Tiempo actual, mismo tiempo pasado

La identidad y la intimidad se le mezclaban. Era la razón de lo vulgar. Habían pasado catorce años y estaba casi que en el mismo lugar, a la misma hora, siendo aquel. El que se casó y el que se descasó al poco. Aprendiendo lo uno y lo otro. ¿Para qué?, ¿por qué?, ¿con quién? Había hecho cosas. Muchas. Y no había hecho nada, más algo había además de mirar al cielo.   

El día menos pensado sucedió y empezó todo. Esa perpetuidad, y todas las vidas en un solo gesto. En definitiva, explorar cosas nuevas sin un mapa concreto. Vivir, y que le dejaran vivir. La incapacidad de pensar, la amoralidad, la excitación. Éxitos, que también.

Ya no sentía el duelo con estridor ni otrora agudeza desapacible. Había asimilado todo cuanto se podía asimilar. El duelo, los duelos, se hicieron todos. Los hizo todos. Y lo que siempre fueron secretos, lo siguieron siendo. Secretos de hielo hiciera frío o calor; como lo de aquella cena, del cuarto lunes, del tercer mes…

Su mundo tenía cosas grotescas y divinas, y ambas coexistieron y coexistían. Tiempo actual, mismo tiempo pasado. Un mundo no tan distinto, donde cada mañana, hacia la veleta y su norte, se situaba un cuervo o lo que fuera, pájaro o no, que le recordaba al hijo que nunca tuvieron. Alas negras y un torrente de sensaciones dispares en tal mirar. La verdadera piel, su ayer, su hoy. Ese negror de no saber adónde mirar y encontrarlo; de no tener a quién culpar, o de no bastarse.

Catorce años y los mismos aires, las mismas negruras. Su mismo quehacer: vivir, y dejarse vivir. Más cuando llegaba el cuarto lunes, del tercer mes, había intimidades deseadas y otras que no lo eran tanto…   

La vida le seguía siendo sueño en un mundo no tan singular, donde el vivir sólo era soñar y la experiencia. ¿Vida?, ¿frenesí? Hechos, ficción, sombra, ilusión. El mayor bien de entre todos los pequeños, y un delito mayor. Pues la vida, y los sueños, sueños le eran y fueron al margen de la fiera condición o la pura ambición de aquel día. Un día en el que teniendo más alma y menos libertad, palpable y cierto, trueco de quejarse, desdichas buscó. Y que siguiera callándose, por todos, su nombre con fuerza; que vida infame no era vida, y que sin duda se fue soñando, quisiera o no.

La identidad y la intimidad. La veleta. Apenas un gesto, un rumor; advertir, advertirse para vivir. La razón de la vulgar. Mirar al cielo y verlo todo en la nada, soñar lo que se era, y que sucediera todo. Murmurar, corregir, reprobar. Humo dondequiera, y fuegos varios. Entrar sigilosamente. Y los otros martes, miércoles, jueves y los que fueran o fuesen. Noches prohibidas volviendo a toda prisa, ausente. Trofeos en las paredes de la memoria y pisadas sin mayores voces cubriendo las baldosas del suelo. Sueños. Sueños. Cosas inválidas de cuando se perdían a la vista, hechos pasados. Y el vértigo de saber que faltaban cosas, y personas, por hacer. ¡Cielo santo! Más sueños, sueños, sueños. Libre albedrío o predestinación.   

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