-No es que piense en la muerte, pero la vida me cansa. Será tan solo unos días, horas… Buscaba una vida -se encogió de hombros.

-Sí que tiene sueño, sí -se puso de perfil el de seguridad, entre muebles recios, oscuros y solemnes, apartado igualmente en ese semisótano- debe descansar; extraña.

-Creía que, si lograba entrar, permanecer, la vida cambiaría -se justificó el señor Griffin, siempre señor para esos guardianes.

-Opte por la rutina habitual y por una tetera a fuego lento -le planteó- y todo le será circunstancial. Este dolor, su dolor, también es el dolor de mi hogar. Subamos, el miedo de las cosas al caer nos puede delatar.

En cierto modo, los libros llegaron a tomar un camino alternativo, como si de la piel del cielo se tratase.

-Le debo un par de billetes, y ni usted ni yo guardaremos relación con el incidente señor Berger.

-Que sean tres. A todos nos gusta ganar, señor Griffin. Y nadie sabrá.

Hay momentos en los que uno siente asco por la especie humana, consideró para sí el bibliotecario, aunque lo que para unos era basura para otros era enfermedad, y de la buena.

 

Mary McCarthy

PEBELTOR

 

 

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