la mato?, ¿me hago un bárbaro? ¿Digo que es que tiene demencia senil?, ¿principios de Alzheimer para ser decoroso y comprensible a los ojos de Dios? ¡Me cago en mi puta madre y tantas políticas!, ¡y en las actividades lúdicas!…

Ese querer sin cariño de las malditas herencias del tener que creer sí o sí, que escuchar día sí día también, que renegar, lo reduce todo a sangres miserables, y no debiera de ser así… Quiero aprender a volar, y que no escuche arriba más que el viento sobre el mar, no las diletantes rosas y espinas del saberlo todo… Y si me llueve abriré un paraguas amarillo entre tantas arquitecturas negras y augustas madres. A veces esas nadas son las mejores rutinas.

Pero uno no se queda conforme. Se suceden los días y la comunicación estratégica por objetivos en la que todos pervivimos deja pasar ese umbral de luz donde acontece eso del “no estés solo tontamente”, “las vueltas al cole”, “los financiar sin intereses trucados” y tantos dobles escenarios. Y arreo ese golpe de estado de no estar a gusto sin un mar de lágrimas, inconcluso. El laberinto de los espíritus no es tal: y me reitero en que ella no es así. Lo sé.

Aburrida, anodina y sin hacerse valer parecía aquella vez que la fui a recoger; hoy es otra. Ese poder delator sigue presente, escucha opiniones de arresto, más tras los ataques furibundos el reino es unido. Ha hecho cosas, se ha entretenido sintiéndose parte de algo, aunque más bien sola, como casi todos. No le ha dado tantas vueltas al “qué pasará conmigo” buscando más señales. Sabe que hay quien está pendiente de la misma, que nadie la ha abandonado a su suerte, que tiene rédito por sí y por otros.  

Yo mismo, sin distanciarnos más, sin ser un toro de fuego bajo el mismo mantel le dije cuando me acerqué a su casa a verla y en la radio publicitaban:

-No hagas caso, son todos iguales.

Todo, por la forma de expresarse de ese periodista de tantos, que la preocupaba como si le fuera la vida en ello que decían, con onomatopeyas que se elevaban al escuchar las penas y las glorias de unos y otros, recogiendo filiaciones y proclamas a parir por otros… Por suerte no guerreamos. Lo cierto es que el lenguaje no fue a más, cada cual fue cómodo inconsciente, comiendo en ese delicado equilibrio de los relatos cortos carcelarios de verse y poco más. No obstante, si el vino no emborracha ni viento hace, y dado que no bebimos ni salimos de la mesa de la cocina en ese ratito de unión, las religiones y las políticas, de no ser por tener límites en la mera razón, impidió otorgar confianzas a los partidos y a los debates falsos que sonaban.

Cuando salí de su casa recordé las palabras de un amigo respecto de su madre al preguntarle por su estado, a la vuelta de esas idas y venidas al sur:

Mi madre está para que la echen al cubo de la basura– propinó.

Me lo dijo con ese “cariño, cuánto te odio”, sin conjeturas ni ocultos senderos, trabajándose la culpa como cualquier hijo en su credibilidad, amando la imposibilidad como hombre, no como parecido… Y ese es mi superhéroe, porque no hay palabras que den nombre a la ingratitud más malsana de querer, sí a las criaturas que extinguen apropiándose de las vecindades con las zozobras del insistir con realidades fingidas, definiéndose en boca de todos. En su devenir al descargarse conmigo buscaba una acción-reacción propia, un consuelo dentro del buen entendimiento de no pretender radicalismos.  

Y pasados cuatro días, o como si se hubieran sucedido, porque el tiempo se me ha parado con estos avatares, tengo bien claro que lo único reglado es ser uno mismo en pie de igualdad. Ese es el paraguas amarillo que lo condiciona todo: ese torbellino de noche y de día que hace de torre y remolinea con furias, féminas y lo que proceda. Jamás puse en dude que mi madre hubiese sido la persona más trabajadora y valerosa que conocí, sí que sufre una percepción de la realidad que no me gusta; de eso se trata. De identificar los sanos fraudes; de no ser piedra, papel, tijera. De mejor ser nada y ser uno/a mismo/a.

