Tag: pandemia

2
Jul

Lo difícil que es lo fácil

Un tipo que salió de prisión un viernes, en apenas cuarenta y ocho horas no reconoció nada, salvo que la prisión no le había aportado nada bueno, que fue otra catástrofe más en su vida. Cerca de la cincuentena, se saltó cuatro veces el confinamiento, para volver a la cárcel. Sin pareja e hijos, sin un techo fijo, queriendo mucho a su madre y a sus hermanos, que no soportándolos; vivir en determinados sitios y conocer a determinadas personas llevaba a esa fe del entrar y salir del módulo de preventivos, repitiéndosele los días. Y siempre caminando en círculos, como los perros, dando vueltas sobre sí mismos para acostarse mirando a la nada, toda una caja de comportamientos no solo curiosos, echando un vistazo a todo por si hubiera depredadores, buscando la comodidad de su ser. Alguien capaz de disparar de lado y combatir en distancias cortas sin alzarse.

Esa esquizofrenia del que todo tuviera que seguir funcionando era real, ya fuera al amparo de las alegres cortes familiares, de las altas sociedades o de quienes consideraban a la mujer un hombre incompleto, más las emociones y los avatares en la distancia y el despecho. Unos, ante la epidemia, se preguntaban si los mejores años ya pasaron; otros se dispusieron a blanquear, encalando, las fachadas de sus casas. Un rito de la arquitectura popular. La cal quitaba todos los microbios, no las palabras. Recorrer una sucesión de fachadas blancas iba ligado a la propia mudanza de las estaciones, la pulcritud y hasta la renovación de la muerte. El efecto antiséptico y antibacteriano del óxido de calcio, por el poder higienizante de la cal, lograba en los pueblos de la Campania la uniformización académica más allá de las denostadas y faraónicas construcciones de ese fulgor, que, en poco, quedaba en carestías hacia los mastodónticos complejos. En casi todos los rincones de las casas había un hueco con brochas, escobillas, escaleras, tinajas y cubos con cal apagada. Simpatías hacia los dolores propios y ajenos y un buen repasito para coger los desconchones. Una noción de humanidad.

Siempre se distinguió a seres dispuestos a la perdición, otros que eran eslabones. Hacían lo que sabían, y a partir de ahí empezaban a construir. Una mala noche podría parecer toda una semana.           

La pandemia dejaba al descubierto en muy poco tiempo todo lo que no funcionaba. Los culpables siempre fueron los menos sospechosos. Fabrizio lo sabía. Cuando cogía el coche y le daba el sol de frente prefería que le arrollase un camión y pusiese fin a todo. Nadie sabía nada en Nápoles, ni si eran prisioneros o aliados. Antes fueron enemigos de los rusos, y luego amigos. Pero tenían que vivir, y para ello habían de comer. Con la barriga llena, todos hablaban bien de Dios, fuese el que fuese.

Extracto del Libro La importancia de verse

(Novela en curso, a punto de terminar)

PEBELTOR

30
Abr

Microcuento del qué pasó

Abuelita, ¿qué pasó en marzo del 2020 en España? Por Pebeltor

 

26
Mar

Ser escritor y el estado de alarma

¿Se escribe más o menos en un estado de alarma?, ¿cobran mayor sentido las historias? ¿Supera de veras la realidad a la ficción?, ¿es un servicio mínimo o esencial, escribir? ¿Cambiará la percepción del mundo conocido el Covid-19?

Por orden. Como escritor, decir que me cogió el estado de alarma con un libro recién empezado. Se llama La importancia de verse. Y estoy en ello, procurando aislarme de tantas noticias, que vienen a ser todas la misma. Y como tal, uno, al escribir da rienda suelta a una o varias historias, confinado o no. Ese libro iba a ser una novela romántica, situado en los arrabales de la Pompeya italiana. Solo romántica. Ahora bien, el arlequín de ese bicho otorga más vergüenzas, por lo que tan pronto busco el celo de los protagonistas como que les sumo todas esas preguntas y ese mundo de los contratistas hospitalarios o la desidia y mala gestión de la Administración Pública. En esa Italia todo es posible, de hecho, hasta se han invertido los tópicos, porque son más obedientes las gentes del sur que las del norte, disciplinados en sus casas y oficios. Pero no, no se escribe más ni mejor: los días siguen teniendo veinticuatro horas, y todo esto pasará.

