No sé si debo creerme aquello del “te cuidaré más que a mis ojos” o tomármelo como una patraña más de todos los días. El simple gesto de guiñar un ojo es en sí mismo un tremendo dilema, así como las camas bien hechas, con su dobladillo y casi que el juego de toallas a los pies, con todo recogidito.
Suena anticuado, pero no. Al igual que eso de “sus majestades”. Son maestrías, pasiones, deferencias. Algo soez, barroco y exquisito, una delicadeza formal, que de por sí supone una reflexión sobre la complejidad de las relaciones, por no decir ruinas afectivas. Ruinas porque son avances tanto como retrocesos, dependencias emocionales a fin de poder sobrevivir generándonos ilusiones los unos a los otros; y afectivas, porque representan todo aquello que uno no se puede dar a sí mismo.
Si bien, la edad como tal no me impide escribir mis deseos, mis anhelos: mi carta. Uno puede ser niño, joven o adulto y seguir por esos destellos de las ilusiones varias. Es, quizás, toda esa memoria colectiva que uno va sumando lo que hace que la carta nunca sea igual, aunque se pida lo mismo recurrentemente. Ahí, sí que influye la edad, o más bien la experiencia. Supongo, que debe ser miedo.
Fíjense cuando los mayores llevan a los peques a entregar la Carta a Santa Claus o a los Reyes Magos. Se puede adorar la expresión de sus rostros, imprudentemente, con las lágrimas súbitas de unos y esas sonrisas picaronas, de otros muchos. Hay madres que sostienen que ´no quieren que sus hijos crezcan y se hagan mayores´. Que los prefieren animalitos.
Animalitos siempre, de esos que la memoria no olvida. Del amor más puro, sucio y delicioso. Los mismos a los que pondrías en el fondo de un vaso. Un miedo infinito para los adultos, siempre. Tréboles… porque la historia lo requiere así, salen como salen y se llevan como mejor se puede, al igual que estas fechas de los buenos deseos: salud, dinero, alegría y felicidad. Y grima, dulce, pero grima, cual gran cóctel porque los días van dejando sus relatos… que también han de ir creciendo y haciéndose hueco: otro deseo, otra ilusión. Miedo, porque uno va de uno a otro apenas sin pasar por las estaciones. Ni da tiempo a pararse a pensar que todo trébol ha de enraizar para luego brotar y ser bello por especialmente frágil y duro para volver a caer hasta la nueva vida, tal que se deseasen apretujados la muerte violentando a la vida, pretenciosos y potentes, armas y flores que extrapolan todas sus heridas… como los niños que crecen y crecen desde la primera oscuridad.
Dar con un modesto trébol de cuatro hojas ya es casi un imposible. Y no me lo termino de creer. Suena a realismo mágico, historias varias de esas que escribo. Además, aunque se tuviera todo el dinero o el poder del mundo, ninguna madre podría evitar que sus hijos siguieran creciendo ¿no? ¿Qué pedir entonces?
He dudado sobre muchas cosas, muchas veces. Lo de la salud no me lo termino de creer, sigue siendo una lotería. Todos somos pobres en excedencia a ese respecto, ¿o de verdad con dinero se está más protegido de los avatares del destino? Y sé que es un sentimiento colectivo muy fuerte, también de un profundo desprecio. ¿Cuánta gente buena hay que conocemos y enferma o fallece?… Mucha, demasiada. Y no todo será por culpa de la globalización: dejemos de mentirnos
Con toda grandeza y sin remilgos. ¿Qué deseo pedir para que se cumpla?… ¿No tener miedo al miedo ese que escondemos al dar con la verdad?, ¿tirar de la central de sueños?… No sé, vengo de conocer reinos que he inventado, de probar con salmos que tientan todas las carnes habidas y por haber, de trazar medias lunas por doquier y hasta de saltar de un tranvía… para quedarme quieto, con la luz oblicua y el cuerpo contrariado…
¿Pongo el zapato?, ¿les dejo comida?, ¿entrarán los Reyes, sus Majestades?, ¿con esas memorias colectivas suyas y mías que ya se saben de años y años? ¿Trae cuenta?
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