El día aquel de la muñeca rota llegó de cuidar los hijos de otros en la escuela, cuando iba de tardes al colegio y casi que se salía ya de noche; y luego tenía que hacer un curso de perfeccionamiento. Nadie daba clase por el mero hecho de haberse presentado a un examen y firmarlo, había que estar aprobado y actualizado en la docencia y en lo concerniente a lo público. Me vio, le vio y salió. Y me quedé cerca del buró de mi padre donde él trabajaba porque había suspendido su ruta para que alguien me atendiera. Ambos se complementaron, llenos de dependencias. Eran otras convivencias, otras pobrezas.

Y eso toca ahora como hijo. No obstante, me falta esa sobriedad por el no parar de hacer cosas. Ese superhéroe quiere tanto o más a su madre que yo a la mía, y también la lleva y la trae al hospital en una carga explosiva de inseguridad,… y se hiere, y se alerta, y se revoluciona. Como hijos no nos gusta que los terrorismos les preocupen, ni que las fundaciones dejen de ser eso y pasen a ser democracias mal entendidas, o que los escenarios de pánicos les suban y bajen los grados de sus cuerpos. No hay más patrimonio inmaterial que hacerles valer sus tesoros y reconocerlas. Unas serán de unas u otras banderas, otras se despertarán a las cuatro y cuarto, las menos sentirán los levantes cual pioneras buscadoras de oro, y muchas se concentrarán en despedidas presentando sus respetos… Lo que no procede es darles el último adiós preocupándolas, les quede mucho o poco. La gente hace caso de lo que oye y ve, por ello la información se acerca en suma cultura y con cuidados, para que cada cual haga sus apartes si lo requiere, no que sienta amenazas y actitudes de firmeza como desgracia en esos gallineros del expresarse. Yo mismo sigo escuchando lo del –me tenía que haber muerto cuando tu padre- de su parte, y lo de que este país u otros están repletos de sinvergüenzas y ladrones. Incluso puede que lo crea más que nadie en mi hondo sentir. Yo.

No son nervios inventados, como todo ser siente las amenazas y vive con sumisión, y se asusta, y quiere los mejores granos de uva, las carracas para no escucharse y mimos. Hoy podía haber ido a misa. En su lugar ha compartido un día con sus excompañeros. Profesores en su mayoría, de las extintas escuelas, no de institutos de los modernos donde todo se entremezcla. En este mundo raro, ésa es hoy su seguridad real o percibida: su convicción. El caer para coger impulso. Y quizás habrán construido su suerte y no me guste, pero habrán templado nervios que no escuchado y admitido porque sí. Hasta puede que sean más radicales inclusive que los comunicadores al ver el vaso medio lleno invadiendo otras vidas, otros rumbos. Al menos hoy la he notado menos intangible, más ella, lo que en su día fue haciendo cosas imposibles venciendo a las épocas. Y quiero ser yo ese soldado desconocido que no sepa de sus propuestas trampa, pero que sean suyas, no de otros… La senda del absurdo, las frases hechas realidad que se las guarden los que claman fracasos e inseguridades con tan inoportunos escalones. ¡Qué necesidad hay de preocupar a los mayores con el erre que erre de las políticas y esos trucos! ¿Acaso no hay viveza ni capacidad?, ¿desconocemos la identidad de lo que somos?, ¿todo es inmediatez?… ¿Miedo?

Cabeza y corazón, o así empieza lo malo. Me niego a tratar a los mayores o a los más vulnerables como bultos; si tengo autorización para corregir a un sobrino si hace o dice algo inapropiado, tanto más con mi madre o quien lo fuera; ella haría lo propio de darse cuenta: tiempo atrás lo hizo conmigo y otros, y sé pensar y valerme por mí mismo tal y como me enseñaron sus pobrezas y las de otros tantos allegados o no.  

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