Tampoco es que cambie la percepción del mundo. En el mundo sigue habiendo personas con discapacidad, gilipollas y a quienes la emoción les puede. Un escritor, en sí mismo es alguien aislado y conectado. Que observa y que pone voces. Se suele ser alguien sin cualidades excepcionales, básicamente decente y de instintos sanos al que le puede gustar pasear, comer, reír o estar en forma, por ejemplo. Y que carece de aptitud y vocación para la grandeza. De ahí que toda su fuerza transformadora y destructiva la canalice en las letras, aplastando sin misericordia a los políticos o a quienes haga falta, modelando con brutalidad e imponiendo una moral a sus personajes. Una moral sin una psicología en concreto, y con todas. Lo que viene a ser una estupidez de dimensiones patológicas, que es lo que tenemos con la pandemia actual.

¿Nos merecemos estar encarcelados por un microbio? Un microbio que enriquece la vida y endiosa a las buenas parejas… Pues algo tendrá de goce, de generosidad y de crueldad cuando todavía la gente no sale a la calle armada con un palo o con reliquias de santos dando rienda suelta a sus alegorías. ¿Y lo de descubrir al vecino?, ¿o que las pistas de hielo pasen a ser morgues? Pues no sé, cada cosa a su tiempo.

Pero sí, con o sin alarma y de principio a fin, escribir es desafiar la condición propia. Mover primero en el tablero que nos da la vida. Nadie hace la historia, la historia que no se ve, tanto como que no se ve crecer la hierba; y crece. Obviarlo sería un aparente conformismo.

Se escribe por el amor desgarrado, por justicia social, por no ser simplista, etc. No hace falta una significación ética o darse a la fe rectilínea. Los textos son como los microbios, cada cual con su excitación y urgencia, con su carga de dosis letal. Otros apocalipsis en la ilimitada geografía de la tierra y las mentes, que como todo se debe a la imaginación, al sufrimiento y a los caracteres rebeldes, enérgicos o medio templados buscando maneras de vivir.

Y lo mejor: ¿supera la realidad a la ficción?… No tanto como usted cree. Y usted, ¿no se la ha jugado nunca a sus principios? Básicamente es eso lo que está sucediendo con el Covid-19. Pareciera que ahora los principios no son fundamentales, más al día siguiente, cuando todos volvamos a vernos volverán las prisas, los daños de siempre y los pulsos de las ciudades. ¿Viviremos cantando entonces?, ¿tendremos un grado de felicidad más elevado?… NO. No habrá una solución pausada, racional, pero sí que ayudará haber sido -todos- niños pequeños simpáticos o habernos besado en silencio.

¿Cambiarán las prioridades, al menos? Me reafirmo en mi idea de que somos sentimientos, solo eso. Luego, no. Quizás enderezaremos un poco la cabeza, tendremos la mirada clara, pestañearemos más veces o sintamos punzadas de dolor en las retinas al mojarnos la lluvia.

Lo bueno. Que para algunos los labios tendrán un ardor desconocido. Es más, el hombre tiene una pésima memoria para las cosas que arañan. Nicoletta en sí misma seguirá siendo un misterio. Se conocieron hace décadas, Fabrizio y Nicoletta, que es en la propia infancia y juventud cuando se forman los recuerdos. Apenas en la alarma se habrán saludado un par de veces.

Fabrizio, en cualquier caso, seguirá llevando un pañuelo de tela blanco en el bolsillo izquierdo, para en el otro, quizás dejar espacio a un cariño ingenuo. Aunque lo mismo lo sacrificaría por el bienestar económico: que será la otra guerra, acomodados al fin en un mismo piano emocional.

Consecuentemente, lo esencial, lo mínimo: el amor. 

 

 

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